Adrift o cómo sobrevivir la claustrofobia de la vida a la deriva

Cine caribe

altEs una linda película de verano, la cual usted va a ver con entusiasmo y alegría, y al rato en la famosa fiebre de la cabina de los veleros (cabin fever en inglés) le entra a uno la claustrofobia, y todo es espanto. Hasta la propia oscuridad de la sala del cine. Salir corriendo, es como lo más adecuado.

Contrario a término, Adrift (Dir. Baltasar Komárkur Samper , EE.UU., 2018) te plantea que son las alucinaciones de estar en altamar las que crean la falsa ilusión de la realidad cuando uno se encuentra en un velero. Ahí está el misterio. Un botero, de velero, te contaría otra historia – se trata de las locuras que surgen a partir de estar encerrado en la cabina del bote.

Ahí se encuentra el valor de la película, que narra la historia real de Tami Oldham (Shailine Woodley) and Richard Sharp (Sam Claflin) y la odisea que vivieron en el 1983, cuando intentaron cruzar el pacífico desde Tahití hasta San Diego, California. Fueron víctimas del huracán Raymond, quien destruyó la embarcación y también sus vidas. Es una historia fuerte del mar, donde las inclemencias del tiempo determinan en futuro de la vida.

La película es un buen intento de explicar la vida en alta mar, a la deriva, y sobre todo como uno a partir de la nada, se recompone. Contar la película, es contar la historia, y para eso la van a ver, preparados a llorar. Sí a llorar mucho.

Lo más valioso de la película, más allá de la historia verídica, es la actuación de Woodley. Sin lugar a dudas, esta emergente, aunque ya consolidada actriz nos ofrece una actuación extraordinaria. Es una película de amor, del bonito y no del amor “duro” que invocan Victor Manuelle/Faruko, Es un filme bonito.