Prólogo de visión ocre

Crítica literaria
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HACE ALGUNOS AÑOS ADQUIRÍ UN CUADRO con el rostro de un hombre, del pintor Mauro Osorio. Hoy en día él es Director de Arte de Indeleble Editores. Dicha pintura -por algún tiempo- estuvo colgada en la sala de mi casa, parecía como abandonada, viendo a la nada. Recientemente lo cambié de lugar y lo llevé a la biblioteca. Al colocarlo sobre la pared que forma ángulo con la librera de ciprés curado -de pared a pared que se construyó para ordenar parte de la biblioteca-, me percaté que su mirada incurría insistentemente en la sección de narrativa guatemalteca que tenemos. La compilación de los libros de esta sección nos sirvió hace algunos años para realizar la Antología del Cuento de la Guerra. Las huellas de la pólvora, una compilación urgente que no ha dejado de tener vigencia, en un país donde la ignominia se presenta cada día vestido de violencia.

En las noches, el insomnio es frecuente y en esos amaneceres repaso mentalmente, cuando no leo, los proyectos y programas que nuestra Editorial ha ido construyendo y las publicaciones que esperamos poder realizar. Una de esas noches observaba al cuadro que a su vez orientaba el tono ocre de sus ojos a los anaqueles, sabía que su mirada, en específico, recaía en la sección de narrativa. Luego, intuí que ese atisbo masculino me presentaba una opción para uno de los programas editoriales que nos hemos propuesto y que no hemos podido realizar. Hace un par de años se concibió una propuesta de obras completas con algunos autores destacados del siglo XX.

Autores que por su trascendencia y mérito estético merecen la publicación de su trabajo como un ineludible reconocimiento. Recuerdo ahora que entre los objetivos se concebía al libro como un vínculo de nuestras identidades con las nuevas generaciones, fortaleciendo la espiritualidad del país al reconocer sus valores estéticos en la obra literaria de sus creadores. Además, el objeto libro se presenta como una opción para ampliar las alternativas del tiempo libre. La lectura se convierte en un recurso más para la recreación. En conclusión, las obras completas de algunos escritores guatemaltecos trazan la meta para la revaloración misma de la obra a través de la impresión y circulación del libro.

Ahí la madrugada me dio su acierto, una opción disponible a nuestros recursos editoriales. Así que sin más preámbulos me dispuse y me lancé a la tarea; repasé la lista de los autores propuestos para la colección de obras completas, le añadí otros de mis gustos estéticos y reuní estos cuentos en la antología Guatemala. Narradores siglo XX.

En esta época de «géneros», podrá suponer alguna contradicción el criterio de realizar una antología con la narrativa solo de hombres. Sin embargo, creo necesario apuntar que hace un par de años nuestra Editorial lanzó -al mercado- una excelente antología de cuentistas guatemaltecas compilada por el crítico boliviano Willy Muñoz. Un trabajo que reúne, desde la investigación académica, a quince autoras guatemaltecas, que incluso, para muchas mujeres «académicas» pasaban totalmente desapercibidas. Esa antología está más allá de las violentas posiciones de género, es una antología artística. Willy, quien guarda a distancia la aldea de esquinas gastadas, en su trabajo incluyó los cuentos de las creadoras que por su valor literario era necesario compilar en el libro y no como ha sucedido en otras antologías «de mujeres» que por amiguismos o complacencias de posición incluyen determinadas autoras.

El arte adquiere su justa dimensión en la arista de la libertad, cualquiera que sea ésta; necia la realidad que anuncia su miseria. No existe un arte de «compromiso», existe el arte como consecución del «espíritu» creador humano. No hay arte de género, etnia o religión por anunciar algunas categorías, hay creadores comprometidos con causas políticas, estéticas o de cualquier otra índole.

Al hacer el balance debo dar las gracias a Willy por ese libro y, además, porque me hizo reflexionar sobre la necesidad de impulsar una antología de narradores, que al igual que muchas escritoras, tienen el estigma del abandono. Guatemala, como muchos países -subdesarrollados-, tiene una política editorial por parte del Estado indolente para con sus creadores. Además, en el caso del país la violencia institucional por más de cuarenta años de fin del siglo XX ha dejado una sociedad desencajada en todos sus parámetros humanos; la percepción del arte no es ajena a este proceso histórico.

El arte, en particular la literatura de este país, durante el siglo XX, estuvo siempre controlada por los intereses de un sector de la sociedad, que sin importar el género violentó a los creadores y las creadoras para mantener un «arte» acorde a un ordenamiento social pre-establecido. Basta recordar las dos largas dictaduras, Cabrera y Ubico; así como las décadas de los años setenta a ochenta en las que a gran parte de los escritores se les consideró peligrosos por evidenciar en sus creaciones la miseria de la realidad. Como un colofón, la censura, la autocensura y el exilio son acápites de esta dinámica de persecución. Buena parte de los autores seleccionados en esta antología sufrió en carne propia los designios del poder.

El siglo XX es un siglo necesario e ineludible, es el período de la consolidación artística «nacional», antes de esta centuria no creo que sea coherente hablar en Guatemala de un cuerpo debidamente definido de creadores y creadoras. Un siglo en el que se adquiere identidad con aspectos propios de un entorno que se llama simplemente Guatemala. Sin embargo, es importante acotar la larga tradición literaria, desde los escritos pre-hispánicos, los cronistas desde el XVI al XVIII, las sátiras de los escritores del siglo XIX, en fin todo un bagaje histórico. Lo importante a resaltar dentro de las condiciones del siglo XX la dinámica de «industrialización» para crear un arte de carácter nacional sobre lo regional.

Vivimos en un tiempo, como cualquier otro, lleno de contradicciones y desdichas, la maldad del «espíritu humano» se permea, como siempre, por la miseria. Hoy existe la violencia social y los restaurantes de comida rápida, tenemos a los políticos locales y las trasnacionales del poder, también poseemos el lujo de la memoria y la necedad por el arte, como una posibilidad para el enriquecimiento de la vida misma.

Por todo lo anterior, repaso mentalmente las lecturas, recuerdo con viva emoción los cuentos que he leído y que al cabo del tiempo -un tiempo sin calendarios obviamente- me gusta volver y recrearme en sus argumentaciones. Entonces la categoría que priva en esta antología es el criterio estético y se aparta de las taxonomías de generaciones e ismos literarios. Aunque en lo personal guardo un profundo respeto por los académicos, no se ha utilizado ninguna metodología de análisis crítico para hacer la compilación. El ordenamiento de los cuentos corresponde al año de nacimiento de los autores. El objetivo principal de este libro es dar a conocer con amorosidad a los creadores más destacados del siglo XX. Me retiro a mi esquina personal, me alejo de las camarillas literarias y de las innecesarias intrigas de pueblo sobre las actuaciones de los escritores. Incluyo a todos aquellos creadores que de alguna manera me han permitido gozar en la lectura y han creado procesos de abstracción sobre los más variados temas de la vida humana.

Presiento el amor puramente humano, en un hombre que trotaba por las praderas de la vida pareciéndose a un caballo, en El hombre que parece un caballo. Su reclamación se conduce por los caminos de la amistad. Rafael Arévalo Martínez anuncia con su palabra al hombre que contradice su condición -lo humano- y se encamina hacia lo zoomórfico, tal vez presienta la lealtad o la traición.

En su imaginación brota la redención, Carlos Wyld Ospina deja la constancia que todos los humanos tenemos límite para la maldad. En el cuento De dura cerviz, el salteador de caminos se reivindica ante el amor de una hija.

El gran lengua, Miguel Ángel Asturias, con su palabra refleja en El espejo de Lida Sal las angustias de la mujer que ama y quiere ser amada. Ella recorre el delirio ante la imposibilidad del amor del hombre amado.

Con un dedo que acusa sobre nuestra conciencia, Flavio Herrera dibuja al señorito que es capaz de condenar a la mujer amada por sus prejuicios éticos de «buena familia», de costumbres recatadas, al infierno de la prostitución. En el cuento Una..., la cualquiera, la perdida se interroga sobre su futuro y aborda la vida desde su condición de mujer marginada.

Con el ojo puesto sobre la mira, Alfredo Balsells Rivera aborda uno de los temas cruciales de la violencia. En El venadeado, el autor material de un crimen, con la ironía propia del asesino, deja un improperio sobre nuestra conciencia ante la impunidad.

Con la piel del Santo no se juega, Francisco Méndez cuestiona la fe de nuestros dioses. En El Santísimo la imagen se hace duda, la deidad camina por los estrechos abismos de lo humano hasta perder su condición de dios.

En un rincón cerca de la soledad donde habita la piel del hombre, se encuentra la ruta para el destierro, la isla, ese muro de navajas se hace imprescindible, nuestra última frontera, la interior.

Para derrotar a los fantasmas que nos habitan ahí está La isla de las navajas y Mario Monteforte Toledo riendo ante su propia libertad.

Desde la más fina ironía Augusto Monterroso le dice a los comunes, los simples, los más, esos borregos de conciencia negra que le rinden un tributo a la memoria de sus grandes hombres. En La oveja negra se inmortaliza la estatua de nuestros fantasmas, el miedo a lo diferente, los demonios de un tiempo que se convierten en estatuas del camino para recorrer otro tiempo.

De ese torrente de palabras sigo con la cabeza perdida en un lugar que no aparece, en el cuento que presiento y Cabeza que no siento, Ricardo Estrada crea un monólogo sobre nosotros mismos. Evidencia las angustias de un ser humano promedio como lo somos cada uno de nosotros, dibuja en esa cadencia de palabras lo que nos invade y nos hace vivir.

Una tarde cualquiera, en el punto de encuentro donde el ferrocarril unió sus fauces de acero en el poderoso país del norte, Otto-Raúl González traduce los sentimientos de los oprimidos. Un jefe apache desde su dignidad ofrece su redención, pero la burla termina sobre el discurso mal traducido y lo convierte en héroe. El cuento Toro sentado parodia su propia agonía.

Su palabra cose la ternura a los fantasmas, a los muertos; la muerte se aprecia sobre el dolor. José María López Valdizón deja caer una lágrima de expectación sobre la resurrección para amar más allá de la muerte. La vida tiene dos caras, una de ellas, la esperanza, como sinónimo de libertad ante un mundo injusto.

Desde su ternura, Marco Antonio Flores regresa al lugar secreto de su tiempo, un tiempo sin horas ni fechas. En El fantasma del abril se ven los recuerdos en la pupila ajena hasta convertirla en nuestra propia pupila.

El tiempo se mide por las estaciones, una boa apunta su recorrido entre dos instantes del infinito reloj de la vida. Desde su duda Mario Payeras reconstruye amorosamente un trazo migratorio por la ruta de lo humano. Ahí el poeta demuestra su amor por la vida en la Historia de la boa ratonera que no sintió pasar el tiempo.

Como un juego lúdico de colores Marco Augusto Quiroa impone su propio ritmo para envolver al lector en la creación, su fantasía se hace sueño al verse en los ojos del lector. Receta para escribir un cuento es la fórmula sin subíndices o signos para vivir la vida desde la ironía de los desposeídos.

Luis de Lión escribe su amor con palabras que rebotan sobre nuestros sentimientos. Tarzán de los monos la parodia perfecta sobre nuestras miserias. En su argumentación aparece la justicia social, la ecología y los dedos de los niños que recorren la tierra, su tierra. El viento juega con los sueños, los niños juegan con el viento y se arremolinan, se hacen uno y dejan la ternura vencida sobre sus días.

Se agota el tiempo y la vida se hace miseria, sin rosas y con un soplo de viento. Dante Liano, empuja la vida y la muerte hacia la libertad. El vuelo del ángel es una frontera tenue entre nuestros deseos y posibilidades.

Para reír la vida después de tanto y llorar la propia risa, Víctor Muñoz nos hace recorrer sobre la angustia animal del amor. Su desenfado en Relato brevísimo en donde se da a conocer la forma mediante la cual, Aparicio Ramírez, en medio de un violento ataque de cariño, atenta contra la vida de su fiel, pero desafortunado perro es un recurso indispensable para gastar las horas de nuestro calendario con la risa en los labios.

La agonía tenía un rostro, se hizo múltiple, se creció. Franz Galich punza sobre nuestros ojos el asco. El ratero transita por los obscuros túneles de la ignominia humana. La resurrección posible consume su día y nos convertimos en ese violento animal que pierde el asco y come cualquier cosa, hasta ratas.

En El vampiro de la zona cinco la rapiña merodea sobre la ciudad, una antropofagia se evidencia en una sociedad enferma. Adolfo Méndez Vides sin poses ni argumentaciones inútiles evidencia ese paraíso que se agotó y se convirtió en carroña.

Parado y escondido entre sueños Juan Antonio Canel invoca toda la ternura y la entreteje con las ilusiones por vivir, los días de gastar la alegría. En El mecánico de sueños un derruido auto sonríe desde su estructura, su humanidad y la imaginación se la da el viejo mecánico que impone sus ilusiones por la vida.

Camina como gastado, los días se perdieron y espera que regrese otro calendario, Cortázar se burla de nosotros y Luis Aceituno lo sabe. En La visita de Cortázar queda una señal para el futuro, encontrar el camino depende de cada uno.

Sonriendo desde su animalidad la rana recuerda que la princesa en rana se convirtió y el sapo príncipe, sapo se quedó. Rodrigo Rey Rosa deja correr el agua, remueve los viejos paradigmas en El agua quieta y nos hace pensar en otro orden, subvertir las ideas de lo que somos.

Finalmente el criterio y los prejuicios de dicha antología son un derecho exclusivo del antólogo, de ahí, sus ominosas cargas y sus debidos aciertos. Un siglo XX que había que des amordazar, este libro es una de las múltiples cronologías de su tiempo. Después de realizada la selección una duda asaltó el criterio, la respuesta se me hizo necia, el criterio priva sobre los autores mayores de cuarenta años, ellos son partícipes de una época. Probablemente habrá que realizar una antología sobre “los bastardos del siglo XXI”, su bastardía irrumpe por la orfandad de utopías.

Al final, el hombre de mirada ocre observa profundo desde la portada las posibles e infinitas rutas de un libro. Por las noches todavía veo el cuadro, nuestro hombre de atisbo perdido ríe conmigo por la necedad del arte, nuestro arte en la palabra.

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