Elba Díaz o la geografía descubierta de una voz

Crítica literaria
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Terrena, como decir tierra atada al alma, tierra grande, tierra de atisbo y asombro. Terrena luz, camino, punto cardinal revelado, prístino y, sobre todo, una voz en esa unión de las imágenes que se convocan y se viven. Cuando la profesora y poeta Elba Díaz se nos acercó con estos poemas que nos descubren una y otra vez al paradigma exacto que la poesía intenta, todos los días alcanzar, recordé a Gabriela Mistral y su libro póstumo Poema de Chile publicado por Doris Dana, su editora y secretaria personal en 1967, tras dos años de trabajo, y que contenía poemas escritos durante 20 años por Gabriela y que al momento de su muerte quedaron dispersos buscando su natural punto de origen.

Al igual que aquel génesis que Doris Dana alcanzó en una radiografía luminosa sobre dos viajes fundidos en los versos de la poeta a saber el viaje geográfico por la extensa tierra chilena, el paisaje capturado, tupido en camuflajes, explanadas, albas y ocasos destellantes en poder y grandeza, fauna y flora libres y, al mismo tiempo, entrelazados con una heredad invencible, y en el otro paralelo, el viaje interior, el viaje que convoca, que exalta, que desprende, que inicia, que hace tiempo de soledad y a su vez alumbramiento en el mensaje, Elba Díaz nos brinda, y repito la palabra, una radiografía de su viaje por las tierras de la vida, su vida, la vida y el lenguaje de los seres cercanos, habitables, su vida callada hija y creadora de su interior; sensaciones, paisajes de júbilo, sombra, soledad, deseo y, sobre todo, se hace indispensable en esa visión extemporánea de lo vivido, ya más que ella en una gran poesía.

Fui leyendo los poemas perdido en la metáfora de un Rainer María Rilke y ese joven poeta comunicador de un universo estallado al asombro y luz, que motivaba las cartas, las líneas a trazarse más allá del tiempo, el atrevido cauce que no hace otra cosa que abrir el surco y hacerse continuidad. Cada poema, como debe ser, me fue cautivando en su entorno, su signo, su destinatario, interior y exterior, su templo ofrecido. Cada poema fue el índice a todas las palabras elegidas; palabras que en sus vestidos y andares crearon una tierra de vendimia.

Terrena, y otros poemas de vendimia, publicado por Casa de los Poetas editores, se conforma en tres hemisferios: Motivos, Cuenta Corriente y su última parte, Contraportada. En Motivos se inicia el viaje con un poema que es pórtico al trayecto del libro, Tú, que desnuda sin pausa la fuerza que lleva el ser humano en su diversidad o la obra de su identidad, su complemento fijo e imponente lo que lo lleva a su destino, a su fundición en oro, o cobalto, quizá madera, estaño, O el polvo que resume en una ecuación cercana a la divinidad, o lejos de sus sombras:

Puedes ser o no ser lo que tú quieras

ave o puñal que se desliza

entre las flores amarillas de la tarde

o entre la voz constante

y sin fronteras de la sangre


Oro y cristal

pero también el polvo que levantan

los dioses cuando suben

al pedestal eterno de la vida.


(Tú)

El poema narrativo de John Milton Paraíso Perdido (1608-1674), considerado como un clásico de la literatura inglesa, y que ha dado origen a un tópico literario muy difundido en la literatura universal y cuyas actitudes acaban por revelar el mensaje esperanzador que se esconde tras la pérdida del paraíso original. Y es que todo poeta vivo es oriundo de un paraíso perdido y encontrado en las maneras en que su verso ordena; no queda en él voluntad que no sea echar a la imagen esa geografía que se deslumbra ante su ojo hermoso, pero desleal a su sueño y cegadora. En el poema de Milton, el cielo y el infierno representan estados de ánimo antes que espacios físicos; en Terrena, el viaje interior es un estado de ánimo que deambula y conversa con sus propias revelaciones, es un cielo o un infierno corto y veraz solo imaginable en la poesía.

En ese mismo estado que vamos descubriendo como lectores se va asomando la esencia de la fertilidad y la maternidad. Es un poema de este primer hemisferio que no podemos olvidar y me refiero a María, no soy…otro paraíso en silencio se va acercando al vientre que contemplaba lo creado; otro surtidor de luz abre el paraje ante el prodigio que siempre cautiva en la anunciación y el nacimiento, y es que todos como estado de vida nacemos muchas veces, sin embargo este punto de llamarse vida ante toda muchedumbre es siempre un poema conmemorativo del ser en su estado primero dubitativo, luego acendrado hacia el respiro y el rumbo. Y sí, tras el título de este poema hubo una mujer antes anónima en Galilea que se llamó María, después de la visita del ángel y el viento casto y abrasador partido por la divinidad. De esos pasajes neotestamentarios, surge la historia más amada de toda maternidad, pero nuestra poeta lo sabe decir entre todos los polos del alma, y la sangre:


Espina dulce en el costado amargo

cirio de polvos en los altares blancos,

aplauso del profeta nuevo, árbol que anda sin negar sus hojas

a los que en el desfile de la burla

queman los panes,

queman el vino

venden el fuego,

María no soy, y no te conocí, ¡ay hijo mío!

Más hoy gracias a ti, mi sangre

es semillero de amapolas en los campos

y flor en altar del corazón,

de todo un pueblo.

(María no soy)


Queda aquí entonces la estirpe regalada al vientre infinito de la naturaleza. Queda pues, desde este poema la gran humanidad de unos versos que nos realizan y reptan. Durante esta primera parte de Terrena se recogen lienzos ya decididos que van desde la ilusión, el amor, la espera y hasta el cristal dulce de un bolero de Pedro Flores, Obsesión que mi memoria imagina cantado por Daniel Santos al perfil de la Sonora Matancera antes de la llegada de Hemingway, o Frank Sinatra en ese malecón cubano bendito de corales y tatuado de parejas en fiebre de amor y otros derribos de la piel. Hago hincapié en un elemento mágico que sucumbe en color y otredades: Alfonsina Storni, nos ofrece el mar. Dejo el descubrimiento al lector.

La segunda parte o hemisferio del libro se titula Cuenta Corriente y pareciera que fuéramos a hablar de activos o pasivos, débito o crédito, cierres hipotecarios o empréstitos. Sirve la envergadura de la poesía para invertir y con éxito los términos; los poemas exaltan brevedad y a su vez audacia, sagacidad vuelo imaginativo. Cada poema en su emisor y destinatario lleva un temple edificante y en esa magia de la brevedad a la cual muy bien Shakespeare ha titulado ingenio se desbordan a la mirada del lector temas de contumacia como lo son la memoria, el tiempo y su escondida burla, el amor, la contemplación de cómo la naturaleza expande su hegemonía a veces sinfonía, siendo pura y dominante y desde luego flor primera; la dimensión y su encierro exquisito donde miramos nuestra piel, la piel primera y postrera y la continuación del tapiz, hecho por la poeta en un sólido andamio de imágenes y correspondencia; el discurso frondoso y siempre legítimo del camino donde Antonio Machado conversaba con la voz que le azuzaba y lo convertía poeta; fórmulas de poesía que se van demudando que la poeta hace de sí misma buscando su esencial resonancia.

Poemas cortos, largamente inolvidables, poemas cortos que llevan a al gran poema del libro: su vendimia y testimonio de una búsqueda, en gran tierra, de ahí Elba Díaz es terrena, de trópicos, a sol o sombra, tenaz e incitadora. Deseo detenerme un poco en el poema que cierra esta segunda sección Cuenta Corriente que me parece uno de los más logrados cantos de rebeldía y de victoria interior que he leído en mucho tiempo; como nos dice el mismo poema la poeta asciende sobre toda trampa de la cotidianidad y sus aliados menores, sí, menores porque la poesía atraca y al igual que José de Diego en su brecha de todas las almas como lanza, o Julia de Burgos abandonado los homenajes, la burguesía y sus charanas y disfraces, Elba Díaz, poeta, en vuelco magistral, nos brinda su homenaje de mujer, de ser entero, de viento del pueblo:

 

hace tiempo abandoné los nudos

que recogen la sal y la ceniza

porque

mi vestido es hoy y hoy es nunca

por eso,

los que venden umbrales y almacenan paredes

los que copian el día en esferas cerradas

los que en la sombra entierran la vida boca abajo

sin flor y sin semilla

esos,

esos no pueden quitarme nada. (Cuenta Corriente)


Contraportada, la última parte del libro encierra un álbum de de encuentros con los amigos, los sentidos y otra vez el tiempo. Repasa las fotografías de ella entre la natura que se siempre corre innumerable y unos nombres que no diré y que dejo a ustedes los lectores de este libro como insumo de imaginación, y así, Terrena, y otros poemas de vendimia deja en nosotros un viaje que invita, que espera; un viaje que nos convierte en sus pasajeros de luz o soledad, de belleza o duelo, de oficio de poeta, demostrado. Si bien aquella geografía del Chile repasado por Gabriela desde su Mar Pacífico hundido y metálico, su estepa lectora de los cielos de descanso o de borrasca, su gente, su ceremonial humano inmemorial que canta y no nos olvida como ritual contemplativo de ese interior, que ya es del mundo, Elba Díaz, en océano personal lleva en este poemario la cruzada que hace viva la poesía desde su vivencia y su luz en silencio, develándonos. Es así, como la poesía impresiona en su sencillez e inmensidad:


Río, luna y tambor

río que suena

y va riendo a la riada

Río hondo de la vida que te alcanza

aunque llueva

aunque duela

Centinela bajo el cielo

en la muralla desprendida de los sueños

doble espejo de la luna

en las sombras y en las luces de la nada.

Luz que suena retumbando

en las paredes del alma.

(Río Luna y tambor)


La poesía entonces es la dación del hombre, a su voz; esa geografía que nos descubre, nos hace caminantes y seductores de un constante orden de renovación y enhorabuena, poeta.