El viejo y obeso doctor llegaba siempre a la oficina a la misma hora con su maletín en la mano derecha y en la izquierda el periódico. Todos los días, se levantaba a las cinco de la mañana, y tomaba una ducha fría que hacía que la somnolencia desapareciera. Luego, el ritual consistía en prender la cafetera para prepararse un rico café colombiano. A esa hora no podía desayunar porque cualquier alimento que ingiriera le iba a caer mal. Mientras esperaba que su espeso café negro estuviera listo, se vestía para salir a trabajar. Echaba la bebida caliente en un recipiente para llevar; apagaba las luces, cerraba la puerta, abría el portón eléctrico con el control, se montaba en su auto y se dirigía tranquilamente, a escuchar los secretos que sus pacientes en confesión le narraban. Cada vez que llegaba a la oficina había más pacientes, la mayoría de ellos con depresión porque ahora todos están deprimidos.

Leer más...

Estos son los primeros rayitos de sol tomados desde mi balcón esta mañana como a las 7:30 am. Llevo semanas tratando de capturar un amanecer puro y las nubes no me lo permiten. Es el invierno veraneado de mi Puerto Rico que hace que nos despertemos más tarde y que muchas personas asocien las celebraciones navideñas con un estado anímico particular y algunos hasta se depriman.

Leer más...

A Mónica Puig

Una memoria lejana regresa
a mi isla
en forma de olimpo y amazona
no es una chapa, no se menosprecia
es la señal que de luz
nos inunda la mirada que se eleva
en estima férrea de Yunque.
Es un GUANÍN,

Leer más...

háblame, dime cómo se pierde la voz y el epicentro de la fruta en la máxima expresión de los gusanos.

Los gusanos del verso compartido, el gusano de los adolescentes placeres del clítoris: agrio y blando; armonizado con el libro y el cigarro agraz de tu indolencia.

Leer más...

Tras el inmensurable dolor de sus heridas, una calma de luz anaranjada iba cubriéndole el rostro y luego las extremidades y luego el torso. Veía como sus dedos se despegaban de sus manos con ese mismo color de incendio mientras escuchaba decir a las cuidadoras que se había muerto. – Estoy vivo aún. Entonces, un rostro conocido con cara barbuda de ángel se le acerca y le dice que la lucha terrenal se había acabado. De repente, aquella sensación de bienestar general desaparecía y Pedro lloraba desconsoladamente como si el dolor se concentrara en un solo instante… Patria, Patria, Patria…

Pablo pasaba horas a solas recordando su activismo tronchado por el amor que le dio sus buenos frutos. Quería desfilar con los cadetes, pero se lo llevaron de Ponce con todo e hijos. Vivía con un vacío y casi con ganas de morirse por la vida que no vivió. Eso sucedería poco tiempo después de la muerte de Pedro debido a la falta de descanso y a las extrañas pesadillas en las que oía a Pedro hablar.

Leer más...

El cielo estaba repleto de nubes de distintas formas y colores.  Toda una nueva cepa de niños se agrupaba en el batey en espera de la cacica para escuchar las historias de los dioses, cercana su temporada de castigo a la isla; mientras, algunos naborias, les servían bocaditos de casabe a los niños. La variedad de nubes en el cielo era perfecta para la clase que les daría a los pequeños; entre los que se encontraban los inquietos Urayoán y Yolacaona.

Arrrggg, trummmm, traaaaas, yo soy Guataubá, el dios de las centellas y los truenos, decía Urayoán. Mientras, Yolacaona afirmaba ser la temible Juracán.

-Sálvese el que pueda de mis largos brazos furiosos, gritaba Yolacaona.

-Cállense, que ya viene la cacica con una cesta de arena y una vara de guayabo. No se muevan. Quédense quietos ya.

Leer más...

La azafata interrumpe mi lectura con una pregunta:

“¿quiere que le encienda la lámpara?” En ese instante

me doy cuenta de mi cuerpo inclinado sobre el libro y

la oscuridad de la cabina. Le contesto que sí.

Luis Avilés

 

MAYO; a principios del mes, en el norte de Ohio, las clases en la Universidad de Bowling Green terminaron el 30 de abril. Corregidos exámenes y trabajos finales, encaro el mes de mayo con tiempo y deseos de saldar cuentas viejas, viejísimas, con un clásico de la poesía boricua, Hugo Margenat (1933-57), cuyas OBRAS COMPLETAS (1974) no había leído:

 

Leer más...

Más artículos...