Crítica y gestoría literaria en Puerto Rico

Crítica literaria
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No me considero un crítico literario ni un filósofo moderno, aunque he publicado un libro de aforismos El sur y su siniestra en el que trabajo con el pensamiento de carácter filosófico. Los críticos literarios ya sabemos dónde están y lo que hacen. Yo me considero una persona con algunas opiniones (no diré que humildes) y me atrevo a expresarlas independientemente de que agraden o agredan al que las lea. Nada más ni nada menos. Sin afán de sistematizaciones que son las que conllevarían al quehacer filosófico en plenitud. Aunque me encanta la crítica, la filosofía y las polémicas. A las que nunca he rehuido.

Nuestra crítica literaria sobre todo la de la prensa escrita está asimismo: crítica. Bien finita. Como se sabe la crisis arropa todos los ámbitos del país. De esta manera también está en crisis la crítica literaria, la producción artística y su difusión: teatro, actores, la plástica, la música popular y demás. Cada escribano escribe al parecer para complacer los gustos anquilosados en materia literaria de El Nuevo Día y sus críticos dominicales que padecen de una ceguera terrible.

Creo que en el campo de la literatura no hay nada peor que un crítico serio que da por sentado que es en rigor un asunto sagrado la razón de su existencia, por eso terminan creyéndose superiores a los artistas que suelen tomar como blanco de sus pretenciosas y arrogantes oscuridades. Peor aún y como señalaba Pascal que “si el crítico era muy viejo ya estaba demasiado harto de su oficio para molestarse en poner criterios a sus juicios” y terminan por no saber demostrar al lector siquiera si el autor ha cumplido con lo que el autor en realidad se proponía, con lo que quería hacer y no con lo que el crítico quería o pretende que se haga. Si esa es su pretensión es entonces buen momento que el crítico se ponga a escribir y se deje de crítica, que abandone su inveterada pedantería.

El diario El país de España en uno de sus artículos (26 de noviembre de 2011) comenta la posición de 22 intelectuales de primer orden sobre el estado de la crítica en Europa y en Estados Unidos, y sus conclusiones en resumen son las siguientes: Que se dedica más espacio a los asuntos del mercado que a los culturales, y que si ésta continúa hablando igual que los mercados será innecesaria y redundante, que muchas veces la mucha significación del crítico es directamente proporcional a su insignificancia (¡qué enorme verdad!). Que el principal defecto es cuando los críticos escriben para ellos o sus amigos y no escriben para el público. Que la importancia de los blogs sobre los medios impresos es abrumadora y se confunde la crítica con destrucción, por tanto la legitimidad del “gran crítico” o del periódico ya casi no existe, no ha ayudado a incorporar lectores de manera significativa. Hablan de falta de rigor en el aparato crítico, pérdida de influencia en los lectores de la crítica, no se suelen juzgar los libros con los criterios de una larga tradición crítica. Demasiada vanidad de la crítica en existir, falta de espacio, de tiempo y de afán literario. Y que la mayoría de la buena crítica ha pasado a mano de los académicos, los profesores e investigadores.

Todos señalan que la crítica en Europa y Estados Unidos ha sufrido un golpe fatal. La cultura del espectáculo ha sustituido a la cultura del razonamiento. Señalan que las reseñas son meros resúmenes de las obras y elogios indiscriminados o castigos esperados. Además afectan enormemente a la buena salud de la misma los compromisos editoriales, institucionales y los amiguismos. Argumentan que los críticos deben analizar lo que les gusta y es buena literatura y no lo que está de moda. Y lo peor de todo que los lectores han comenzado a descreer de juicios propiamente ´´estomagantemente sibaritas y empiezan a atender a los juicios de los lectores rasos.´´

Que el rasgo más llamativo es la propensión a una brevedad extrema que tiende a favorecer el impresionismo analítico.(¿letras que invitan?). Que se comparten demasiados saraos y vida socio-literaria con los escritores y no quieren pelearse con ellos (es decir el caculeo de toda esta fauna en nuestro país) y que la mayor parte de la crítica resulta publicidad encubierta extrema. ¿No les parece que todo lo anterior es sintomático en nuestro escaso mundo crítico de la prensa escrita también en nuestro país?

Luego en un apartado que lleva como título uno muy apropiado Ni golpear ni babear resume los atributos de una buena crítica: situar al autor, decir qué es o qué representa el libro en su obra, ubicar el libro y juzgarlo de acuerdo a una larga tradición literaria, informar educar, no establecer relaciones públicas, decir lo que piensa el autor y también el crítico sobre el tema del libro, ni golpear ni babear una opinión ponderada y mesurada son más convincentes que un exabrupto y prohibir los adjetivos publicitarios, y etc. Todos estos criterios compaginan a la perfección con los vicios críticos de nuestra prensa escrita.

Por eso es que en Puerto Rico son verdaderamente deplorables los escritores que desfallecen por una buena crítica y se pliegan a las costumbres, gustos y caprichos literarios de los comentaristas de turno y los alaban y los buscan y le tienden la alfombra roja en cualquier ocasión y corren muy nerviosos hacia ellos cuando publican algún texto buscando sus indulgencias o pagándolas a veces con cenas, alabanzas y otras especies. No se debe olvidar lo que señalaba Sartre que el crítico literario es el pariente tonto de la familia social.

Es entonces un gran peligro convertirse en el escritor favorito de algún crítico mediocre de estos (aunque claro existen algunos que son realmente serios y responsables) porque al fin y a la postre se termina para satisfacer al crítico al que ya se le conocen sus preferencias o sus juicios previos y no se escribe entonces para legar unas obras que perduren. Porque la vida ¿hábil? de muchos de estos críticos es muy efímera y la de las páginas literarias de los periódicos aún más. Todo el que escribe para complacer la crítica pase de un momento, ya perdida toda la gracia, se convierte en un escritor del pasado. Esa es la desgracia de los críticos oficiales que suelen terminar en el olvido. No se debe ser especial para ningún crítico ni para nadie porque se corre el riesgo de perder la libertad. Esto último lo aprendí de la mística oriental. Y la poesía es muy celosa no le gustan los que se venden por un fragmento de la precaria gloria que otorgan los comentadores de turno sobre todo los de la prensa escrita.

En cuanto a nuestros periódicos, un periódico que se llama un gran periódico y no cuenta con un suplemento literario y cultural es algo inadmisible en cualquier país. En lo cultural recuerdo siempre al suplemento dominical del periódico El Mundo, el Puerto Rico ilustrado, que aún con todas sus deficiencias era muy grato leerlo. No estas dos páginas de cápsulas críticas que nos endilga el gran periódico todos los domingos. Lo mejor de ellos es que son muy sinceros porque tienen una sección que se llama Flash cultural- conmueve tanta sinceridad- porque es eso mismo un flash, más rápido y fugaz que el personaje de culto. Y luego además la conciencia del acto cultural en El Nuevo Día se ha reducido al parecer a la farándula, las modas, las pasarelas, los perfumes, los reguetoneros, que me parecen insoportables como a tantos que no se atreven a manifestarlo y la farándula internacional y las chicas en bikini de los certámenes de belleza.

Sobre los columnistas, ya de tanto leerlos semana tras semana son costumbristas, son por lo general los mismos que tenemos que apurar como una cicuta insoslayable. Muchos parece que no tienen nada que decir y terminan escribiendo una crónica pasajera, pobre de contenido y aún más débiles en el aspecto formal. No es que necesariamente estos escritores carezcan de sus atributos que algunos los poseen y son muy aceptables sino que ya por lo menos a mí me hastía (y me consta que a muchos otros lectores también) encontrarme con la misma plantilla de elegidos. Este se parece al país aquel del mal chiste que era tan chiquito que solo había una calle, un semáforo, un policía, un alcalde, un poste de la luz, un hidrante y un perro que se meaba todos los días en el mismo.

Ya no contamos en la prensa escrita, con los críticos hábiles, comprometidos, bien intencionados, plenos de cultura que no buscan la prebenda ni a la personalidad de turno para escribirle la consabida biografía o crear las relaciones de rigor para mantenerse en el caculeo social. Cosa en la que es muy buena la señora Dolores Hernández con sus libros de entrevistas que son sus mejores ya que por supuesto son escritos por los entrevistados, y sus cansinas biografías de personalidades emblemáticas y otros textos que sirven para terminar en un centro de mesa de una casa solariega junto a una mesa de té.

En el campo de la poesía –cosa muy triste- es difícil encontrar buenos críticos, existen pero están en peligro de extinción- hechos a la crítica constructiva edificante. Siento nostalgia por todo lo que se ha perdido con la desaparición de aquella magnífica cepa crítica de los José Emilio González, Juan Martínez Capó, Josefina Rivera de Álvarez, Francisco Matos Paoli, Manuel de la Puebla y Luis Hernández Aquino y los que se me quedan. Todos además de críticos eran excelentes creadores. Así que me duele no encontrarme con las clarividentes exégesis de aquellas magníficas columnas dominicales de Juan Martínez Capó con la extensión necesaria para cumplir con el propósito de discutir un libro a cabalidad no estas bobadas de media pulgada que publica El Nuevo Día letras que a lo que invitan es a la náusea. Pero todos claman por esa media pulgada.

Sé y me consta, que con esto me cierro las puertas de una posible, futura crítica elogiosa en este diario o algún premio con su pergamino en letras doradas, las tres estrellitas y los dos chocolatitos, pero eso se lo dejo a los que escriben para complacer a estos pitonisos y le ríen las gracias y las debidas reverencias.

Pero a fin de cuentas ¿quién recuerda al censor de Camilo José Cela? Sin embargo si recordamos al célebre autor de La Colmena. O las decenas de críticas adversas que tuvo Pablo Neruda, pero los versos del Capitán, sus Odas y sus Residencias siguen vigentes. Quién entonces se acuerda de la columna que apareció en el gran periódico de tal o cual escritor en noviembre de 2012 por ejemplo. ¿Quién se acuerda del censor de Cervantes o de Quevedo? Eso mismo ocurrirá con estos señores de la prensa escrita y su crítica dominguera.

Es patética la última crítica que se le hizo al libro El pez en llamas de Rafael Trelles en El Nuevo Día, para empezar la foto del libro se publica de lado. Qué horror, y el crítico de turno el ayudante de doña Dolores un tal José Borges el que pone el otro cuarto de pulgadas crítico, en un subrayado editorial dice: “que el texto de RT puede provocar temas de conversación en cualquier mesa de tertulias. El crítico en cuestión también comenta ”que algunos poemas resonarán más que otros según los gustos de los lectores y todos admiten múltiples interpretaciones´´, que” hay que destacar que el libro es una obra de arte en sí, tiene una tapa dura, sus páginas son de un papel de alta calidad para así resaltar las fotografías”. Mis estudiantes de ingeniería que atienden a mis clases de literatura en la Universidad Politécnica están más capacitados para escribir un comentario más serio e inteligente sin dedicarse a este oficio.

Espero que un libro mío que le envió la editorial al señor Borges y que espera por su juicio tenga eruditas condescendencias. Cosa que me importa un bledo luego de los comentarios que hizo sobre el libro de Trelles, a quién le puede interesar la opinión de este señor.

Nuestros mejores textos críticos literarios y de toda índole se encuentran en las revistas cibernéticas y en las publicaciones de las revistas académicas de algunos investigadores serios y en la profusa producción editorial del país. Pero en términos de la prensa literaria la crítica en estos momentos es una sombra abochornada de la que existía en las últimas décadas del siglo XX. Otro de los problemas en este país es que los espacios culturales parecen ser de origen vitalicio. Y se ha creado una casta de honorables académicos y profesionales de sangre azul que se han enseñoreado del espacio cultural del país. Y pontifican y beatifican a sus congéneres de cofradía. Magisteriales, asesores mesiánicos difusores y defensores de lo que para ellos es la cultura, el idioma, las identidades, los valores nacionales con la consabida partida presupuestaria y el nicho bien resguardado.

Desgraciadamente, ahora valen más los presupuestos y las dádivas que la defensa de la cultura. Y tristemente para defender la primera se termina rogando por las últimas. Mírese las cartas cursadas por buena parte hace ya algún tiempo de estos señores que se han atrincherado en las instituciones culturales del país, todos comienzan sus misivas al Estado defendiendo la cultura, el patrimonio, la lengua para terminar rogando por unas pesetas al ministerio.

¡Ah! Y no puedo dejar de mencionar los festivales y los congresos y los simposios y los homenajes y las ferias, qué más se podría pedir. ¿Alguien habló de la espectacularización de la cultura?.

Repárese en este aserto, tómese como ejemplo de los muchos que están en fila (son tantos como los aspirantes a los puestos electivos) a uno(a) de estos(as) aspirantes a autores(as), diestros(as) en refrescar manzanillas como diría Machado y en prodigar elogios y hacer fundraisings y contratar al cabildero cultural que por lo general es un personaje refinado y con dinero de la beautiful people del país de esa que acostumbra salir en la revista Magazine con etiqueta y champagne incluidos y que cuentan con un apellido extraño cuasi nórdico y una vida plena a la que solo le falta el dorado retoque de cierto prestigio cultural y ahí pagó sus impuestos la literatura. Otros más preocupados por el servicio público optan por un puesto electivo para servir a la patria desde otros foros. Los más humildes se conforman con ver su nombre grabado en los gloriosos anales de la literatura nacional.

Todo este entramado de egos discordantes a lo que conlleva es a una exclusión masiva de buenos autores y trabajadores de la escritura a los que los condesitos de la limonada han condenado al ostracismo en su propio país. Antes se hacía más y mejor con menos. Y había más resistencia y disidencia en pro de acciones más inclusivas.

Desde otras trincheras algunos se autoproclamarán poetas nacionales llegarán a dirigir con los fracasos consabidos los institutos, ateneos y otras agencias de la alta cultura. Y todo esto a lo que lleva es al afantasmamiento de nuestro acervo cultural. Si en la política se necesita de mucho dinero para una campaña en la literatura además del dinero, hace falta un buen apellido, una buena sacristía y una cara de lata bien administrada.

Caso a considerar el de la última directora del Instituto de cultura la poeta Liliana Ramos Collado y su golpe de Midas. Un poeta no se puede dar el lujo de ser un mal administrador en un país donde hay tan buenos malos administradores. No es el primero que tiene esta vocación de poder, ya un tanto desvaídas, las de la fama literaria. Pero al menos, haciendo una salvedad, con todas sus deficiencias- y que no es personaje de mi predilección- hay que reconocer dentro de las circunstancias históricas de rigor que el mejor gobernador de este país lo fue un poeta. Esto para que les quede claro a tanto licenciado metido a la política en el país. Claro, cuando ha habido tanto gobernador mediocre no es muy difícil la comparación. Me refiero obviamente a Luis Muñoz Marín. Quien prefirió a ser un escritor, que talento no le faltaba para la escritura (mírese su magnífica oratoria, su poder para encantar serpientes) convertirse en un político impresionante admirado por muchos y quizás odiados por más. Aun así escritos literarios suyos permanecen. Utilizó la palabra para imperar. Y supo a diferencia de muchos poetas emocionar y manipular a los que se dirigió.

Sin embargo, soy de la idea que los poetas deberían escribir poesía y si quieren meterse a políticos esa es su decisión, -su opción es enteramente un asunto de su libertad cívica-, que jamás les negaré; pero, por favor, no nos hagan pasar vergüenza ajena, pues de alguna manera representan directamente al gremio de trabajadores de la literatura. Esa vergüenza, aunque ajena, (también nos enajena), pues de alguna manera incluye al resto de los que continuamos en nuestro oficio.

En una ocasión uno de nuestros comentaristas radiales más cáusticos José Francisco Ojeda se quejaba de un administrador- poeta destacado en un puesto de dirección cultural y dijo por la radio, con su acostumbrado estilo contestatario, que los malos manejos que estaba sufriendo dicha agencia se debían a que se había empleado a un poeta como Director. Francamente fue muy injusto su comentario, no con el administrador-poeta, sino con los poetas en general y me sentí muy mal.

Creo que ya hemos sufrido bastante con varios escritores e intelectuales de la ciudad letrada en estos tiempos, que lo que han hecho en el mundo político y en la administración de los espacios culturales coloniales es el ridículo. Creo que la labor del escritor debe una voz contestataria que ponga en entredicho este mundo de políticos corruptos y no ser partícipe del mismo. Ayudar a transformar la política desde dentro de estas estructuras monolíticas lo que puede es llevar al desprestigio. Por más que los puestos y los presupuestos sean tan atractivos para las consabidas megalomanías. Mírese la historia de los que lo han intentado y llegue usted mismo a sus propias conclusiones, pero esta es mi opinión.

Y esto no quiere decir, por supuesto, que el poeta no trabaje en puestos de dirección cultural o en proyectos de la cultura; pero entrar a formar parte de la política partidista del país por un puesto directivo puede implicar caer en estos momentos históricos donde la corrupción campea por sus respeto en algo muy engorroso y en terminar capitulando con ideologías colonialistas y peleándose por los ya exiguos presupuestos para estas partidas que otorga el gobierno. Y administrar puestos directivos en las agencias gubernamentales es un trabajo, en ocasiones, que toma demasiado tiempo y termina atando al empleado a los caprichos electorales y politiqueros del partido. Derroche de energías que puede estar encontrado con el acto de escribir y producir literatura, alguno de los dos sufrirá las consecuencias y por lo general lo es el acto artístico. Recuérdese a Muñoz. Puede ser muy cuesta arriba, pero a fin de cuentas el mercado laboral está muy precario y hay que sobrevivir.

Decía un importante místico hindú que lo que le correspondía a los revolucionarios era hacer la revolución pero que eso no les daba necesariamente el derecho de administrarla. Y que debían conformarse con las medallas, los bustos y los consabidos honores. En el caso que nos compete, el de los escritores lanzados al estrellato, les debería bastar con los premios, homenajes, ferias, festivales, simposios, congresos en el extranjero y demás parafernalia para el ego. Y ya se sabe cómo han terminado desfigurados la mayoría de todas estas figuras.

Para recapitular, en Puerto Rico, escasos de prensa, hartos de la aristocracia cultural y su hipervalorización en los medios, cortos de presupuesto, faltos de disciplina y sacrificio, y plenos de egoísmo, mala fe, sacristías y amiguismos, nuestra literatura se ha convertido en un juego siniestro en el que vale más la capacidad de ejecutar las debidas estrategias en la hora y lugar oportuno con el marchante de turno, que los méritos y calidades literarias de los autores. Esto es de todos conocido, pero por muy pocos discutido. Entre poetas te vea reza con mucha razón un antiguo adagio.

En relación a los premios literarios, he escuchado barbaridades, muchos comentarios sospechosos: que si ya tienen nombre, que se los reparten entre los cófrades, el grupito de elegidos y los mismos autores que dan el premio, que hay galardones donde el premiado, en el pergamino que se le otorga, aparece como miembro de la junta que otorgó el premio y otras lindezas. Que el amiguismo y el compadrazgo campea por sus respetos, que un reputado apellido no vendría mal. Ni un cargo en algún ministerio o trinchera cultural.

Sin embargo, los que preceden son comentarios que aunque frecuentes en el mundillo literario no puede este suscribiente dar fe de los mismos y como se sabe querido Sancho… hay tanta gente tan mal intencionada diciendo ciertas cosas…. Dios reprenda, pero cuando el río suena tanto, ahíto debe venir de ruinas y escombros.

Crédito foto: Juan Pablo Lauriente, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)