Breves en la cartografía cultural: Claudio, el huracán y un cuento

Cultura

Ahora que Puerto Rico se está preparando para la llegada o no llegada de la tormenta Isaac. Y se suspenden clases mientras, abarrotados los supermercados, se agotan las salchichas y productos enlatados, apenas sobrevive una batería en la góndola, o los suministros de licor es remedio casero imprescindible para combatir el tedio que otorga la ausencia de energía eléctrica y la ley seca.

Para las actuales generaciones boricuas, y desde 1989 con el destrozo generalizado que dejó el huracán Hugo, la llegada de un huracán implica ansiedad, tensión extrema, pero también algo de algarabía y fiesta. Para los políticos, sin embargo, la llegada de un fenómeno climático como este representa la oportunidad ideal para que la población se olvide de las “virtudes” recientes en la gestión gubernamental. Y después de un azote como el de la victoria del NO, el pasado domingo, la llegada de Isaac suena a gloria para estos ‘servidores del pueblo’.

Los medios, por su parte, aprovechan la ocasión para hacer su agosto. Por un lado ciertas compañías incrementan sus anuncios, incluso se dan a la tarea de auspiciar durante la ‘emergencia’ cuanto informe del tiempo encuentren. Por otro lado, han sido legendarios los actos de performance televisivo de muchos comunicadores en situaciones huracanadas. Sin ningún viento mayor alrededor, muchos hacen creer al televidente que en ese preciso instante en que se está informando, es posible que una ráfaga violenta lo arranque del suelo y lo haga volar al otro pueblo.

Pero más allá del circo mediático y de relaciones públicas que podemos mencionar cuando algo como Isaac se acerca, uno nunca puede bajar la guardia ante la llegada de un huracán. Eso sí, se supone que desde que inicia la temporada de huracanes, desde el día uno, cada ciudadano debe estar más que preparado con lo necesario para enfrentar cualquier eventualidad. Lección que aprendí de mi padre, que casi es un meteorólogo aficionado, y prepara con antelación a toda la familia para tales acontecimientos.

Mencionado lo anterior, a continuación comparto con ustedes, queridos lectores, una anécdota relacionada a un cuento que publiqué en la primera serie de Taller Literario, que estará incluido en Catarsis de maletas (12 cuentos y 20 años de historia), libro que circulará a finales de septiembre en las librerías del País.

El cuento al que hago referencia se titula En ese día y tiene como trasfondo precisamente el paso de un huracán. El personaje principal lleva el nombre de un niño que conocimos en nuestra temprana juventud, el narrador Angelo Negrón y este servidor. Se llamaba Claudio y en la clase de catequesis que una vez Negrón y yo dimos, era este pequeño el que daba alma a la jornada. Extrovertido, curioso, espontáneo, este chico talentoso siempre estaba dispuesto a participar y tenía una sonrisa a flor de piel, aún siendo huérfano de ambos padres.

Años después, ya siendo un adolescente, Claudio falleció cuando ayudaba a un vecino, en medio de los preparativos usuales ante la llegada de un huracán. Creo que un cable de alta tensión hizo contacto con Claudio. Cuando me enteré del suceso, ya estaban en curso los ritos funerarios. Por lo que siempre Claudio permaneció en mi memoria como aquel niño entusiasta que conocí. Y mientras escribía este cuento en Cataño, se me ocurrió que el niño de la historia podría llamarse como él. Sin premeditarlo, incluso el escenario final remite a un espacio similar donde ocurrió el accidente.

Como diría el novelista Antonio ‘Niyamoká’ Charneco: “La literatura tiene muchas bondades”. Y recordar, a través de los diversos pasajes narrativos, a personas singulares que han pasado por la vida, es para quien escribe un verdadero privilegio.