Crónica callejera [ante un día en la mueblería]

Política

Hay un anuncio que dice: Mueblería la Subasta. Estoy con un pana, cojonudo, hombre de pena e insolencia. Escaso de corporiedad, asiduo a la cerveza bush. Amigo de la broma fácil, callejera y sin sustancia. Busco un par de cervezas y no hay la que yo bebo.  Le pregunto al que atienda el local, que por qué no hay Medallas?  Me dice: eso es lo que hay. Pero me lo dice con un tono sublime, casi como si fuera Leopardi (poeta italiano). Le digo, con cara de guitarreño sin cultura, quién se encarga de comprar los caldos?  El medio día del local es una cultura de vividores, sanguijuelas, hombres con conciencia de renacuajo y algunos señoritos con zapatillos de Marshalls. Me sigo dando la medalla, pero con tragos cortos, para darle al día tiempo para que resuelva la gaviota que tiene en los ojos de la mañana. 

Me dicen que murió Rivera Cruz.  Hay frío, el cielo de mi patio está artificioso, lejos de ser una estructura poética. No se han cumplidos los 30 días de duelo por la muerte de: No puedo mencionar su nombre. Héctor Rivera Cruz muere en el mismo mes del innombrable.

Estoy encervezado, qué te parece  esa palabra Edgardo? Le perdí el respeto a la academia de la RAE. Me dan ganas de comprar media caja de Medallas y ponerme a beber con la vida, con lo real, con mis amigos de la sobrevivencia, con los que te dicen: aquí no viene nadie a joder. Me santifico en el lavabo y salgo como un sultán con la daga de la molestia. Miro, están repartiendo comida; no a los pobres, sino a los hijos de putas y cacheteros de la costumbre. Los miro, la película es ensombrecedora; doy dos pasos cortos, como bebedor que está dulzón. El cocinero me mira. Su cara es un artificio de estupidez y palabras que levitan. Del otro lado de la vida me llama la imponderable y me dice en una agónica frase que yo no soporto. ¿Todo bien Claudio?  El calamar de la noche soltó toda su tinta.