Primera lectura del umbral a la voz: sobre la novela En el umbral de tu voz de Dalia Stella González

Crítica literaria
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“Palabras no quieren salir por mi boca.

Se me caen las palabras…

El sonido no manda,

por eso no tiene palabras”.

-La voz de Sergio

En el umbral de tu voz de Dalia Stella González es un texto ingenioso en el que mezcla la mancha de tinta convencional de la novela con instantes de guiones radiales, dibujos, poemas, canciones, cartas y un cabal registro de intertextos bíblicos en los que se fundamenta la trama y la simbología del texto. La novela cuenta la historia de una familia que enfrenta el reto de criar a Sergio, un niño autista de nueve años imposibilitado de hablar. También nos narra parte de las circunstancias de la ciudad de Laer, un espacio citadino postmoderno en el que el mayor reto es construir la torre más alta del mundo para que al fin la ciudad adquiera su propia voz.

En el umbral de tu voz inicia in media res con la voz del niño Sergio, a quien ha caracterizado valiéndose de una perspectiva en primera persona. Con la misma voz finaliza, reiterando la capacidad del niño para reflexionar sobre su ser. En el resto del texto, se intercalan las perspectivas de la tercera persona narrativa en voz omnisciente y la primera persona narrativa introspectiva y actante de Sergio.

La voz se Sergio, esa que piensa, pero que no pronuncia, se vale de colores para describir las cosas. No es un simple ejercicio de relacionar objetos y colores. Es una denominación abstracta. Por ejemplo, como detesta el color amarillo, le ha asignado el mismo a la voz de su padre, prácticamente ausente y quien lo consideraba un fracaso. El cerebro de Sergio funciona mediante significados (imágenes) y aunque no tenga mayores conocimientos sobre los significantes fónicos humanos, su capacidad para aprender música es genial. Tiene un don musical con la viola provocado por una hipersensibilidad auditiva.

¿Cuál es el efecto de esta estrategia literaria en que se intercalan perspectivas y voces literarias? La narración en primera persona actante nos expone al personaje que aparentemente no tiene voz pero que, a su vez, reflexiona sobre su impedimento lingüístico frente a otros obstáculos más graves que exhibe su espacio. Sergio vive en Laer, una ciudad en la que nadie se habla, ni se mira y mucho menos se abraza; algunos “con o sin razón aparente formaban una rabieta” o se obsesionaban con objetos. Sergio y Laer son analógicos: Sergio no puede (aunque quiere) pronunciar palabras, se le dificulta el contacto visual y el físico (aunque ya se deja abrazar y besar por su madre) sufre de rabietas y se identifica con el control remoto de su tren. La historia y características de la ciudad y de la familia de Sergio inmersa en la misma y en el niño, nos la ofrece la tercera persona omnisciente.

Sin dejar detalles desatados, Dalia Stella González logra que entre la arquitectura de la ciudad y la anatomía del cerebro de Sergio exista un paralelismo. La ciudad de Laer funciona igual que el cerebro del niño: sin palabras pronunciadas, con imágenes de cosas importantes, mediante los colores que se provocan, sin conexiones que permitieran un tránsito cómodo de ideas y rumbos. Sin embargo, Sergio y Laer son antagónicos: en Laer se mueve el tren sin satisfacer las ansiedades de los citadinos apurados. Para Sergio, un tren en movimiento circular, como el suyo de control remoto, es perfecto para calmar su ansiedad. Mientras que Sergio lidia con sus circunstancias de la forma en que se le posibilita, el colectivo de habitantes de  Laer vive un autismo de masa.

Como se cita en la novela, según el italiano Bruzo Zevi, la arquitectura “diamana propiamente del vacío, del espacio envuelto, del espacio interior, en el cual los hombres viven y se mueven”. Por tal razón, el espacio vacío de la ciudad hay que repletarlo con la arquitectura de un edificado sin propósito trascendental. Por el mismo motivo, los padres de Sergio tienen esperanzas de escuchar palabra edificadas en los silencios de Sergio: para darle vida y acción.

Es como la Metaphoris (nombre del tren), quiérase decir, la metáfora de la observación en movimiento: “un vagón delantero enlazado a otro… como capítulos de una vida o la trama de un libro”. Sergio tiene que vivir la tragedia de que su tren está detenido porque ha perdido el control remoto, mientras que el alcalde se ha obsesionado con la Torre de Lebab. El interés de Hugo Rocanyolo es que se construya la Torre de Lebab (Lebab es Babel) para que sea un “objeto que aglutine a las masas” como él mismo señala, para lograr sus ideas de grandeza nacional. Para Isaí, arquitecto encargado de la construcción de la torre y padre de Sergio, también sería un símbolo de su propio poderío pues pensaba que la concepción de la torre era su oportunidad de crear lo que en su hijo no pudo: “una criatura perfecta, un hijo para la ciudad… a su imagen y semejanza”. Según el arquitecto, “esta torre tendría voz y hablaría al mundo”. Nada de esto veía Isaí en su hijo.

Mientras Rocanyolo e Isaí solo se interesan por construir una torre que sitúe al vacío Laer en algún punto de interés mundial (lo cual se obtendría sencillamente con dinero), Lara, desea que el niño Sergio, su hijo, conquiste ciertas capacidades. Es interesante el uso del verbo conquistar. La mujer está consciente de las posibilidades de su hijo y, lejos de idealizarlo, sabe que él habrá que ganar habilidades con esfuerzo, venciendo sus dificultades.

Con gran sensibilidad recibe, por ejemplo, la noticia de que su hijo, el que no puede fijar la mirada, expresarse con palabras, jugar con animosidad con otros niños, ha conquistado la posibilidad de consolar el llanto de otra niña ante su pérdida. Esta conquista no la poseían los habitantes de Laer aunque sí estaban capacitados para pronunciar sus pensamientos mientras conectan sus palabras, pues la abstracción en sí mismos los ha llevado a renunciado a tales posibilidades. Laer está habitada por ciudadanos que “están en su propio mundo”: aislados por la tecnología y el desinterés por los demás. Son posmodernistas sin modales ni camaradería. Laer está gobernada por un individuo para el que es un pleito con qué materiales construir la torre, mientras que para Lara es un suspiro, una esperanza, saber que su niño se construye poco a poco, sin nada material.

¿Qué representa Sergio? Sergio es la anulación de una ciudad vacía e inconexa. Para el alcalde Rocanyolo, la virtud de Sergio para tocar la viola y ser una voz impactante para la callada ciudad de Laer, es un distractor para su proyecto arquitectónico y económico. Para Isaí, es un niño incompleto, un proyecto en el que falló y del cual debe reivindicarse. Lucio, el maestro de música de Sergio, reflexiona respecto a las trampas del lenguaje. Para él, el niño era virtuoso, precisamente por no poder hablar. Mientras que para Isaí, su hijo se encontraba “en algún lugar de ese cuerpo”, para Harold, compañero de Isaí, Sergio era maestro “de la esencia de eso que llamamos vida”. La madre, por su parte, lo nombra su mejor poiesis pues ella, como poeta, aprendió que “para apreciar mejor las palabras se precisa comunicarse con los silencios”, con los de su hijo, quien se convirtió en su mejor disertación sobre la diferencia entre el hablar y el decir. Para Lara, Sergio es invencible ante la adversidad porque no reconoce el concepto ‘maldad’, como la poesía.

La ciudad dejó de sentir; sus habitantes viven el caos del inmutado devenir. Lara “se acostumbró a beber la felicidad en pequeños sorbos, en diminutas victorias”, mientras que su hijo las tragó a bocanadas: dio su voz con la viola y con la satisfacción de un padre que lo miró con orgullo y una madre que no dejó de recalcarle su excepcionalidad. De Laer no hubo excepcionalidad que mirar con pasión.

Dalia Stella nos mostró a una ciudad tan cercana a la nuestra, en un estado franco desinterés en la que se piensa que una torre tendrá más voz que un niño. Para Isaí, Sergio es un edificio incompleto que encerraba una voz; un cuerpo que apenas le servía de umbral. Para responder al padre del niño, la escritora cedió al personaje de Harold la metáfora más eficaz de la novela: “los edificios no son para encerrar a las personas, sino para cobijarlas. El cuerpo también fue creado para abrigar al alma”. Por eso Sergio iba tocando su viola en el tren: porque un edificio, sea de piedra o ladrillo, no puede luchar contra el gusto de una ciudad por tener alma, y esa alma fue la del niño, que como un tren en movimiento fue del umbral a la voz.