¿Otro plebiscito? [¿en serio, el 7mo?]

Justicia Social

(San Juan, 9:00 a.m.) El cesanteado gobernador Pierluissi convoca a un plebiscito en las elecciones de noviembre de 2024. Si ocurre, será el séptimo o el octavo en los últimos setenta años. El número es infinito. Habrá otros. Puerto Rico es la única colonia que pretende decidir su estatus político mediante referéndums. Ningún otro país lo definió así.

  Las soberanías se alcanzan en las guerras o en las intrigas internacionales. Puerto Rico es único. Aquí todo se hace diferente, peor o mejor. 

El desafío es singular. Es una paradoja. O un nuevo paradigma.  ¿Cómo conquistar en la paz lo que se perdió en la guerra?

Esta nación, forjada a contrapelo del dominio español, tuvo, entre 1897 y 1898, una breve y ganada autonomía política y cierta soberanía comercial. Mejor que ahora. No había entonces conflictos  entre Puerto Rico y Estados Unidos. Estados Unidos llegó sin causas, sin invitación,ni provocaciones. Llegó con sus cañones y sus condiciones. Ahora, bajo la sombra de su bandera, es ilícito invocar la guerra contra su dominio y su impuesta legalidad.

Entre 1898 y 1950, cuando había mayorías o amplios sectores independentistas, no hubo celebración de   plebiscitos. No le eran convenientes a Estados Unidos.  No fue que no hubo reclamos perentorios. Lo pidió Hostos a McKinley en 1898. Lo pidieron De Diego, Matienzo Cintrón y el partido unionista desde el 1904. Albizu, a partir de 1925, invocó el derecho inalienable a la independencia. Estados Unidos reprimió y prohibió el arrojo patriótico. Primero, criminalizó las gestas libertarias. Después, demonizadas y apabulladas las filas independentistas, privilegia la colaboración y la indecisión. No somos nosotros, dicen los congresistas. Son ellos, los que no se deciden, afirman. Desprecian el derecho internacional. Ese que los obliga a descolonizar, sin excusas, a Puerto Rico.

Se trata del juego de la indecisión. 

La independencia no es un asunto electoral.  Si lo fuera, la mayoría de los países serían colonias. Porque las colonias existen por su impuesta y obligada conformidad.

Desde el1898, lo sabemos. La soberanía del territorio reside en el Congreso federal. Allí la secuestran. No se alteró o se modificó la condición colonial, en 1952. Contamos con todo el gobierno local que permite el gobierno federal. Es el mínimo movimiento posible dentro de una camisa de fuerza. Para muchos, es conveniente. Intentar cambiarlo, es costoso y peligroso.

Por eso, jugamos el juego colonial. En el Partido Popular Democrático (PPD), el juego es útil.  Fabricaron un discurso apaciguador: el pueblo eligió libremente la opción de ser colonia. Los estadistas en el PNP, por su lado, descubrieron el silogismo colonial perfecto: la estadidad es una futura fantasía lucrativa. Ambos partidos son cómplices de  perpetuar la colonia. Unos, negando lo evidente. Otros, con nuevos disfraces. El resultado es la pobreza extrema y la quiebra moral, económica y social del país. 

Los plebiscitos en Puerto Rico carecen, por lo dicho, de legitimidad y valor político. Incluso, han perdido gracia y sentido. En 1952, a raíz del referéndum que aprobó la constitución del Estado Libre Asociado, el gobernador Muñoz Marín proclamó la solución definitiva del statu. Fue una proclama fatua. Cada plebiscito demuestra su inherente contradicción. Solo intentan encubrir la ambigüedad y la sinrazón del colonialismo. Porque, con pocos o muchos votos, solo la independencia es un derecho. Lo demás, es comedia.