altJuan, un joven adolecente de escuela superior,  finalmente tomó la más valiente e importante decisión de su corta vida.  Decidió compartir con sus panas más íntimos (as) que estaba seguro de ser gay... Por mucho tiempo estuvo con la angustia y la incertidumbre de compartir tan importante secreto con ellos(as). Tuvo miedo, mucho  miedo... Pero cada día que pasaba, Juan veía cómo  cada  uno(a) de ellos(as) le compartían toda clase de intimidades y problemas...

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El sábado, 13 de abril a las 7:30 p.m. la actriz, directora y dramaturga puertorriqueña Carmen Z. Pérez, mejor conocida como Carmen Zeta, cerró espectacularmente (que valga el doble sentido) la Tercera Conferencia Caribeña Internacional, auspiciada por el Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras de Marquette University, en Milwaukee, Wisconsin, U.S.A. Con su adaptación teatral de Voces caribeñas, la además profesora de literatura hispánica en la Universidad de Puerto Rico, en Humacao, adentraba al público en el arrebato de una polifonía vocal tramada por su inventiva de veterana teatrera.

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Ángel Luis fue el único de los poetas residentes del Burger King de Río Piedras que llegó a leer, a apreciar mi poesía y a respetarme como poeta. En aquel comeyvete americano—localizado frente a la residencia de varones de la Universidad de Puerto Rico y al costado del antiguo local de la librería La Tertulia—, Ángel Luis salvó mi cuaderno inédito de poesía que llevaba por título Las formas del vértigo. Poemario que estuvo a punto de ser devorado por las llamas del olvido. Todo esto sucedió a principios de 1990, cuando ningún editor boricua, grande o pequeño, apostaba a publicar a los escritores noveles del país; cuando la dictadura de los escritores setentistas, comandados por dos Vegas (Ana Lydia, en prosa, y José Luis, en poesía) era absoluta y discriminatoria.

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altDemasiadas eran las voces. Y en estos últimos días parecían haber conspirado para hablar al unísono. Hacían esto de vez en cuando. No era la primera vez. Mas pensé que no debería quejarme. Después de todo, los egguns estaban aquí porque yo los había llamado, y era yo el único responsable de haberlos invitado, alimentándolos con las letras de todo aquello que me pareciera pertinente explorar, lo cual era, a fin de cuentas, todo. Dicen que leer es como abrir las puertas de diferentes mundos. No podían tener más razón los elaboradores de tal sentencia, pues era aquí, muy dentro de mi cabeza, donde la voces que se escapaban por las engrandecidas salidas de todos esos mundos decidían tener su congreso.

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altEn el momento en que escribo estas líneas ya se conoce la identidad de los que parecen ser los dos autores materiales del atentado en Boston. Conocemos sus nombres y algo de su historia, pero por ahora no aparecen claramente los motivos. Me interesa reflexionar aquí un poco acerca de cómo se ha tratado mediáticamente la tragedia y la "caza" (terrible término, no es de extrañar que uno acabara muerto, el otro aparentemente herido y toda una ciudad paralizada) de los sospechosos. También me parece pertinente pensar sobre las posibles consecuencias, directas o indirectas, conscientes o inadvertidas, del atentado. 

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Este cuento forma parte de la Convocatoria realizada por El Post Antillano el 8 de abril de 2013. Felicitamos a Alva Cardona por haber participado de la misma y ser seleccionado para publicación. Quedaron cuatro vacantes. La Convocatoria fue cerrada el viernes 19 de abril de 2013.

EPA

Foto: UnivisiónHabía una vez un pueblo por el que pasaban muchos circos. Cada circo prometía las mejores atracciones y los mejores actos, pero sólo se establecían por cuatro años. Sin embargo, los primeros cien días eran los más difíciles. Creaban empleos y subempleos temporeros a los desempeñados, de las avenidas más caras de la ciudad; gente que le diera al público entretenimiento, pues les gustaba gastar su dinero e invertirlo en cosas livianas, para no pensar

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Era para mí difícil oír con claridad el sonido que hizo la cabeza al dar contra el piso. Solo la vibración del golpe, que cual onda de maremoto viajaba por sus venas de sangre detenida, me confirmaba que finalmente lo había matado. Estaba en mí y era mi destino, que cual Mantis Religiosa, al final, le quitara la vida al que tanto me había querido.

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