Dulce polvo de diamantes para el vuelo de una garza desangrada: Rosario Ferré

Crítica literaria
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alta Carmelo Rodríguez Torres

Más que la confesión final de un sentenciado a muerte, parece una parejería de muchacha malcriada obstinada en contrariar a la sangre de su estirpe, fundadora ésta de una industria emblemática de la modernidad puertorriqueña: el cemento. “Soy una anarquista literaria irredenta y a orgullo lo tengo. Creo que es la pasión por la libertad lo que me ha hecho ser escritora. Escribo en español y en inglés precisamente porque el bilingüismo está proscrito en Puerto Rico. Y a mí, desgraciadamente, basta que me prohíban algo para que inmediatamente me empeñe en hacerlo. Considero las prohibiciones que responden a los fanatismos políticos y religiosos como un reto. Cada vez que traduzco uno de mis libros al inglés, siento como si me quitara una mordaza. ¡Y estoy afirmando mi derecho a escribir en el idioma que me dé la santa gana! Si pudiera también escribir en chino y en francés, me sentiría todavía mejor”.


Rosario Ferré Ramírez (1938-2016) nace en el seno de una familia acomodada, en la muy señorial ciudad de Ponce, Puerto Rico. Hija del primer gobernador anexionista del país y educada en los mejores colegios estadounidenses, se especializa en literatura inglesa y latinoamericana en la Universidad de Puerto Rico (1985) y en la de Maryland (1987). Cultiva el cuento, la poesía, el ensayo y la novela. Junto a Olga Nolla, su prima y también destacada escritora, funda y dirige una de las revistas literarias más importantes de Nuestra América: Zona de Carga y Descarga (1972-1975). La libertad, el debate y la búsqueda constante hincarán pronto sus banderas en las páginas de esta revista de formato novedoso y carácter irreverente. La misma se convertiría en trinchera literaria de la más nueva y joven literatura puertorriqueña de la década de 1970. Alrededor de esa revista orbitaron reconocidos autores tanto del patio como del ámbito internacional.

Impartió cursos y dictó conferencia en distinguidas universidades en Puerto Rico y EUA. Su obra conquistó importantes galardones internacionales, tales como el que se le otorgó en la Feria del Libro de Fráncfort, Alemania (1992). La versión inglesa de su novela La casa de la laguna fue finalista del premio National Book Award. Obtuvo la beca Guggenheim en 2004 y desde 2007 fue miembro honorario de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. Sus libros han sido traducidos a un sinnúmero de idiomas y son objeto de constante estudio en escuelas y universidades en todo el mundo.

Mediante una escritura agresiva, imaginativa y lírica, dramatiza violentamente la opresión y marginación de la mujer, víctima de los códigos machistas de la alta burguesía y de su mentalidad capitalista. No pocas veces, las protagonistas de sus relatos abren la caja de Pandora y desatan demoledoramente su pasión y su ira contra la injusticia hipócrita de ese mundo burgués y sexista. Su estilo se caracteriza por la densidad lingüística barroca, un lenguaje de fuertes y atrevidos matices en el que combina eficazmente lo popular y lo culto; por su ruptura con las estructuras tradicionales, la acentuación de la subjetividad y la introducción de elementos fantásticos y grotescos que a menudo exigen una cuidadosa y repetida lectura. Su avispada y osada conciencia sacudió anquilosados cimientos y ensanchó veredas hasta dar con nuevos rumbos para sacar nuestra literatura del pantano de nostalgia provinciana y rural en que se encontraba chapoteando cansinamente. Su discurso incisivo porta siempre una efervescencia capaz de imantar y electrificar a sus lectores.

En su terrible y hermoso Sitio a Eros reflexiona profundamente sobre el proceso de descubrimiento de su vocación por la escritura, y, a la vez, se embarca en una intensa y sobrecogedora exploración de “la cocina literaria”, de esa “habitación propia”, de ese fértil espacio de silencio y soledad que con justicia reclama para sí toda mujer artesana de la palabra. El coloquio de las perras es un brillante texto que contrasta notablemente con el homónimo masculino de Cervantes y en el cual la autora ajusta cuentas con el machismo paternalista de la literatura del boom.

En toda su obra, Ferré repiensa y reconfigura los roles de la mujer en un país en transición de lo que ella misma nombró una “sociedad agraria de inmovilidad feudal” a “un orden industrial vinculado a (…) la transformación constante”. Más allá de los estereotipos de la feminista armada con un cuchillo en la boca o de la mujer blanca y burguesa criada por empleados domésticos negros en un país pobre, ella explora, sin pelos en la lengua, el desarrollo de las clases privilegiadas a través de la historia, la lucha de éstas por conservar el poder, así como la evolución política de una sociedad marcada atropelladamente por la modernización e industrialización en un país carente de soberanía nacional.

Entre su obra, ampliamente premiada y difundida, cabe destacar los siguientes títulos: Papeles de Pandora (1976), Sitio a Eros (1980), Fábulas de la garza desangrada (1982), Maldito amor (1986), El coloquio de las perras (1990), Cortázar: el romántico en el observatorio (1990), La casa de la laguna (1996), Vecindarios excéntricos (1999), El vuelo del cisne (2002), Lazos de sangre (2009) y Memoria (2012). Un delicioso puñado de sus piezas resulta referente obligado para el lector avezado y exigente. Entre éstas, me atrevo a consignar 3 relatos de aristas pulidas con rabia hasta la perfección: “La muñeca menor”, “El regalo” y “La caja de cristal”.

Rodeada siempre de encendidas cuando no espinosas polémicas, Rosario siempre supo nadar y guardar la ropa. Y no empece a que el devenir del tiempo y los acelerados cambios en la política del ya no tan ancho y ajeno mundo de antaño la llevaron a diluir su tenaz rebeldía de juventud y a moverse cada vez más hacia posturas conservadoras de cómoda simpatía por los estilos de vida de nuestros vecinos norteños, su espinazo tanto como su quehacer literario resistieron con serenidad y elegancia el peso de sus decisiones, las asechanzas y el embate furioso de sus detractores. Así, esta moderna Medea sortearía la insoportable verruga de la incertidumbre y el imprevisible y caprichoso ajedrez de su destino.

Los puertorriqueños orgullosamente tenemos en Carmelo Rodríguez, Torres Rosario Ferré, Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega y Edgardo Rodríguez Juliá, nuestras más distinguidas y relevantes figuras en el mundo literario, tanto en el Caribe como en el resto del orbe hispanohablante.

Alejada de la vida pública y ajena a los entramados publicitarios que catapultan egos avasallantes, optó siempre por pasar de largo de las atropelladas y fugaces pantomimas que hoy día abundan en nuestra ciudad letrada tan lastimosamente saturada de farsantes, divas y celebridades empresariales.

Esta otra perla suya capta el espíritu de su arte poética: “Nadie sabe lo mucho que sufre una gallina cada vez que pone un huevo. El oficio de escribir se parece muchísimo al de poner huevos. Y una vez puesto el huevo, una vez depositada la idea bajo las plumas tibias y temblorosas del nido, apretujados entre las patas encogidas frente a la computadora durante horas para dejarle espacio y a la vez no permitir que ruede fuera y se le escape, el escritor o la escritora debe tener una paciencia de siglos para lograr que la partícula de vida encapsulada dentro de su cascarón saque el pico y empiece a piar”.

Antes lo hicieron Shakespeare y Cervantes, esas dos extraordinarias cimas de la creación artística. Juntos abandonarían este valle regado con sangre, sudor y lágrimas. El año pasado, para mayor exactitud, el 13 de abril de 2015, desencarnaron otras dos grandes mentes creadoras, Eduardo Galeano y Günter Grass. Esto viene a abonar mi corazonada de que la vida está compuesta de ciclos. Ciclos que se abren. Ciclos que se cierran. Y son estos Elegidos los destinados a abrir y cerrar tales ciclos. Se trata de los que desdeñan las monsergas de los cantores huecos y el burdo croar de los sapos que no paran de saltar en su vano empeño de alzar vuelo y encumbrarse hacia el cosmos. Expertos en distinguir las voces de los ecos y en separar el grano de la paja. Sus obras bordan un espejo de aguas claras en las que, maravillados, podemos asomar nuestra curiosidad y ver reflejados nuestros irrepetibles rostros. En fin, los hacedores del más rico alimento que no es para la boca y que neutraliza las miserias del alma.

El jueves 18 de febrero de 2016, tras 77 años de acompasado repiquetear, se detuvo el corazón de Rosario Ferré Ramírez. A pocas horas, nos enteramos que otro par de hachazos invisibles dieron cuenta de otros espíritus privilegiados. El viernes 19, desnudos de equipaje, también partieron Harper Lee y Umberto Eco. Con la mudanza de esta tríada, se cierran y se abren otros ciclos en el pensamiento de la humanidad. Al final del trayecto nos dejan la generosa sombra del árbol de sus nombres donde recostarnos mullidamente para emprender un viaje interior que nos lleve a repasar, escudriñar y repensar los ríos que son nuestras vidas en busca de la comunión universal.

Ahora que ya Rosario Ferré no camina más entre los vivos, aprovechemos la sabiduría del silencio y con los ojos abiertos hacia adentro, leamos, pues, su recia y audaz obra para que permanezca viva por siempre en nuestra memoria colectiva. Celebremos esa otra liturgia que protagonizan la palabra (ese espejo con ventanas), el conocimiento y la belleza.

Hasta luego, Maestra.