(San Juan, 1:00 p.m.) Con la salida, más que tempestuosa del presidente oscurantista que por 4 años posó sus sentaderas jinchas sobre la administración federal del continente incontinente norteamericano, Donald Trump, los refrescos carbonatados tuvieron un mal día para sus vidas enlatadas y efervescentes al perder a uno de sus mayores fans y porristas célebres. Harto conocido en los pasillos del mundo de la adicción presidencial por tales pitanzas licuadas, acompañadas a dueto asiduamente y por lo general con una hamburguesa morralla sin galones nutritivos.
Sería un desafío médico escanear las neuronas espejos de Donald cada vez que se atiborra dichos alimentillos sebosos y nitroglicerinos.
Tales células cerebrales y cornucopias establecen una comunicación íntima entre lo que vemos, oímos, saboreamos y sentimos a nuestro alrededor con el aprendizaje al ras e incesante de la vida. Observando e imitando reflejamos en el otro lo que empollamos intelectualmente influyendo y hasta determinando cómo actuamos en el diario vivir. La cultura invasiva que se nos da por ojo, boca y nariz, y otros orificios vivenciales, se basa en ese ir y venir y en ese toma y daca.