En la bulliciosa ciudad de San Juan, Puerto Rico, se encontraba la Universidad de Puerto Rico, un enclave académico donde la diversidad y el conocimiento se entrelazaban en un constante flujo de ideas y experiencias. Sin embargo, detrás de los muros universitarios, se escondía una sombra silenciosa pero omnipresente: la homofobia institucional que aún persistía en algunos rincones de la institución.
Tres mujeres, todas en sus treinta y pico de años, compartían una estrecha amistad forjada en las aulas de la universidad. María, una profesora de literatura apasionada y comprometida, era abiertamente lesbiana y luchaba contra los prejuicios y la discriminación que enfrentaba en su entorno académico. Sus amigas, Laura y Carolina, también profesoras en la universidad, la apoyaban incondicionalmente en su lucha por la igualdad y la aceptación.
A pesar de la apertura y la tolerancia que intentaban promover, las tres mujeres no podían ignorar las miradas despectivas y los comentarios mordaces que a veces escuchaban en los pasillos de la universidad. La homofobia institucional, aunque sutil, se manifestaba en pequeños gestos y actitudes que recordaban a María que su orientación sexual era motivo de discriminación para algunos.
Un día, durante una reunión del claustro de profesores, María se vio enfrentada a un colega que, en un tono condescendiente, cuestionó su capacidad profesional basándose en su orientación sexual. La incomodidad se apoderó de la sala, mientras María, con la frente en alto y la voz firme, defendía su valía como docente y como ser humano, desafiando los prejuicios y la intolerancia con determinación y coraje.
Laura y Carolina, testigos de la confrontación, se acercaron a María al finalizar la reunión, rodeándola con su apoyo y solidaridad. Juntas, decidieron no callar ante la homofobia institucional que aún pervivía en la universidad, comprometiéndose a alzar la voz y a trabajar por un ambiente académico más inclusivo y respetuoso para todas las personas, independientemente de su orientación sexual.