David Albarran me ha pedido copia de la columna “Juano Hernández, el olvidado”, que publiqué en El Nuevo Día en julio de 1988. Su petición coincide con la lectura del libro “Genial Juano Hernández: de vagabundo a estrella de Hollywood”, de Miluka Rivera, que investiga la vida y la carrera de ese extraordinario actor puertorriqueño que después de sobresalir en la versión cinematográfica de “Ïntruder in the Dust” del Premio Nóbel de Literatura de 1949 William Faulkner, hizo otros 19 films en Hollywood.

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altPero si uno no toma la verdad-en-el-arte seriamente,

¿de qué vale, entonces, ser artista?

EE

Diacronía. A toda velocidad, se aleja del presente con la soga al cuello, pedaleando como un ateo que ha visto la muerte de cerca, demasiado cerca: “Yo me río. Y no es que lo sepa, no, / yo voy poco a poco / por las sombras” (“Tal vez fueron los niños,” 1983).

Huye, por supuesto, del poder. Máquina de tiempo (1993), autorretrato del pintor-poeta-teórico en dos ruedas: “El arte debe surgir de la vida real” (Los ensayos del artificiero, 1999).

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El ocaso se ha llenado de rosas.

Yván Silén


Cuando la poesía aprieta la realidad, el calor interno que se produce, retórico, calcina las metáforas callejeras de la literatura, “Zona de carga y descarga” (Rosario Ferré), tatuándolas en la piel. Canícula. El cambio climático exacerba la poesía; estro, efluvio de papel que exuda tinta, muchas veces contaminada de colonialidad y por eso de subalternidad.

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Hace un tiempo salió a la palestra literaria la antología Este juego de látigos sonrientes prologada por el crítico Federico Irizarry Natal y con selección y unas Palabras Preliminares de Edgardo Nieves-Mieles. Y me ha parecido pertinente dentro de algunas impertinencias que le veo a la obra hacer un comentario de la misma.

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altAgradezco a Cindy Jiménez-Veras el envío de esta primicia de libros de poemas como un “ramillete” o “juego floral”, a la antigua, de versos que me llegan por correo regular. De primera instancia pienso que son publicaciones de la novísima literatura boricua, autores/as que he conocido personalmente en las entregas de los últimos dos festivales de la palabra en San Juan, a quienes he visto de pasada en cócteles y actividades sociales, pero a quienes no he tenido el gusto de leer. Al examinar los cuadernos de colores vivos (azul celeste, amarillo mostaza, rojo, azul pavo, rosado, verde, blanco y negro) como periplo de palabras, me doy cuenta que la propuesta de Ediciones Aguadulce no es sólo caribeña sino transatlántica e internacional.

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altEn esta época navideña se suele tener un poco más de tiempo para sentarse a llenar las horas muertas de las vacaciones de Navidad. Los que no tengan vacaciones de Navidad, han de robarle horas al sueño para leer un poco y seguirle la pista a la ardua propuesta de libros boricuas publicada este año. Hay tres que me gustaría reseñar porque entre poesía, novela y ensayo le toman el pulso al quehacer literario de tres escritoras puertorriqueñas manifestado en distintos discursos de resistencia: un poemario, una novela y un ensayo de investigación.

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No acostumbro responder a dardos venenosos. (Usualmente me resbalan por la pendiente más enjabonada de la indiferencia.) No empece a conocer que si te es regalado un caballo y tú ni lo necesitas ni lo aceptas, el equino sigue siendo de su dueño, opto por enarbolar la espada de la palabra pues esta vez siento que los kilotones de toxina no sólo son enfilados hacia mi persona, sino hacia todos los que forman parte del proyecto Este juego de látigos sonrientes. Poesía puertorriqueña de fines de siglo XX y comienzos del XXI.

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“Yo soy el dueño de mi destino; yo soy el capitán de mi alma.” Con el iluminado epígrafe de William Ernest Henley introduce José Luis Vázquez Colón su obra de teatro en dos actos, El caimán. El breve drama está contenido en su libro de relatos Los cuentos de José, publicado por Palabra Pórtico Editores.

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