Hace apenas un día estaba con el niño mirando el mar. Sentí la inmensidad de todo ese azul, cielo y mar. Estuve serena. No había ningún miedo que elucubrar. La vida está hecha de esto, me decía, momentos. A Madre le queda poco, pero ese es el proceso de la vida, me decía. Qué más me puede traer la vida en este tiempo de crisis. Respirábamos profundo el aire con litio natural del mar.

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a Ivania Zayas

Los silencios pintaron de muerte la medianoche. Cruzando la vida sola, como un puente de suspiros, tu voz llena de escarcha el corazón de los recuerdos. Así caminabas poeta cantora, libre, con tu guitarra a la espalda. Sola, cruzando la vida. Tus versos bañaban de nostalgias y querencias al público frente al micrófono. Tu palabra paría rutas de libertad solidaria. Esa última noche ibas bajo las estrellas silentes ante el inesperado capricho de la ruta. También la vida sola cruzaba tomada de tu mano, pero la muerte se enamoró como un vendaval de tu voz y envió a un insensible espectro. El verdugo se fue a la fuga, en su cobardía te dejo tirada en la calle, pero tus canciones siguen lloviendo como pétalos en tiempo de balada a la eternidad.

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Ten cuidado, dijo el Hombre amigo, tus paseos se han convertido en historias de los deambulantes de la calle más rica de San Juan. Escribo mientras me como un chocolate blanco. Estoy esperando que lleguen las palabras adecuadas entremezcladas con incertidumbres, juicios y demás extrañezas.

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La acompaño al recital dedicado a excelsos poetas organizado por el sindicato pro rescate del patrimonio literario. Ella leerá poemas de su autoría, de López Suria y hasta de Julia de Burgos. Llegamos a la actividad no encontramos tantos escritores como esperábamos, sino siluetas que frotan sus propias voces entre las palabras. Me pesan sus silencios sin silencio. Respiro con dificultad y ella me dice que no me apure. Noto que nadie en el lugar tiene ojos. El rostro de ella frente al micrófono llueve sílabas, devora versos, absorbe la sangre de aquellos comunes fácilmente reconocibles en los manuscritos deshojados de cualquier editorial pretenciosamente desconocida. Llueve muerte sobre la muerte. Ellos no reconocen poemas ni autoras, no entienden las palabras, pero uno grita qué bella es esa nena, otro cuchuchea y es amiga de… y palmean borrachos de hormonas e ignorancia. Su voz se agolpa en mis entrañas. Hiede a muerte. Ella me mira, la miro. Nos damos cuenta de que duermen. Ella vuelve al micrófono y lee el segundo. No despiertan, solo aplauden una y otra vez, aunque el despertador les desgarre la sangre. Allí no hay poetas, solo pinceladas de nombres y apellidos. Nos vamos del lugar bajo la lluvia de silencios reciclados. Al volver la vista, los fantasmas siguen aplaudiendo.

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Signe se encuentra sentada en la cama de un hospital ruso en Vladivostok sin saber cómo vino a parar ahí. Tiene un pasaporte italiano, pero no habla italiano; tiene cientos de miles de rublos rusos, pero no sabe de dónde los sacó; tiene un móvil, pero sin memoria—salvo a una nota con una dirección en San Petersburgo. Como si fuera poco, el primer recuerdo que recupera la pone como testigo de un asesinato. Sin nadie en quién poder confiar, decide fingir que todo está bien y se monta en el tren transiberiano hasta San Petersburgo. Naturalmente, ella busca saber quién es la chica que se esconde en su memoria; busca respuestas. Sin embargo, su travesía y encuentros con todo tipo de gente extraordinaria le revelarán mucho más de sí misma de lo que espera.

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En la actualidad, aparte de la corrupción, entre los principales males que aquejan la sociedad española destacan el del desempleo y el de los desahucios. Y este es una consecuencia directa de aquel. En efecto, aunque ha  experimentado una decaída leve últimamente, hace un par de años el número de parados españoles traspasó la barrera psicológica de los seis millones.

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A Emilio Díaz Valcárcel y a mi abuelo

Fuimos con ansias de vivir un romance más cercano a los libros. Fuimos con esa sed en nuestro inconsciente de solo tomarnos de las manos, porque ya nos habíamos tomado completamente, el uno al otro, en tantas otras noches. Fuimos para ver a Emilio Díaz Valcárcel. Yo había encontrado Figuraciones en el Mes de Marzo entre los libros viejos de mi abuelo, una tarde de verano soleada y fresca, gracias a la cercanía del mar, cuando aún no terminaba la secundaria. Era una edición de Seix Barral que aún conservo en una gaveta, a pesar de que en esta velada universitaria que rememoro nos compramos la nueva recién lanzada por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico.

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