(San Juan, 9:00 a.m.) Cual si fuera una pupila regresando a la escuela de las vacaciones de verano, se me pide una reflexión de fin del verano desde mi experiencia nacional.
Pues bien, mi verano comenzó a mediados de mayo, cuando salí de viaje a Marruecos. Al partir, el clima de este país ya estaba fuera de sincronía. No recuerdo si hubo aguaceros a principio de mayo, como regularmente sucede. Mi verano suponía ser igual que el resto del año. Sin embargo, no esperaba experimentar cambios climáticos tan fuertes a mi regreso. Hace años escuché decir que la energía de los eventos climáticos lo afecta todo. Todo es todo. Lo personal, lo ambiental, lo social, lo político. Es como cuando un huracán pasa y deja todo revuelto. Las vísceras quedan expuestas. Pues bien, debí haber sabido que a todos en la isla nos azotarían los vientos de tormenta en el verano. No había acabado de poner los pies en tierra cuando recibí el primer balde de agua fría. Debo confesar que por un tiempo estuve desorientada. Pero recordé el famoso refrán que dice a mal tiempo buena cara, y corrí a buscar mi capa y mi sombrilla para tenerlos cerca.