Para Ruth López Zambrana y Carlos López Dzur, en la vida y la palabra.
A veces me siento dichoso pensando que puedo salir a la calle sin riesgo de cruzarme repentinamente con alguien que insista en reconocerme. A veces es un consuelo saberse bien metido en el olvido. Entonces sí vale la pena salir a la calle a dar una vuelta. El gusto redoblado porque no existe el desafío de desempolvar un recuerdo indeseado. Paso adelante campante adentro del campo que quiero pisar puesto a mis órdenes, obedeciéndome a mí solamente, sin nada que me obligue a la condescendencia con los demás.
Es un día de asueto, no hay que reparar en la cordialidad. Al menos que aparezca el policía inoportuno de siempre y me dé la señal de alto porque se le ocurra la obligación de asegurarse de que estén en perfecto orden mis papeles, el marbete, la licencia de conducir, la serie del motor inalterada, las luces direccionales, la goma de respuesta. Me revientan la mala conciencia los policías, qué manera tan fastidiosamente eficaz de afirmarse en la encarnación siendo un obstáculo para la paciencia de los demás.