Prieto con dos de azúcar: haciendas [agrícolas] al noroeste de Puerto Rico [siglos XIX y XX]

Economia Solidaria

(San Juan, 9:00 a.m.) El más reciente libro de la historiadora Haydée E. Reichard De Cardona transporta al lector en una travesía a través del mundo de las haciendas.  Confieso que cuando el libro llegó a mis manos, pensé que devoraría el libro en pocos días, sin embargo, esa no fue la realidad.  Lo cierto es que el libro me fue llevando a su propio paso y me obligó a degustarlo sorbo a sorbo como un buen vino o un robusto café, disfrutando no solo su sabor sino su aroma y color.  En no pocas ocasiones, la variedad de datos que leía en el texto se tornaban en temas de conversación con mi familia.  Mi madre, una aguadillana enamorada de su pueblo disfrutó mis preguntas y detalles que le compartía, mi hermana, una amante de la historia se adentraba en las conversaciones sobre las haciendas. Incluso mi padre se cautivó con los detalles sobre Rincón y me narraba cuentos de la familia.
 
El texto, es uno cautivador, que es un estudio base para los amantes de la genealogía. El entramado de apellidos que se entretejen en una madeja de familias que constantemente se amalgaman.  La amplia cantidad de nombres y apellidos puede incluso ser abrumadora, en el mejor sentido de la palabra, por lo que una lectura apresurada puede llevar a perderse en el entramado de estirpes.  Por el contrario, una lectura sin prisa cautivará al lector que, con una mirada minuciosa, captará sutiles detalles que muestran como el azúcar y el café han estado unidas más allá de una simple taza de café.  Hay detalles que causarían escandalo para una mirada conservadora.  Detalles de una eugenesia normalizada en la que primos hermanos se casaban entre ellos manteniendo así el que los terrenos y hacienda permanecieran en una misma familia durante mucho tiempo.
 
El libro consta de 15 capítulos, son más de 300 páginas cargadas de información que incluyen datos, fotos, apellidos y en muchas ocasiones con amplias descripsiones de las haciendas y los equipos que se encontraban en ellas.  Con una documentada elocuencia la autora trabaja información de diversas haciendas mayormente azucareras, cafetaleras y algunas tabacaleras.  Lo que Haydée denomina el triángulo del noroeste comprendía una parte del Partido del San Germán que posteriormente, en 1892, pasó a ser el Partido de la Aguada.  Se extendía desde el Río Camuy hasta el Río Grande de Añasco.
 
Para fines de siglo XIX Puerto Rico contaba con cerca de quinientas cincuenta haciendas agrícolas que se localizaban mayormente en los llanos costeros.  No obstante, la historiadora resalta que diversas situaciones como eventos naturales, incendios y epidemias (cólera y viruela) afectaron la industria de la azúcar y el café.  La población y la mano de obra esclava se vio mermada y otras situaciones como la abolición de la esclavitud llevó a que los empresarios y hacendados se vieran forzados a incentivar su creatividad para mantener sus empresas.  Hasta principios del siglo XX, las haciendas de azúcar y café lograron mantenerse con tenacidad como pilares de la economía puertorriqueña.  Lo narrado por la autora hace reflexionar ante los paralelismos de nuestra realidad; eventos naturales (huracanes y terremotos), pandemia, y otras situaciones que nos ha forzado a estimular la creatividad para mantener a flote nuestra economía.
Llama la atención como muchos de los hacendados se insertaban en la vida pública siendo miembros de los ayuntamientos.  Esto, a su vez les permitía tener no solo el poder económico si no que también tenían acceso al poder político de la Isla.  Como historiador y científico social, siempre he sido partidario de que la historia NO se repite, pero sí hay sucesos similares que dan la impresión de que la historia se repite.  Es interesante observar como en nuestro Puerto Rico actual se pueden observar a empresarios y personas de familias adineradas que incursionan también en el ruedo político.
En la primera parte del texto, la Dra. Riechard De Cardona ofrece un trasfondo que nos permite tener una primera noción del universo hacendado del azúcar y el café.  Desde principios del Siglo XVI el azúcar comenzaba a perfilarse como un producto agrícola importante en Puerto Rico y en todo el Caribe.  No obstante, como señala Frank Moya Pons, antes de que se comenzaran a establecer los ingenios azucareros ya varios vecinos llevaban algunos años experimentando con esta graminia y algunos trapiches rudimentarios en el Caribe. (Moya Pons 2008)  En Puerto Rico la semilla del azúcar se comienza a plantar desde septiembre de 1513, según nos destaca la autora.
Como muchas otras tradiciones en Puerto Rico el proceso de elaboración de azúcar moscabada nos llega como una tradición de las Islas Canarias.  Ya “a mediados del siglo XVIII, existía un puñado de trapiches que más bien cubrían las necesidades de azúcar del puertorriqueño.  Moya Pons señala que los patrones de consumo europeos tuvieron como resultado la expansión de las plantaciones en las Antillas.  El azúcar dejó de verse como una curiosidad exclusiva de las élites europeas y comenzó a acentarse como un producto de primera necesidad para las masas trabajadoras. (Moya Pons 2008)  El aumento de la demanda de azúcar en la población europea y la apertura de nuevos puertos al comercio con extranjeros por la Cédula de Gracia en en siglo XIX fue el eje central del auge económico de Puerto Rico, como destaca la Dra. Reichard De Cardona.
Nos señala, además, que en Puerto Rico desde el principio del siglo XIX las dos cosechas principales eran el café y el azúcar, pero paulatinamente comenzó la decadencia de la industria cafetalera el alza de la elaboración de azúcar para la venta.  En esa primera parte, del texto que nos atañe hoy, la Dra. Reichard De Cardona acentúa toda la evolución y transformación en el proceso de la producción de azúcar.  Esta parte me parece de vital importancia porque de cierta forma las partes siguientes del libro dialogan con este primer trasfondo.
El documento que nos presenta la autora no se trata de una sola historia del mundo de las haciendas, más bien, son ocho historias de ocho distintos municipios que se relacionan y entretejen en una gran historia de las haciendas agrícolas en el noroeste de Puerto Rico.  Cubre los pueblos de: Añasco, Rincón, Aguada, Moca, Isabela, San Sebastián Del Pepino, Quebradillas y Aguadilla.
 
Añasco
Desde los primeros años del siglo XVIII en que se funda el pueblo de Añasco, yá esta población contaba con una hacienda con trapiche propiedad de don Manuel Isidro Morales del Río.  Con este primer dato la autora comienza a esbozar todo un panorama agrícola en esta comunidad.  Recuerdo que constantemente pasaba cerca de una gran casona blanca en Añasco y pensaba: “eso devió ser una hacienda.” Hace poco algunos vecinos del área confirmaron mi sospecha, se trata de la “Hacienda Eugenia”, sin embargo, nadie sabía más datos de la misma.  La Dra. Reichard De Cardona apaciguó mi curiosidad cuando en el texto señala que la misma fue fundada en 1876 por don Francisco Álvarez. Debo decir que este dato sirvió como detonante para indagar más sobre esta hacienda percatándome del valor y la importancia de recuperar la memoria histórica de esta hacienda, pues es una de las primeras haciendas ubicadas cercana a la costa añasqueña.
Rincón
Cuando en el libro comenzé a leer de mi pueblo, Rincón, sentí emoción y curiosidad.  En mi infancia había escuchado hablar de la hacienda Córcica y años después tuve conocimiento de otras haciendas.  Entre ellas la hacienda Fussa, a la que mi abuela hacia referencia ocasionalmente y la hacienda Teópolis que se menciona en algunos libros de historia del pueblo. (Sánchez Sierra 2000) (Cardona Bonet 1984)  No obstante, aunque tenía conocimiento de estas haciendas en Rincón, nunca había obtenido alguna información un poco más detallada de las mismas.
De hecho fue esta última, la Teópolis la que captó mi mayor atención.  Una hacienda que desde las primeras décadas del siglo XIX fue pasando por varios propietarios; desde Don Marcos González, Don Juan Vialíz, Don Juan Politín, Don Santiago Santoni, hasta finalmente terminó a manos de la Suceción Raffucci propietarios de la Hacienda Córcica.
Contemporánea a la hacienda Teópolis, se encontraba la Hacienda Fussá, la misma, que trae recuerdos de mi niñez.  Mi abuela en sus fábulas de cocina, mientras preparaba pasteles y yo se supone que la ayudaba, ella relataba varios cuentos que en ese momento no me causaban mucho interés, pero por alguna razón el nombre de “la fussá” nunca se me borró de la memoria.  Esta parte del libro incitó diversas preguntas en mi, que desembocaron en largas conversaciones telefónicas con mi padre.  Debo señalar que esas pláticas no respondieron muchas de mis interrogantes, pero sirvieron para obtener varios cuentos pintorescos que desconocía de mi familia paterna; algún día debo sentarme a recopilar esas anécdotas.
En el libro también se mencionan otras haciendas que desconocía que existieron en mi pueblo, como la Hacienda Palmira o la Hacienda Juanita.  Ahora estas se encuentran en mi asignatura pendiente para saciar mi curiosidad histórico-rincoeña.
 
Aguada
Yo tengo la costumbre de antes de empezar a leer un libro dedico un tiempo a revisar el Índice.  Cuando lo hice con el libro de Haydée me llamó la atención que dedicaba tres capítulos para disertar sobre las haciendas en Aguada.  Al adentrarme en la lectura me percaté de la razón, y es que la cantidad de haciendas que se localizaron en este pueblo fue por mucho una mayor cantidad que en los otros municipios trabajados.
La historiadora Lizzette Cabrera Salcedo señala en su libro “De los bueyes al vapor” que el primer ingenio azucarero de Puerto Rico estuvo ubicado en las cercanías del río Culebrinas en Aguada (San Juan de las Palmas).  El mismo fue establecido en 1522 por Don Tomás de Castellón. (Cabrera Salcedo 2010).  A partir de ese momento el área de Aguada fue muy prolífico en haciendas azucareras.
Un detalle constante que nos narra la Dra. Reichard es la presencia de inmigrantes en la Isla.  Enfatiza que, por varios siglos, sólo un pequeño grupo de familias puertorriqueñas copaban los altos sectores de la economía, la política y religión.  No obstante, esta preponderancia se comenzó a tambalear con el arribo de múltiples inmigrantes a nuestras costas.  Este proceso llevó a que muchas de las familias terratenientes, que habían mantenido su hegemonía sobre grandes predios de terrenos por medio de la endogamia, comenzaron a perder la supremacía.  En muchos casos, ese proceso dio paso a una mezcla entre familias criollas y extranjeras. Una especie de “pastiche” o “sancocho cultural”.
Ese es el caso que la Dra. Reichard nos acentúa en toda la región, pero principalmente, cuando nos narra sobre el pueblo de Aguada.  Es casi una tarea detectivesca o casi de arqueología genealógica la que nos presenta la autora.  Y sí, lo confieso, estas partes sobre el pueblo de Aguada me mantuvieron al filo para no perder la pista de las familias y las haciendas de Aguada.  La Hacienda Milagros, Hacienda María Josefa o a la Hacienda Bujenal, son solo algunas de las haciendas en Aguada que encierran un entramado de familias que la Dra. Reichard va desmenuzando y revelando las interrelaciones familiares.
Llama la atención cómo varios hacendados aguadeños incursionaron en la vida pública y política o viceversa.  Tal fue el caso de don Juan López, quien luego de ser alcalde, adquirió la Hacienda Bujenal y la rebautizó como Hacienda López.  Si bien el texto que nos atañe es una obra cautivadora, el capítulo seis es por si sola una narración magistral.  Esta parte en la que se desmonta la intricada historia de la Central Coloso.  La misma es medular, no solo la industria agrícola de Aguada, sino también para los ocho pueblos que abarca la narrativa de este texto.
 
Tal fue la importancia de esta Central para la región, que llegaron incluso a donar los terrenos para el establecimiento de lo que hoy en día se conoce como el Parque Colón en Aguadilla en 1923, como destaca la Dra. Reichard.  Este dato me llamó mucho la atención, porque casualmente mientras realizaba mi investigación de tesis me había topado en el Archivo General de Puerto Rico, con documentos que señalaban que aún cuando estos terrenos habían sido donados en el 1923, el traspaso oficial de los terrenos no se concretó, por diversas razones, hasta 1925.
La región de Aguada mantuvo durante muchos años su esencia endulzada por la caña de azúcar.  Incluso hubo un periodo que este territorio tuvo sobre 50 ingenios azucareros, como bien nos destaca la Dra. Reichard.  La autora continúa documentando y narrando la historia de diversas haciendas en Aguada, dedicando tres amplios capítulos, a la historia de las haciendas y las familias vinculadas a estas en este pueblo.  No voy a entrar en todas ellas por el factor tiempo, pero los detalles de todas estas familias y sus quimeras son toda una joya para la historia y genealogía de este pueblo.
De igual manera, se revela y se descubre información de las haciendas y sus familias en otros municipios como Moca, Isabela, San Sebastián Del Pepino y Quebradillas.  La autora nos devela información incluso de hitos arquitectónicos que se mantienen hasta la actualidad, como es el caso de la Hacienda Labadie en Moca.  Esta majestuosa estructura que se mantiene erguida, y aún se puede observar desde la Carretera #2 en direción de Isabela a Aguadilla.  Esta residencia encierra no sólo una bellaza arquitectónica invaluable, si no también una serie de secretos familiares y sociales que la Dra. Reichard nos va rebelando o dejando las pistas para que las vayamos descubriendo.
 
Aguadilla
 
No es de extrañarnos que la parte más extensa y detallada del texto, esté dedicada a Aguadilla, pueblo natal de la Dra. Reichard.  No obstante, no se trata únicamente por el amor a su pueblo, sino también, es el reflejo de un acervo de invaluable información que la autora ha ido recopilando e investigando.  La historia de Aguada se difumina en la historia de Aguadilla, y es que como bien destaca la autora, Aguadilla era un barrio de Aguada.
Aunque en el siglo XVIII Aguadilla no era un pueblo establecido, el valor que tenía para toda la región era de vital importancia.  Su amplia ensenada, ideal para el arribo de embarcaciones, el manantial de agua fresca y terrenos fértiles eran características que privilegiaban el territorio.  La Dra. Reichard le dedica un par de paginas a narrar los sucesos que precedieron la separación del Barrio Aguadilla del pueblo de Aguada.
Al comienzo de este capítulo la autora deja implícita una relación entre actividad agrícola y la comercial.  Este detalle, a primera vista puede parecer contradictorio, pero al entrar en la lectura esa percepción se disipa.  Y es que muchas de las casas comerciales ubicadas en Aguadilla se vieron vinculadas a la actividad agrícolas y a las haciendas.
El puerto de Aguadilla jugó un rol de importancia como eje central de la economía del oeste de Puerto Rico. (Reichard De Cardona 2020). Según destaca la autora, abro cita: el punto más controvertible en torno a la fundación de Aguadilla fue el mar” cierro cita.  El mar siempre ha sido un elemento fundamental para el desarrollo del pueblo de Aguadilla. Recientemente Haydée me recalcaba este dato en un diálogo que tuvimos.
En el libro se destacan varias haciendas importantes en Aguadilla como la Hacienda Borinquen, la Hacienda Nueva Esperanza, la Hacienda Buena Vista, Hacienda Manuela y la Hacienda Sotomayor, por mencionar algunas.  Sin embargo, donde estimo que radica el principal tesoro de este capítulo es en la amplia cantidad de nombres de los miembros de diversas familias aguadillanas.  Este texto se vuelve una principal fuente para investigaciones genealógicas.  El libro no solo presenta nombres, sino que muestra una muy ilustrativa colección de fotos de estas familias.
En general el texto provee un abarcador listado de Haciendas en toda el area.  Insertados en toda esta narrativa sobre haciendas y las familias que fueron artífices de toda una época, la autora presenta una variedad de tópicos que van más allá de temas agrícolas; abordando de forma directa o indirecta tópicos como la economía.  La historiadora presenta con gran diplomacia como diversas familias monopolizaban la industria azucarera.  En varias ocasiones y por diversas razones muchos hacendados tenían problemas económicos hasta quedar en quiebra.  Era en ese momento que los propietarios de otras haciendas lanzaban “salvavidas económicos” a las familias en aprietos y lograban consolidar las haciendas, monopolizando el mercado.
Otros de los temas que se tocan en el libro son las epidemias, la ingeniería y la mecánica de los ingenios azucareros.  Un tema que me llamó mucho la atención fue el espionaje en las haciendas.  De acuerdo con la Dra. Reichard, a finales del siglo XIX varias de las familias propietarias de los ingenios fueron investigados por sospechas de prácticas sediciosas.  Se creía que muchos de estos lugares además de cultivar café, caña, tabaco y otros productos agrícolas, eran sitios donde se realizaban prácticas de espionaje o como cuarteles en contra del gobierno español.
La autora consulta los itinerarios municipales identificando pistas sobre esta temática.  Personalmente he tenido la oportunidad de examinar estos itinerarios entre municipios; sin embargo, nunca había mirado estos documentos con la suspicacia que señala la Dra. Reichard.  Por ejemplo, cuando narra sobre la Central Pagán, destaca que esta hacienda podía proporcionar los suministros propios de este establecimiento además de alojamiento para numerosas faenas; o en la hacienda Monserrate que aún en mal estado podía proveer alojamiento para 30 hombres.
La presencia de extranjeros en la Isla (franceses, alemanes, holandeses, italianos, criollos dominicanos, catalanes, criollos venezolanos) es un tema presente en todos los capítulos.  Estos detalles rompen, de alguna manera con el trillado cliché de que los puertorriqueños provenimos de tres razas fundamentalmente.  La presencia de personajes de diversas procedencias en el oeste de la Isla evidencia una amalgama cultural como bien prueba la autora.
Un detalle que captó mi atención en el libro fue como la autora resalta la presencia femenina en el mundo hacendado y el rol que estas tenían en la época.  Por ejemplo, la figura de Cornelia Pellot quien era una Dama mestiza, de madre y abuela esclavas.  No narraré la historia completa de Cornelia Pellot, para dejar así la curiosidad e inquietud por leer el libro, pero señalaré que este personaje fue muy significativo en una de las importantes haciendas que mencioné anteriormente: la Hacienda Labadie.  Según nos destaca la Dra. Reichard en el capítulo diez las negras esclavas fueron las verdaderas heroínas de la caña.  El concepto de las “esclavas paridoras” que describe la autora es parte de esa historia bochornosa que no se cuenta en los salones de clase, pero que la Dra. Reichard describe con delicadeza y el respeto necesario para las esclavas que lo vivieron.
Este texto en gran medida dialoga con otros autores que trabajan la historia de la azúcar como Lissette Cabrera Salcedo o Frank Moya Pons.  Al mismo tiempo este trabajo histórico se interseca con otros historiadores regionales como Walter Cardona Bonet, Jaime Sánchez Sierra, Fabián Méndez Rodríguez o Benjamín Nieves Acevedo; entre muchos otros autores.  El libro a primera vista aparenta enfocarse en las haciendas, no obstante, la autora va llevando al lector en una travesía genealógica de las familias que fueron artífices de dichas haciendas agrícolas.
Como les mencionaba al principio, este texto tuve el placer de degustarlo a sorbos, casi con actitudes detectivescas, para no perderme muchos detalles sutiles que avivaron mi curiosidad.  Ahora discurro por diversos lugares en estos pueblos e intento identificar detalles o pistas que quedaron grabadas en mi mente después de esta cautivadora lectura.