Mercedes Acosta [QEPD]

Cultura

(San Juan, 9:00 a.m.) Mi adorada tía, Mercedes Acosta, partió a la eternidad el pasado 30 de mayo. Tuvo el privilegio de vivir una larga vida, 103 años, cinco meses y cinco días. Estuvo muy consciente hasta el final de sus días y estuvo muy bien cuidada por su hija, Delia Rodríguez Acosta. Durante su larga vida, tía Mercedes simbolizó el verdadero significado de lo que es el amor familiar y el compromiso con la puertorriqueñidad.  

 

La vida de tía Mercedes es digna de una película. Nació en Lajas el 25 de diciembre de 1920. Fueron sus padres biológicos Jerónimo (Jerón) Acosta y Ortiz de Santiago y una empleada doméstica de su casa, María Rivera. El día 6 de enero de 1921. Jerón fue a buscar a la bebé para llevársela a sus hermanas para que la conocieran. Llegó a casa de su hermana María Matea Acosta y Ortiz de Santiago, mi bisabuela y le dijo a su cuñado, Antor (Teodoro) de los Reyes Rodríguez de Astudillo y Pérez de Bonilla, te traje un regalo de cumpleaños y de Reyes. Antor había nacido el 5 de enero de 1872.

 

Nunca le dijo a María Rivera lo que había hecho con la bebé. La madre, desesperada, pero atemorizada ante el poderoso hombre, esperó dos semanas antes de buscarlo para preguntar por su hija, este le contestó que la bebé había fallecido. La llorosa madre partió, sin cuestionar al hombre.

 

Sin juzgar, debemos entender la cultura patriarcal imperante en el país en la década de 1920. Los hombres eran dueños de sus hijos, las mujeres no tenían derechos, más aún si era una simple empleada doméstica atemorizada del empleador y de la furia de la “señora” engañada. Debo destacar que, en mi familia, principalmente en la rama de los Acosta y Ortiz de la Renta de Santiago, era costumbre que los hombres recogieran a sus hijos nacidos fuera del matrimonio o de la relación consensual principal y se los llevaran a sus hermanas mayores. Muchas veces estos hijos cargaban el apellido del marido oficial de la mujer con la tuvieron la aventura, pero todos sabían que no era hijo del pobre cornudo.

 

A partir de ese día de Reyes, tía Mercedes, pasó a ser hija de Matea y Yoyo. Me contó la tía que siempre vio a tío Jerón con temor. Sabía del vínculo biológico, pero el sentimiento no era el de una hija con su padre.

 

La década de 1920 fue muy turbulenta en el país. La economía de las antiguas familias poderosas del país se había visto afectada por el cambio de moneda impuesto por los estadounidenses y los terratenientes enfrentaron la negativa de los bancos en subvencionar las cosechas con préstamos pagaderos con la cosecha. Aunque la familia Rodríguez Acosta, no tuvo las penurias de otras, había que lidiar con el hecho de que el patriarca tenía 16 hijos en dos mujeres oficiales y varios nacidos en otras relaciones. Yoyo enfermó de cáncer del hígado en 1926 y viajaba a Ponce a recibir tratamientos. Siempre regresaba con muñecas y juguetes para su pequeña “Cheles”.

 

La muerte de Yoyo en 1927 fue un duro golpe para la familia. Antes de fallecer, el viejo vendió su finca de 300 cuerdas y compró dos más pequeñas para dejar a los hijos de las dos “esposas”, que hasta el momento habían vivido como una gran familia, protegidos y evitar conflictos. A la larga, los conflictos surgieron porque los hijos de Marcelina Pagán y Cruz sentían que los hijos de Matea habían sido más beneficiados en el reparto de tierras y dineros. (Cuando nací, estos problemas eran cosas del pasado y los hermanos vivían en paz).

 

En la finca de mamita Matea se sembraba café, tabaco, quingombós (guingambós), maíz y frutos menores. Pero, llegó San Felipe en 1928 y luego San Ciprián en 1932. Ante las desbastadoras pérdidas, se tomó la decisión de vender la finca, comprar una más pequeña. Mi abuela, María del Carmen Acosta-Rodríguez, quien era la hija mayor y encargada de los negocios familiares porque el hermano mayor vivía en San Germán (Juan José Rodríguez Acosta) estableció talleres de costura y una prospera industria de pitorro (lágrima de mangle, ron cañita…).  

 

Tía Mercedes aprendió a coser desde niña y por supuesto a vigilar el alambique y llenar las pequeñas botellas con el fuerte licor (las botellitas eran parecidas a las de los jugos de uva Welch). Cuenta que todas las mujeres del barrio trabajaban para Carmela y que cuando la “jara” ósea la policía venía, el esposo de tía Mateíta, tío Rubén, policía, avisaba de la redada y si era una desde San Juan que llegaba de sorpresa, las mujeres sumergían los galones en los baldes o bateas llenas de pañales sucios.

 

Durante el crecimiento de tía, todos recordaban la visita de tía Lola Rodríguez de Tió cuando vino de Cuba a visitar a los hermanos y primos que vivían en la antigua finca de los Rodríguez de Astudillo en lo que se conoce hoy como el sector Christian y en ese entonces era el barrio Ancones de San Germán y Lajas Abajo de Lajas (carretera 321). Los niños crecieron declamando los poemas de Lola, cantando la Borinqueña y soñando con una patria libre y soberana.

 

“Me enseñaron a ser puertorriqueña desde niña”, comentó en una entrevista tía Mercedes. “Era un sentimiento de orgullo, de amor patrio. La familia era una mezcla, por papá éramos descendientes de Cristóbal Colón y Juan Ponce de León y por mamá de Pedro Benítez de Pereira y Fernández de Lugo conocido como el Tuerto, conquistador y regidor de Tenerife en las Islas Canarias y de taínos”.

 

“Algunos hermanos de mamá se casaron con descendientes de esclavos, así que, en casaconstituíamos una verdadera familia puertorriqueña con primos de todos los grupos que integran la nación”,

 

La escuela era un tormento. Mientras en casa aprendía a ser puertorriqueña en la escuela querían que fuera “americana”. “También me veían rara porque en casa había heladera y luego nevera de gas, radio y otras cosas que no se veían en otros hogares”.

 

En la inmensa pobreza que arropaba el país en la década de 1930, “en casa había comida y se les daba de comer a todos. Las familias más pobres venían con tres latitas de manteca, ditas o fiambreras (cantinas) para llevarse arroz, habichuelas y la mestura (carne cecina, bacalao, sardinas, pollo, cerdo o lo que se encontrara). En casa había un colmado cafetín y se traía de todo para la casa y para el que llegara”.

 

Escuchar a tía Mercedes rememorar esos años era una delicia. Contaba sobre las tradiciones navideñas, de los asaltos como se conocían las parrandas porque los músicos iban enmascarados; las comidas traiciónales, los regalos que se compraban para los niños más pobres, las fiestas de Reyes y los bailes. Mi tía aprendió a bailar mazurca, polka, danza, bomba plena, boleros y todos los ritmos estadounidenses que se tocaban entre los años 1920 y 1945. Amaba ser puertorriqueña. Defendía a capa y espada su cultura y no la cambiaba por ninguna.

 

Mercedes era la hija más pequeña de la casa, pues la menor de sus hermanos Mateíta le llevaba siete años y los demás eran muy mayores. Creció jugando con sus sobrinos. Los hermanos la aman entrañablemente, la cargaban de juguetes y hermosos vestidos.

 

Cuando tenía 20 años, su hermana Mateíta conoció a una de sus hermanas biológicas por parte materna y le informó que la bebé no había muerto. A escondidas de su mamá Matea, Mateíta la llevó a Mayagüez a conocer a su madre biológica.

 

“Fue una experiencia extraña. Me alegró conocerla, pero tenía temor de ofender a mamá. Estaba nerviosa y miraba para la puerta pensando que mamá podría aparecer y regañarme”. Mercedes ayudó al sustento de su madre biológica quién falleció en el 2003.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, tía estuvo activa en las mujeres voluntarias conocidas como AWVS, American Women’s Voluntary Service. Durante esas andanzas en compañía de sus hermanas y primas conoció el amor.

 

Mercedes se enamoró de Herminio Rodríguez Rodríguez, conocido como Delin. Hombre muy guapo, tío Delin tenía fama de mujeriego y rompe corazones. Para completar era primo segundo se sus hermanos y primo hermano del esposo de Carmela, su hermana mayor, Juan HermitanioJusino Rodríguez. Las hermanas de Mercedes, Carmela, Canda (Cándida Rosa) y Mateíta pusieron el grito en el cielo.

 

Cheles era prácticamente hija de las tres y ninguna quería verla sufrir en manos de un “enamorao”.  Cuando me hicieron el cuento, pensé que tía era una nena como de 15 años y tío Delin un “aprovechao”. En realidad, tía tenía 25 años, para los estándares de la época una vieja jamona. Tío Delin se llevó a tía y luego se casaron.

 

El matrimonio duró 60 años, pues tío Delín falleció en el 2005. Delin y Mercedes tuvieron cuatro hijos biológicos: Herminio (ingeniero), David (policía retirado y dueño de una compañía de seguridad), Digna (falleció de esclerosis múltiple en 1980, era enfermera) y Delia (trabajadora social). En 1964 adoptaron a Providencia Edna (soprano y traductora).

 

Mercedes y Delin fueron un matrimonio sólido que supo enfrentar los retos que la vida les impuso. Delin tuvo dos hijos fuera del matrimonio, pero sus infidelidades terminaron a los 36 años cuando Mercedes se llevó a sus hijos para casa de su madre y le hizo escoger. Tío Delin siempre hacia el cuento. “No sé qué me pasó, yo amaba profundamente a Mercedes, pero la época, el machismo… bueno cosas de hombres. Pero a los 36 me dediqué totalmente a ella y a mis hijos”.

 

La pareja fue muy próspera. La familia se mudó al barrio Susúa de Sabana Grande donde primero trabajaron en la agricultura y la cría de cabros, luego pusieron un restaurante y un garaje de gasolina.

 

El matrimonio sacaba los lunes para pasear por la isla, como novios, pues los domingos eran para visitar a la familia. Ayudaron con el sustento de sus madres y compartían con sus hermanos. Los sobrinos sabían que tenían un lugar seguro donde llegar (por ejemplo, mi tío Hermitanio se llevó a la novia en 1965 y la llevó a casa de ellos, hasta que se casaron).

 

Fueron los padrinos de boda de mis padres. Desde que tengo uso de razón, siempre íbamos a su casa. La antigua casona contaba con un vergel con una fuente y bancos estilo plaza desde el cual se observaba el valle de Lajas.

 

Son muchas las anécdotas que podría contar sobre la vida de mis tíos, pero debo concluir este escrito. Mis tíos me regalaron mucho amor. Tía Mercedes era el tronco de esta gran familia que constituimos los descendientes de los Rodríguez de Astudillo y Acosta Ortiz de Santiago. Con su partida termina una era, un siglo de vida que nos conectaba con los bisabuelos y tatarabuelos. Una conexión que nos enraíza en lo más profundo de esta hermosa patria que llamamos Puerto Rico.

 

Descansa en paz tía Mercedes, los que quedamos continuaremos luchando porque nuestra cultura identitaria no desaparezca.