Desde San Agustín (“en cada hombre hay simultáneamente un Adán y un Cristo”), pasando por Abelardo (“Sic et non”), por Hegel y Marx, hasta llegar a Leandro Konder, sabemos que la realidad es dialéctica. Es decir, es contradictoria, porque los opuestos no se anulan sino que se tensionan y conviven permanentemente, generando dinamismo en la historia. Esto no es un defecto de fabricación, sino la marca registrada de lo real. Nadie lo ha expresado mejor que el pobrecito de Asís al rezar: “donde haya odio que yo lleve amor, donde haya tinieblas que lleve la luz, donde haya error que lleve la verdad…”. No se trata de negar o de anular uno de los polos, sino de optar por uno, el luminoso, y reforzarlo hasta el punto de impedir que el otro, negativo, sea tan destructivo.

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Nota: Voy a publicar con cierta frecuencia pequeñas reflexiones que, bajo el nombre de MÍNIMA THEOLOGICA ET OECOLOGICA, pretenden animar a tantos que como yo están en búsqueda de mejores caminos para los seres humanos, en este tramo difícil de la historia de la Tierra y de la Humanidad.

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El vudú es una religión traída a las costas occidentales por los esclavos africanos. Se cree que comenzó en Haití en el 1724 como un culto a la serpiente que adoraba a varios espíritus pertinentes a las experiencias de la vida diaria. Sus prácticas se mezclaron con varios santos y rituales católicos romanos. Fue traída a Louisiana en el 1809 por dueños de plantaciones cubanas que fueron desplazados por la revolución y trajeron a sus esclavos con ellos.

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