Vuelve Juracán

Cultura

(San Juan, 12:00 p.m.) Atiende, Urayoán. Se acercaba el mes de las ofrendas y oraciones de la diosa Guabancex, diosa de los vientos, destructora y renovadora de la tierra del Valiente y Noble Señor, Borikén. La gran cacica Macukí, como todas las vueltas al sol, reunía a las mujeres y a los niños para contarles cómo surgió de las aguas la isla del Valiente y Noble Señor, pero esta vez había tardado. Tras la muerte de su esposo, el cacique Ayuquibo, ella tomaba el mando. Poco después, no paraba de soñar con terribles catástrofes.

Entonces, decidió convocar a los sacerdotes de todo el Borikén para que la ayudasen a entender el significado de sus sueños; pero primero deberían ir al Cuo, sitio sagrado, cerca del calichi de El Yunque, donde habitaba el dios Yuquiyú.

Venían tiempos difíciles, dijeron, más difíciles que las aterradoras visitas de Guabancex, diosa de los vientos de lluvia y destrucción. Vendrían emisarios de ella, peores que Guatuabá, porque vendrían en forma de hombres con el color de la muerte y ojos de vidrio turey.

Los truenos saldrían de sus manos, incendiarían sus bohíos, poblarían las islas, cambiarían sus costumbres, matarían a sus hombres y preñarían a sus mujeres; pero el sueño de la cacica era algo diferente: He visto los hijos de Borikén con los colores de los dioses muertos y otros del color de la noche; los he visto luchando con Guabancex, una y otra vez.

Por eso los reúno a todos invocando el espíritu de nuestras madres ancestrales. Guasaba, mucha guasaba para la sangre y vida de nuestros descendientes, para que no los abandonemos, para que sepan escuchar al viento callado y moverse a tierras altas, encontrar las cuevas que los protegerán, porque Guabancex se hará cada vez más grande e implacable en los aires donde habita, porque ellos no cumplirán con los sacrificios y ella vendrá con sus brazos largos de ira a derrumbar las montañas y a tragarse las arenas de las playas por el hueco bajo de su vientre.