(San Juan, 11:00 a.m.) Ayer (domingo) me enamoré de Bad Bunny. El enamoramiento surgió tras leer una grandiosa entrevista que le hiciera la periodista Amanda Mars a Benito Antonio Martínez Ocasio para el periódico El País. Mars logró captar la esencia de un artista joven, que vive acorde a los tiempos, pero que sobre todo se siente orgulloso de ser puertorriqueño.
No se confunda, mi enamoramiento con el artista no tiene que ver con su música, la que no me gusta. Me enamoré de su verbo, de su mensaje y de su afirmación identitaria.
Mi primer contacto con el trabajo artístico de Benito fue a través de mi hijo mayor que me hizo escuchar sus canciones luego del desastre gubernamental tras el paso del nefasto huracán María. Un cuarentón exitoso, que escucha a Benito, fue un mensaje claro de que el artista tiene algo especial que le ha permitido derrumbar barreras generacionales y económicas.
La participación del reconocido trapero en las protestas nacionales que propiciaron la renuncia del aberrante Ricardo “el depuesto” Rosselló me convencieron de su compromiso con la Patria. Aprendí a admirar y respetar su apoyo a causas tan cruciales como lo es el feminicidio, la erradicación del machismo, los derechos de la comunidad LGBTTIQ+, el racismo y la xenofobia, entre otros. Empero, no fue hasta la lectura de la entrevista del domingo en que su esencia como boricua orgulloso de su identidad me sobrecogió el alma y me hizo fanático de sus planteamientos, no necesariamente de su música (que sigue no gustándome).