Breves en la cartografía cultural: el destino de una joven mujer y el mundo en zozobra

Cultura

En qué momento el horizonte hacia las costas de Italia se abrió y Samia Yusuf Omar se desplazó hacia el infinito. En medio del azaroso viaje por el mar mediterráneo, ¿alguien sostendría su mano, cuando ella daba su último aliento? Como suele suceder en estas travesías clandestinas que parten del norte de África, muchos perecieron buscando una mejor vida. Y entre esas personas, estaba una somalí que cuatro años atrás había representado a su nación ante el mundo.

En el 2008 Samia Yusuf fue la abanderada de su delegación en los Juegos Olímpicos en Pekín. Compitió en la carrera de 200 metros y aunque llegó diez segundos después que el resto de las participantes, su evidente esfuerzo metaforizó el verdadero espíritu de un competidor; aquel que nunca se quita. Y ese mismo tesón, en los años sucesivos, le impulsó para seguir entrenando, aún en la precariedad extrema y en un ambiente social adverso.

La historia de Somalia como la de muchas naciones africanas está marcada por los graves entuertos, más allá de los matices, dejados por el colonialismo europeo en todas sus variantes. Basta con examinar la historia para evidenciar como quedaron desfiguradas naciones étnicas y culturales en un melting pot que se intentó conformar por intereses ajenos a la cosmovisión de quienes habitaban la región. Sin duda, los efectos que tuvo esa tradicional forma de ignorar diferencias históricas y culturales para hacer tal mezcolanza, que juntó incluso en un mismo estado artificial a enemigos ancestrales, fueron desastrosos. Muchas de las guerras genocidas en ese continente y en otras partes del mundo han tenido su origen en esa dinámica de imposición de poder. Y en lugares donde hay conflictos armados, la civilización se ausenta y los extremos se acentúan. Para millones de africanos, los conflictos armados, la pobreza, la falta de educación y la hambruna constriñen y extravían del panorama cotidiano el desarrollo digno al que aspira todo ser humano.

Es entonces que distancio la mirada del continente y contemplo una sociedad que se pregona las virtudes de la aldea global, pero que enfrenta todavía vendavales tormentosos ante lo que llaman crisis económica mundial. Por tal razón, las Naciones Unidas, en su informe más reciente acerca del estado actual de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, puntualiza que se ha ralentizado el progreso que buscaba reducir a la mitad el porcentaje de personas cuyos ingresos sean inferiores a un dólar por día. Más allá de los documentos que aspiraban a que esto se lograra en el 2015, y mientras se busca trascender la utopía de la Declaración del Milenio y convertirla en una realidad, millones de personas son lanzados de una forma u otra a la emigración forzosa. Es difícil esperar mil años para obtener, al menos, condiciones elementales que permitan la vida.

Samia Yusuf Omar, llegó a la meta diez segundos después que lo hicieran el resto de las competidoras, pero rompió su record personal de velocidad. Sus palabras después de la cita olímpica, cuando llegó a Mogadiscio, transparentaban emoción ante la experiencia única de haber representado a su país, ante atletas de diferentes partes del mundo. A raíz de su deceso, el norte que seguía estableciéndose a sí misma como atleta llegó a ese mismo mundo que la vio competir, a través de las palabras de su propio entrenador. Mustafa Abdelaziz confirmó al diario italiano, Corriere della Serra, que Samia, ante la precariedad económica en Somalia, se trasladó en octubre de 2010 a la vecina Etiopia, para continuar entrenamiento con miras a participar en las olimpiadas de Londres.

Esta información fue complementada por la periodista Teresa Krug, quien trabaja en un libro sobre Samia. En una interesante entrevista concedida a la escritora italiana Rina Brundo, publicada en el internet el pasado 19 de agosto, Krug manifiesta que Samia intentaba llegar a Europa para aspirar a una mejor vida como deportista. Para tal empresa, atravesó en un peligroso viaje, países como Sudán y Libia. Y fue en travesía marina hacia la costa de Lampedusa, isla que marca el extremo sur de la costa italiana, que la escuálida embarcación en la que se encontraba pudo haber zozobrado. El propio entrenador antes mencionado había señalado también que sobrevivientes del fatídico viaje le confirmaron que la atleta había muerto.

Más allá de lo que se va develando acerca de la vida de Samia Yusuf Omar y su triste final, está de fondo un escenario similar para millones de personas alrededor del mundo. Y ante eso nuestro pensamiento regresa a los mil años, a esos objetivos de desarrollo del milenio que buscan hacer real, para los seres humanos y la vida en el planeta, una sociedad más justa.

Ahora resulta extraño ver en Youtube a Samia Yusuf Omar llena de vida. Corriendo lo más veloz que puede para alcanzar la meta. Llegó última, pero la multitud presente la ovacionó de pie. Hoy, nuevamente, esa aldea global vuelve a saber de ella. Esta vez, esa joven deportista somalí no pudo llegar a su meta. Su destino, sin embargo, pone en primer plano importantes y necesarias reflexiones para un mundo que zozobra.