El "plástico" en el cine

Cultura

Era una noche de jueves social en uno de los pueblos más frecuentados por la juventud universitaria, que compone el casco metropolitano borincano. Mientras caminaba por el asfalto machacado podía escuchar la canción Plástico de Willie Colón y Rubén Blades que retumbaba las bocinas de uno de los negocios aledaños, mas no le preste mucha atención. Entre medio de la algarabía acostumbrada, coincidí con una excompañera de la escuela secundaria que no veía desde aquel entonces. Luego de dar y recibir los cordiales saludos y haber contestado satisfactoriamente preguntas convencionales como: ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo te va?, la conversación giró y se asentó hacia un interés compartido: el cine. Ella, había culminado sus estudios de grado hace un par de años atrás, pero ahora se hallaba tentada a incursionar en cualquier rama que estuviese ligada a la cinematografía. Sin embargo, antes de proveerle con alguna sugerencia, le pregunté por sus intereses primordiales y me contestó: “Irme pa’ Hollywood, pa’ hacerme de chavos.” A lo que respondí con una sonrisa sosa seguida por un gesto afirmativo que denotaba entendimiento pero no complicidad; el himno salsero de Blades y Colón, que había dejado de sonar para darle oportunidad a Marvin Santiago y su Estaca de guayacán, permaneció perforado en mi mente.

La aspiración fundamental de mi excolega para justificar su papel en la creación de películas se reduce a la palabra dinero. Esa meta perteneciente estrictamente al plano comercial de la realización cinematográfica jamás ha sido un buen punto de partida para ningún puertorriqueño que en algún momento u otro haya intentado forjar su espacio en dicho campo. La realidad, (generalmente hablando, salvo casos extraordinarios que comprenden la excepción y no la regla) es que son muy pocos los bienaventurados que se han llenado los bolsillos con plata por meramente hacer películas. Una imagen que incesantemente se le vende al público como pan de piquito sobre el cine (y que mi excompañera sin duda alguna compró) es la de los “adonis y madonas” del universo publicitario cinematográfico: nombres e historias pre-fabricadas por los medios de comunicación masiva (impulsadas por sus propias y poderosas industrias fílmicas) que constituyen un grupo privilegiado, una tribu donde es muy difícil entrar, donde se dan palmaditas entre ellos mismos.

Para el resto de nosotros, privados de la gracia y opulencia del todo poderoso don dinero, el “hacer cine” se torna con mayor facilidad en labores de amor puro. Hacer cine es hacer contacto, es luchar por derechos, llevar a cabo esfuerzos comunitarios y/o educativos, participar de talleres, charlas, conferencias, muestras, procesos burocráticos y mucho papeleo. Quien aspire a ello debe desistir desde un principio en planes caprichosos de gran enriquecimiento monetario o se encontrará chocando contra una pared. Colocar valores capitalistas en un pedestal conlleva a un tren de pensamiento singular, el ‘yo’ por encima del ‘todos’. En el área de producción audiovisual esto también se puede traducir a una irresponsabilidad en el contenido del material que de por sí desmorona cualquier noción de compromiso social. Si no se imparte un buen sentido de cultura e historia (propia) por encima de estos intereses plásticos, estamos y continuaremos condenados a la mediocridad.