Si el poeta Edwin Reyes hubiera estado aún entre nosotros, cumpliría 70 años, el próximo 3 de julio. Y dedico estas líneas para recordarle pues el autor de Crónica del vértigo ha dejado una huella entrañable entre amigos y lectores, que con el paso del tiempo crece. Tanto desde la poesía que le vincula al Grupo Guajana, como sus columnas en el suplemento cultural En Rojo, que fundó en Claridad, Reyes no dejaba indiferente a nadie, porque mientras otros callaban él alzaba su voz. No de otra forma pudo producir páginas como las de Son cimarrón para Adolfina Villanueva o Balada del hombre huérfano.
De Edwin Reyes se puede decir más, pero lo dejamos en este punto. No queremos concluir sin antes hacer un llamado para que no se deje de lado su obra inédita. Con esa aspiración culminamos este pequeño homenaje, aquí en Breves en la cartografía cultural.
A continuación compartimos una de sus poesías más conocidas, La muerte del poeta, incluida en su último poemario que lleva por título El arpa imaginaria. También dos poesías que le dedicaron al momento de su muerte, acontecida el 2001, los escritores boricuas Eric Landrón y Edgardo López Ferrer.
La muerte del poeta
Edwin Reyes
por la calle de San Sebastián
bajo un lento río de luz
una curva profunda
por la que va flotando
el cuerpo luminoso de Ofelia
ni un perro se mueve en la tarde
sobre los adoquines azules
va formándose un charco
de prematura noche
Ofelia es un lirio
adormecido por la muerte
cuando pasa por el Colegio de Párvulos
una monjita la ve pasar
y se estremece al sentir
esa súbita ráfaga de belleza
dorar las rejas del portón
debe ser una puta en La Perla
piensa la monja
y se persigna bruscamente
Efraín El Loco iba doblando la esquina de San Justo
con su fiero turbante de apóstol
y su violenta mano de amigo
cuando el suave cadáver de Ofelia
le pasó por delante ¡es la virgen! rugió el loco
y cayó de rodillas sollozando
los ojos abrasados por el resplandor del cielo
el poeta estaba más abajo
en la acera de Tony’s Place
solo tomando una cerveza
con un hermoso libro de las cartas
de Henry Miller a Hoki Tokuda
pensaba en el amor precisamente
mientras miraba el río prodigioso de la calle
que tanto le hacía añorar
el ya lejano río de su infancia
fue entonces cuando notó el fulgor sereno
del cadáver de Ofelia que bajaba
lo reconoció enseguida
por el aura fatal de su hermosura cabeza de niña
el poeta tembló de dolor
pero más quiso contemplarla
de pie a la orilla del río la vio pasar y la quiso
soñó que era otro río el que pasaba
intentó detenerla con sus manos y ya no la vio más
al otro día
los alumnos del Colegio de Párvulos hallaron posado en la acera
un libro cubierto de rocío
y más allá
un puñado de flores extrañas esparcido por los adoquines
de la calle de San Sebastián
*
Al hermano Edwin Reyes
Eric Landrón
Decir Edwin, es decir
Maestro y hermano. Coraje, riesgo y Pasión de fogaje,
Poeta del vértigo y de los laberintos,
Piloto de los misterios picaflores o en picada,
Frutero de la vida agria y dulce, venenosa y nutritiva,
y de las verdes, Edwin, por las maduras.
Cineasta entusiasta
de historias con más comienzos al vuelo
que inquietantes finales felices.
Inquilino de los Destinos sencillos y campeadores.
Profanador de tumbas lapidarias de los íconos,
Blasfemo de la injusticia venerada en otros templos.
Cazador
de los pasos de los sabios ancianos,
de las semillas que derrotan a los desiertos,
de las lluvias torrenciales de la alegría,
del dolor incrustado que reta, esculpe, zarandea y enseña,
y del Genoma Humano serpenteando
como chorro esquivo de incienso y fuego en el alma eterna.
Decir a Edwin, es decir,
Corsario de la ternura
para el abordaje de los sueños.
Mordiendo, perpetuo y entre dientes,
un puñal de amapolas
en el paladar de los sentidos,
y con un mar abierto y liberto
azotando, incólume,
al viento, al sol y al salitre
entre ceja y ceja.
*
A la memoria de Edwin Reyes
Edgardo López Ferrer
¿Quién habita
el aire
de tu madrugada,
compañero?
¿Será la austeridad
de tu mirada
otra luz
de tu cantar sereno?
¿Quién anda
por la noche
que inventaste para la tierna luz
de tu palabra amada?
¿Será la piedra
dulce tiempo
en el fulgor
de tus manos?
Sólo sé
que el dolor
es un abultado espejo;
que la memori
a es otro juego
de la nada;
y que de tanta
vida
ardida la luz es ya
tu música soñada.