Terror en Barcelona

Voces Emergentes

alt"Quienes creen y hacen obras pías, esos serán los dueños del Paraíso: ellos serán en él inmortales.

"Combatid en el camino de Dios a quienes os combaten, pero no seáis los agresores. Dios no ama a los agresores.

"Quien salva una vida, salva al Mundo entero.

"No tomarás venganza.

"Ama a tu prójimo como a ti mismo.

"No juzguen a otros para que dios no los juzguen a ustedes. Pues dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros.

Estas citas son de la Biblia, el Corán y el Talmud (judío). Fuera de "Ama a tu prójimo..." ¿cuáles de las otras citas pensamos que pertenece a solo una de las tres religiones de los descendientes de Abraham? Precisamente por lo difícil que es distinguir sus mensajes para quien no se hayan criado en alguna de ellas, se podría concluir que son intercambiables. Estas tres religiones monoteístas han influenciado el pensamiento religioso y filosófico de occidente, desde la antigüedad hasta nuestros días. Dado que las tres fueron forjadas con violencia, comparten la paz, como la mayor aspiración que puede tener el ser humano. Como resultado, el único sentimiento que las tres afirman refleja la esencia de Dios, como cada una lo concibe, es el amor, lo cual hace de la violencia que todas han profesado tanto más incomprensible.

No hay duda que sus historias han estado plagadas por el discrimen y la violencia. Paradójicamente, la más tolerante de las otras dos en la antigüedad fue la que hoy se asocia más con la violencia. Los musulmanes, arquitectos de las matemáticas, la arquitectura y la ingeniería desde antes de los griegos y los romanos, convivían con los judíos con relativa tolerancia. El cristianismo, perseguido por los llamados paganos, fue extensamente acosado y se convirtió en la religión que dominó a Europa a partir del siglo V hasta el presente, con extensos periodos de persecución de judíos y musulmanes. Al presente, son los musulmanes los que, al igual que las otras dos religiones, usan "la ira de Dios" como excusa para atacarlas. Los judíos hacen lo propio en Israel, pero siguen siendo la religión más perseguida desde la Edad Media. Cabe mencionar que todas las religiones siempre han estado al servicio de quienes han ostentado el poder militar y político. Prácticamente todas las guerras de la historia han obedecido al deseo de unos pueblos de conquistar y subyugar a otros para apropiarse de sus tierras y recursos, desde los mongoles hasta los incas, desde maorí hasta los hurones, desde los tutsis hasta los españoles.

¿Por qué hago este recuento a un día de la barbarie de ayer en Barcelona, a un día de mi cumpleaños que ya no podré recordar sin esta tristeza?

Porque no hay pueblos ni religiones "inocentes" en esta lucha milenaria. Los roles de perseguidores y perseguidos se han alternado y hoy día nos toca a los residentes del occidente cristiano y judío sentir la ira de los musulmanes que fueron conquistados y marginados en sus propias tierras, sobre todo por la Europa cristiana. Hoy día, jeques y mullahs de una denominación musulmana, mantienen la misma relación de totalitarismo monárquico que resultó en millones de muertes durante la Edad Media europea, la gloria azteca o el imperio persa, y que fue definitivamente derrocado por la Revolución de los EEUU y la Revolución Francesa en el siglo XVIII, de cara a la modernidad decimonónica.

Dicho esto, no pude sino sentir ira, angustia, desolación al ver esta violencia descender sobre La Rambla en Barcelona, una de las ciudades más hermosas, diversas, hospitalaria para los refugiados tanto de los Balcanes como del cercano oriente durante el pasado siglo y el presente; porque me he sentido tan “en casa” en una ciudad que tiene calles y monumentos, plazas y edificios con fachadas y nombres que pudieran ser de Aguadilla o Fajardo, de Arecibo a Ponce, tal vez porque viví en mi infancia en el barrio Barcelona en Mayagüez, tal vez porque en esa ciudad catalana viven amistades y colegas con quien comparto visión de mundo, amor por la literatura y las artes, afectos inquebrantables, solidaridad por ser territorios intervenidos, tal vez porque la bandera de independencia de Catalunya, amigos y extraños me han comentado que se forjó basada en la puertorriqueña; tal vez porque hablan castellano; tal vez, como escribió Magali García Ramis ayer, porque por esa proximidad cultural y personal, se siente más cerca de nosotros, porque las imágenes podrían ser de la Plaza de Armas o de Las Delicias, porque la proximidad emocional, cultural, de afirmación nacional nos hermana más que con Kenya o Alemania, Francia o Filipinas, Nigeria o Finlandia, como sucedió hoy.

Me indigna esa violencia que no está dirigida a quienes ostentan el poder que mantiene a tantos subyugados, empobrecidos, marginados. Me subleva porque está dirigida a otros que, al igual que ellos, viven en la periferia de sus propias naciones y comunidades. Me consterna porque es una violencia que no tiene otro propósito que hacer daño para descargar un odio proporcional al que han recibido como sociedades atrapadas por un totalitarismo asfixiante o marginados porque lucen tan diferentes en las sociedades que se enriquecieron con sus recursos naturales, pero cuyos ciudadanos de a pie son tan víctimas del sistema como ellos.

La violencia terrorista de estos grupos no tiene posibilidades de triunfo. Este terrorismo no es el de Washington contra Gran Bretaña, o el de Bolívar contra España, Toussaint L’Ouverture en Haití, de Robespierre en Francia, Lenin en Rusia, Lumumba en el Congo, Mao en China, Menachem Begin en Israel, Mandela en Sudáfrica, Emilio Aguinaldo en las Filipinas o Betances en Puerto Rico. Todos aterrorizaron a un poder imperial. La mayoría triunfó, pero todos ellos, algunos de los cuales hoy día son héroes nacionales y otros esperan ser rescatados del olvido, fueron terroristas ante las metrópolis que los veían como “otros”, malagradecida ralea incapaz de regocijarse en su estatus de esclavos, de colonizados, de intervenidos.

La gran diferencia es que estos jóvenes que se inmolan en nombre de Alá asesinando occidentales y cristianos, no liberan ninguna nación de un imperio extranjero ni sienten que pueden vencer a los gobiernos de sus países armados y apoyados por occidente. Es un callejón sin salida. No tienen los recursos militares para vencer a sus propias élites, no cuentan con los recursos de conocimiento y experiencia para formular alternativas de auto-gobierno sustentables, y no les queda otro remedio que atacar a las poblaciones civiles de los países que respaldan los regímenes en sus propios países, con la esperanza de que en algún momento el billón de musulmanes a nivel mundial libren una guerra “santa” contra occidente y puedan restablecer sus naciones a imagen y semejanza de la grandeza de su distante pasado. Para colmo, en su intransigencia contra sus hermanos musulmanes de otras denominaciones, desatan su furia contra los propios con la misma saña con que arremeten contra sus enemigos occidentales, reduciendo las posibilidades de lograr apoyo entre los propios.

No hay respuestas fáciles. No hay fórmulas irrefutables. No hay interpretaciones infalibles. Por el contrario en muchos lugares como Rusia, Hungría y ahora los EEUU con este presidente, las opciones parecen volver a ser el exterminio para “comenzar de nuevo” con mayor pureza de raza y uniformidad cultural, con una misma visión unilateral de la historia y un canon religioso para guiar la cruzada sin el lastre de la moral de sus respectivas escrituras, sin los grilletes de la ética y la creencia de que en realidad “todos somos creados iguales” a imagen o no de un mismo dios o unos mismos antepasados que resulta que no eran tan iguales como se nos ha hecho creer.

La barbarie de Barcelona me entristece y me angustia, pero cuando veo las expresiones de solidaridad de unos extraños para con otros, con frecuencia con idiomas que ni víctimas ni socorristas entienden o hablan; cuando veo la indignación de mano con la solidaridad, el coraje embrazado con el valor, cuando veo esas manos que enjugan la sangre, o cargan al vehículo de urgencias, o secan las lágrimas, me lleno de esperanza y pienso, más que pienso, siento, que lo que nos une es tanto más fuerte que lo que intenta destruirnos, que habremos de sobreponernos, que habremos de vencer el odio, que habremos de abrazar a los que no se nos parecen y podremos levantar esos prójimos como si fuesen los nuestros, como si también constituyeran nuestros “nosotros”, en un gesto de bondad que nos vinculará más que lo que hasta ahora nos ha distanciado.

Leí en algún sitio que la gentileza es una de las cosas más difíciles de obsequiar, usualmente la gente nos la devuelve. Cada uno de nosotros que obsequie solidaridad, compasión, ternura, corremos el peligro de que nos lo devuelvan, pero es un peligro con el cual podemos vivir, con el cual podemos vencer la muerte.