La muerte, ¡Vida transformada!

Espiritualidades
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No es de esta manera como pensé retomar mi paso por El Post Antillano. Al leer el artículo titulado “La Muerte” publicado el día de ayer por Daniel Nina, no pude más que detenerme para dejar fluir en mi interior las diversas experiencias vividas muy de cerca y que me han permitido “soltarme” ante esta inevitable experiencia llamada muerte.

Para empezar, a la muerte no se le puede engañar, mucho menos, escondernos de ella. La muerte simplemente «es» en conjunto con la vida. Son dos realidades inseparables. Ambas fluyen a la par, hacen juntas su viaje; y juntas hemos de “transitarlas”. Nos parece y experimentamos, que la vida es gozo y que muerte es sinónimo de dolor, sin embargo, ambas están teñidas por estas realidades a la vez. Concurro con la idea de que no somos educados para vivir con la muerte, pero este puede ser un buen inicio o, quizás un paso más dentro de este camino que todos los mortales, de alguna forma, rehuimos.

Así es, somos humanos. No obstante, desde la experiencia cristiana esta realidad humana tiene otro matiz. Vivida desde la fe, la muerte no deja de sorprendernos, despojarnos, no deja de ser dolorosa. Para el/la creyente, la vida no termina, se transforma; la muerte no tiene la última palabra, pues la fe en el Dios de la vida sabemos que la muerte ha sido vencida por la resurrección de Cristo. En Él, los creyentes están inmersos en este misterio único de muerte-vida. Es por eso ante la muerte no sólo se hace duelo, sino que se hace memoria celebrativa marcada por la esperanza. Transitar la muerte es un ejercicio profundo y puede ser tan largo y difícil como queramos (aunque sea inconscientemente); pero al final, sabremos que hemos llegado a la meta de ese camino cuando podamos dar la bienvenida a, como diría San Francisco, nuestra «hermana muerte».