Había una vez un sapo sentado en la orilla de un río, cuando se le acercó un escorpión que le dijo —Amigo sapo, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? Puedes llevarme en tu espalda…

—¿Que te lleve en mi espalda? —ripostó la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo a mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. Lo siento, pero no puede ser.

—No seas tonto —le respondió entonces el escorpión—. ¿No ves que si te pico con mi aguijón te hundirás en el agua y yo, como no sé nadar, también me hundiré?

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1. Un caso patético. La noche previa a su muerte, Alex me llamó para decirme que tenía el informe hecho. Le dije que mejor esperara a su muerte el día siguiente, que su mujer no era tan tonta como lo había sido él al retornar a La Habana de Moscú. No me hizo del todo caso. Si bien le puso la fecha del día de su muerte, lo envió efectivamente el 24 de septiembre de 2000. Cuando lo recibí, tuve que desaparecer el sobre y fingir que su informe viajó en valija diplomática desde México. Heberto, tan buen poeta, no se lo merecía: morir estando aún vivo. Y menos, siendo un asunto manejado por periodistas afines, tan afines a su legado. 

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Mucho se ha escrito sobre el oficio de la poesía. Tanto que podría rayar en decir lo que algunos ya habrán dicho, pero eso no importa porque yo no pretendo escribirlo como se hace un poema: originalmente, si no en palabras llanas repetidas. Hay en estos momentos un afán de ser poeta para ser popular y ser admirados, que asusta. La afirmación más errada de este tipo de escritor es decir que no leen a otros para no contagiarse. Yo solo me pregunto, ¿puede un atleta ser buen atleta si no practica diariamente, o un músico tocar su instrumento sin haberlo afinado y sin haber practicado para dominar su melodía? Tal vez lo logre ocasionalmente, pero no todas las veces.

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  1. La muerte se lo llevó un jueves, poco antes de las seis de la tarde. Rom Barceló
    acababa de recibir una nota a mano, como aquella otra que lo catapultó a la fama
    a finales de los años 70. Carlitos, su nieto favorito le acababa de decir lo mucho
    que lo quería vivito y coleando. En vida, sólo un compatriota mío, no tuyo, tuvo los
    cojones que todos en tu país no tuvieron, el de meterle el pescozón que siempre se mereció. Pero la cosa por la que lo recuerdo no es esa. Es que los otros días, después de muerto, me lo volví a encontrar. Está mejor vivo que muerto, sin duda.
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Para los Pitagóricos, el número es la esencia de todo. No separan los números de las cosas, sino que las consideran como las cosas mismas. Afirmaban éstos que el mundo está hecho de números. Y que siendo el número la sustancia de todas las cosas, sin él no hay justas proporciones. 

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Con nostalgia rememoro la época en que conocí a Roy Johnson Crazy Horse. Fue en el año1992, en la ciudad de Camden, New Jersey. Era un hombre alto, robusto, con un timbre de voz grave que para esa época tenía sesenta y ocho años. Nació en Camden el 7 de diciembre de 1924, y murió el 11 de noviembre de 2004, a los setenta y nueve años. En aquel momento escribía un libro sobre el abuso de los conquistadores contra los nativos americanos y mi hermana le traducía al inglés los artículos que en español. Crazy Horse era el director y administrador de la Reservación de los Indios Powhatan en el Valle de Delaware.

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El 25 de julio de 2021, se celebró, como todos los años, el Día de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Ese día quise pasar por Río Piedras para recordar mis años universitarios en la IUPI. Resulta triste y vergonzoso el grado de deterioro en que se encuentra la ciudad universitaria. Rodeada de edificios abandonados que, en los ochenta, vibraban con luz propia. Al pasar por la Iglesia del Pilar, vi seis adictos sentados en un banco, entre ellos una mujer inyectándose heroína, en una vena.

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