El Cuarto del Medio

Historia

Nunca lo usábamos. Cubierto por un largo pedazo de tela de cortina que hacía de puerta, unas ventanas siempre selladas, y una lámpara que no recordamos la última vez que se encendió, la oscuridad de la habitación era evidente desde casi cualquier punto de la pequeña casa.

Nuestro hijo de dos años gustaba de pararse tras la cortina que cubría la entrada del cuarto del medio, jugando al esconder. Al principio lo dejamos, y hasta participamos con él preguntando en alta voz, “¿dónde está Antonio?, ¿dónde está Antonio?” Esto parecía ser el más inocente y sano de los juegos, además de provocarle al niño una risa que nos endulzaba la existencia. Pero luego de varios días, nos dimos cuenta que éste, poco a poco, extendía el tiempo en que la cortina tapaba su rostro, mientras se aventuraba a dar algunos pasos, cada vez más arriesgados, cerca del escalón que dividía la sala de las habitaciones. Era extraño, pues ya a su edad, había aprendido exactamente donde estaba el peldaño, además de haber desarrollado la habilidad de escalarlo o descenderlo, con la debida precaución y destreza. Pensamos que tal vez era la risa del retozo la que agitaba su emoción, impidiéndole la prudencia de un juicio que lo ayudara a prever el conocido peligro del escalón. Por ello decidimos prohibirle la travesura de esconderse tras la cortina. Ahora, cada vez que lo intentaba, le decíamos, "Antonio no", lo cual casi siempre lo hacía detenerse, con la ocasional estrategia de ignorarnos, y ver hasta dónde podía adentrarse en el cuarto del medio.

Encontramos toda esta interacción normal por demás, hasta que nuestro otro niño, el de tres años, se unió en coro a nosotros, llamándole la atención a Antonio cada vez que éste intentaba su tierna, pero peligrosa ocurrencia. Sin embargo, nuestro hijo mayor, el cual nunca se aventuró a jugar con la cortina, y mucho menos entrar al cuarto oscuro del medio, le advertía a su hermanito, no de los riesgos de la grada que no veía, sino del "bimac" que vivía en el cuarto, y que para él era obvio ser el responsable de confundir y tratar de empujar a Antonio a tropezar con el escalón. No sabíamos de donde éste había sacado la palabra “bimac”, pero sí era indiscutible que se refería a algún tipo de personaje, o monstruo, que moraba, según él, dentro del cuarto.

Hurgábamos nuestra memoria, en la infructuosa búsqueda del origen de la palabra “bimac”. Nos la repetimos varias veces en voz alta, experimentando con diferentes entonaciones y segmentaciones, a ver si dábamos con su significado. Nada funcionó. Y preguntarle a nuestro hijo mayor era una empresa baldía, pues éste se limitaba a repetirnos la palabra “bimac”, añadiendo un gesto con las manos y la boca, que indicaba lo frustrado que estaba de que no entendiéramos algo tan elemental. Desistimos del esfuerzo, rendidos a que tal vez el tiempo nos ayudaría en nuestra pesquisa.

En las noches, los cuatro dormíamos en el cuarto de la derecha. Dos grandes camas eran suficientes, y la combinación de quien dormía donde y con quien, variaba de noche a noche. Pero los pequeños eran bien apegados a su madre, y casi siempre me dejaban solo en la cama que, por tener soporte, estaba un poco más elevada que la otra. Imagino que eran como las tres o cuatro de la madrugada cuando despierto, e incapaz de recuperar el sueño, le echo una mirada a la familia, para asegurarme de que todos están cubiertos por las sábanas. Grande fue mi sorpresa, e inmediata la preocupación, cuando sólo veo a mi esposa, acurrucada entre las frisas, y a ninguno de los niños con ella. Salgo entonces a toda prisa del cuarto, y a unos pasos de la puerta, me tropiezo con mi hijo mayor que, mirando hacia el cuarto del medio, y señalando la oscuridad que dejaba entrever la cortina corrida, me dice, “Antonio, bimac”.

En vano hemos buscado por toda la casa y, por supuesto, en cada rincón del cuarto del medio. Y aunque dicen que el tiempo todo lo cura, no ha pasado un solo minuto, en los últimos nueve años, en que no pensemos en nuestro querido Antonio. Nuestro hijo mayor, camino ahora a su adolescencia, parece no querer recordar nada. Y la palabra “bimac”, aún de origen desconocido, jamás se ha vuelto a mencionar en la casa.