Gay en Nueva York, boricua en Puerto Rico: La escritura liminal de Manuel Ramos Otero

Crítica literaria
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En una entrevista con la escritora y crítica literaria Marithelma Costa, publicada en la revista Hispamérica, Manuel Ramos Otero comentaba lo siguiente:

Constantemente repito que para mí, en Puerto Rico siempre fue

más fácil ser puertorriqueño que homosexual, y en Nueva York

es más fácil ser homosexual que puertorriqueño. (61)

 

Esta doble identidad nacional y sexual se problematiza en sus dos poemarios por medio de la metáfora  silenciosa del SIDA en El libro de la muerte (1985) y a través de la aceptación final de su condición de seropositivo en Invitación al polvo (1991). Por un lado, tenemos a un hablante lírico que oculta su infección por VIH a través de máscaras celebrando su identidad gay desde el lugar privilegiado de un balcón en la calle Norzagaray del Viejo San Juan, desde el cual se ven desfilar todos los personajes teatrales del poemario.  Por otro lado, en Invitación al polvo, el hablante lírico afirma su doble condición de boricua y de gay en el espacio aparentemente liberador de un apartamento en Nueva York, pero marcado ya por la pandemia inmisericorde del SIDA y “la soledad terrible pero necesaria” de la metrópoli (Costa  63).

En este trabajo, me detendré brevemente en la disyuntiva de un locus político-sexual que se plantea en el discurso poético de Ramos Otero, a través de una escritura liminal (o que concierne al comienzo de alguna cosa) en la que se intenta resolver la alienación de la falta de un tercer espacio gay; tanto desde la nacionalidad como desde la sexualidad siendo éstas dos caras de una misma moneda.  Diríamos que el aquí (San Juan de Puerto Rico o Nueva York) y el allá (Nueva York o San Juan de Puerto Rico) aparecen dilucidados tanto en El libro de la muerte como en Invitación al polvo por medio de negociaciones constantes de diversos desplazamientos espacio temporales de un lugar al otro.  Es decir, el locus, la ubicuidad, el dónde, los sitios o los espacios de ambos poemarios permiten construir lo que Enrique Giordano llama “the mapping of the urban space” en su ensayo “Urbania and the Re-Spatialization of the Queer Desire”. Siguiendo a Edward Soja, Giordano señala que la erotización del espacio urbano es una manifestación de un tercer espacio que no es ni masculino ni femenino sino decididamente homoerótico:

Urban space is presented as a labyrinth construed by

infinite possibilities of third spaces…  This complex

interrelation among different lived or ‘about to lived’

spaces does not exclude the different manifestations

of heterosexual otherness.  (3)

 

En el caso preciso de Ramos Otero, tenemos a un hablante lírico tanto en San Juan de Puerto Rico como en la ciudad de Nueva York viviendo en ese tercer espacio y construyendo lo que Michel de Certeau llamaría una “visión panóptica” en The Practice of Everyday Life, donde observa la ciudad desde el piso 110 del ya fatídico World Trade Center.  Para de Certeau los transeúntes de las ciudades son los que escriben el texto urbano sin ser necesariamente capaces de leerlo.  Ramos Otero hace desfilar en El libro de la muerte a personajes que habitan el espacio del Viejo San Juan en el cementerio de mármol italiano cercano a la calle Norzagaray y estos mismos personajes son los que se encargan de amariconar, en su esencialidad queer, a una ciudad llamada San Juan (como la denominó René Marqués).  O dicho de otro modo: personajes como el Vampiro Nechodoma, la insaciable Moineau (“Ruin Señora de la Playa Perpetua de Anímone”), Marina Arzola o el Cojo de la Norzagaray, entre muchos otros, se encargan de homoerotizar el espacio de San Juan para que el hablante lírico pueda construir un tercer lugar desde el cual escribir. Teniendo siempre presente que, como dice la voz del poema “ESTAMOS EN LA TUMBA DEL GRAN ILUSIONISTA de mujeres solitarias”: “Nueva York es una piedra donde brilla la luna” (17) o el locus alterno e intermedio a las contradicciones del Caribe hispánico en su represión deliberada de la homosexualidad.

Como nos dice el autor en entrevista con Marithelma Costa:

Me había dado cuenta que Nueva York era una ciudad donde podía vivir sin sentirme perseguido todo el tiempo.  En Puerto Rico

sentía muchísima persecución debido a la apertura de mi sexualidad. (59)

 

Estos “pedestrians speech acts” de Michel de Certeau o el hecho de cómo cada paseante se apropia momentáneamente del sitio que pisa, se puede apreciar mucho mejor en dos momentos de Invitación al polvo en los que la voz poética menciona directamente la ciudad de los rascacielos:

Gracias, Señor, por habernos enviado el SIDA.

Todos los tecatos y los maricones de New York,

San Francisco, Puerto Rico y Haití te estaremos

eternamente agradecidos… (62)

 

La primera mujer moderna fue Sor juana Inés de la Cruz.

Una pena que hoy no fuera la momia azteca más moderna

del Museo Metropolitano de New York…  (70)

 

“Nobleza de sangre” es el poema del que proviene la primera cita.  Este texto, ya clave en la estética ramosoteriana, nos ilustra a manera de oración todo el resentimiento del autodenominado “sidoso” que se lamenta irónicamente ante el Señor por el supuesto castigo del SIDA.  Se va de Nueva York, a San Francisco, a Puerto Rico y Haití o se desplaza desde dos importantes centros gays estadounidenses hacia dos lugares marginados en el Caribe. Los tecatos o adictos a las drogas y los maricones periféricos de estos lugares le agradecen al Señor “por [su] aplomo de Emperador del Todo y de la Nada (y si no [se] equivoc[a], de Católicos Apostólicos Romanos)” (62).

La mención de Sor Juana en la segunda cita, esa rebelde por excelencia que fuera la monja mexicana, ubica al hablante en el registro de esa rebeldía dado que la momia de la escritora no existe ni está en el Museo Metropolitano de Nueva York.  De ahí el lamento del transeúnte que al llegar al Museo marca el espacio citadino con la ausencia de esa momia azteca que de existir hubiera sido la más moderna del museo hoy en día.  También en El libro de la muerte había ya Ramos Otero mencionado a Sor Juana en una magistral reescritura de sus famosas redondillas “Hombres necios”: “…de alas ¿para quién? ¿de machos necios que acusáis al maricón sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis?“ (66). El hablante lírico, tanto de El libro de la muerte como de Invitación al polvo, se ubica como un transeúnte o flâneur (en el sentido baudeleriano de Walter Benjamin) que se apropia del espacio que recorre.  Tal como nos dice Michel De Certeau:

…spatial practice is inseparable from the dream place. To walk is to

lack a place. It is the indefinite process of being absent and in

search of a proper.  (103)

 

Y como apunta Giordano sobre este particular:

…cada caso de un individuo en la ciudad equivale a un proceso de

enunciación.  Esto supone una estela de enunciados que deja tras

sí. (3)

 

Sin embargo, estas pisadas no son sino la marca de una ausencia, de un vacío, como la momia ausente de Sor Juana en el Museo Metropolitano.

Earl Jackson, al analizar al sujeto como un constructo social, sostiene que la base de la estrategia contradiscursiva del sujeto homosexual es constituirse y concebirse como una doble articulación que crea una identidad social escindida: se es homosexual dentro de marcos cerrados que lo permiten.  Curiosamente, no debemos olvidar que Ramos Otero escribe El libro de la muerte entre Puerto Rico y Nueva York en su viaje fallido del 1977 (Costa  61). En ese entonces, intentó radicarse de nuevo en la Isla para volverse después a Nueva York al sentirse perseguido (Costa  59).  Invitación al polvo lo escribe entre Nueva York y Puerto Rico, cuando finalmente vuelve a la Isla a morir de complicaciones del VIH/SIDA el 7 de octubre de 1990. Su segundo poemario se publica póstumamente en 1991.  Esta doble articulación Nueva York/San Juan de Puerto Rico está en el corazón mismo de la escritura liminal de Manuel Ramos Otero como un escritor que nunca encontró una ubicuidad negociada entre ambos espacios: ni como gay en Puerto Rico ni como boricua en Nueva York.

En una carta inédita del 2 de febrero de 1985 (conservada en la colección del Seminario de Estudios Hispánicos "Federico de Onís" de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras) nuestro autor comenta lo siguiente sobre el exilio en su Novelabingo:

…en nuestro caso, digo, el de los puertorriqueños, hay que

entender la vivencia neoyorquina como una apertura contra

el colonialismo isleño.

 

Siguió siendo homosexual en marcos cerrados que se lo permitieron (la academia, la literatura y el arte) pero conquistando un locus decisivo y liminal para otros escritores gays boricuas que lo siguieron en el obligado peregrinaje neoyorquino; como Ángel Lozada con La patografía, Abniel Marat con Poemas de un homosexual puertorriqueño, Moisés Agosto y Joey Pons con Poemas de la lógica inmune, Daniel Torres con Morirás si da una primavera y Alberto Sandoval Sánchez con Trasbastidores/ Back Stage.