El vínculo espiritual

Cultura

A mi amiga Zayra López

Los seres humanos son un cuerpo espiritual que vive, por un tiempo, en uno físico. El ánima define la individualidad de un ser humano; teológicamente se dice que el alma humana sobrevive la muerte física, por ser el principio de toda vida. Hay quienes afirman que los animales no tienen alma y eso es falso; los que han tenido algún amigo perruno lo saben. Hay almas en pena que no pueden descansar tranquilas, porque algo perturba su eterno reposo, eso lo aprendió Lorena, con su famoso gurú. Según él, para Aristóteles, el alma era inmortal pero el cuerpo físico no. Por recomendación de su gurú, Lorena leyó El libro de los espíritus, publicado en 1857, para poder entender un mundo totalmente desconocido para ella. Según el francés Allan Kardec, padre del espiritismo, los espíritus habían sido creados por Dios y se encontraban fuera del mundo material. Lorena aprendió que el mundo espírita y el corporal, son independientes uno del otro, y que los espíritus están en todas partes porque: “Los espacios infinitos se encuentran poblados por ellos hasta lo infinito. Algunos están incesantemente a vuestro lado, os observan y actúan sobre vosotros sin que lo sepáis, pues los Espíritus son uno de los poderes de la naturaleza…”

Precisamente, Leila amiga de Lorena, desconocía que los espíritus habitaban entre nosotros. Cuando su madre Lis, diminutivo de Flor de Lis, se fue en el largo viaje, descubrió que podía oler su perfume; que en la casa veía un resplandor que emanaba la misma fragancia que usaba su madre, Channel No. 5. Desde niña, Leila siempre tuvo un fuerte vínculo espiritual con ella y no aceptaba que hubiese cambiado de plano. Admiraba su belleza, su porte elegante, porque se parecía a la actriz Elizabeth Taylor. Cuando Lis caminaba por las calles de su pueblo, había que mirarla detenidamente, ya que paraba el tráfico. Cabe destacar sus ojos penetrantes y la hermosa sonrisa que hacía de Lis, la flor más bella del jardín. Su cabellera ondulada, armonizaba perfectamente con su figura perfecta y entallada cintura. Era una mujer cariñosa, que se dejaba querer. Su hija Leila había heredado la belleza y ternura de Flor de Lis. Lorena le sugirió a su amiga que leyera a Allan Kardec para que lograra entender, que cohabitamos junto a espíritus que, de acuerdo con el grado de perfección alcanzada, son diferentes: “En la primera categoría podemos colocar a los que llegaron a la perfección: los Espíritus puros. Los del segundo orden han llegado a la mitad de la escala: el deseo del bien es su preocupación. Los del último grado aún están al comienzo de la escala: los Espíritus imperfectos. Se caracterizan por su ignorancia, el deseo del mal y todas las pasiones malas que retardan su adelanto.”

Lorena le prestó a Leila una versión antiquísima de El libro de los espíritus que compró en una librería bonaerense. Una noche, las amigas se reunieron en la casa de Leila y esta comenzó a relatarle historias que para muchos podían resultar descabelladas. Para empezar dijo: “—antes de que mi madre hiciera su transición, le regalé un reproductor de discos compactos, porque era fanática de la buena música del ayer, sobre todo de los boleros”—. A Flor de Lis, también le fascinaban las películas de terror que presentaba Manolo Urquiza, en su programa Telecine de la Noche. Lis, no se perdía las del británico Boris Karloff, conocido por su rol de Frankenstein. También era fanática de las protagonizadas por Béla Lugosi, caracterizando al Conde Drácula. En cambio, a Leila, no le gustaban las películas de terror y mucho menos, cuando se cambió a la habitación que ocupaba su madre. Desesperada por la tristeza, quería buscar refugio en su cuarto, para pensar que estaba viva. Fue entonces cuando notó cosas extrañas en el cuarto de Flor de Lis. De forma increíble, la tapa del reproductor de discos compactos se abría sola, el equipo se prendía, y comenzaba a tocar música. Cecilia, la hija de Leila, una noche en que estaba con ella en la habitación de la abuela, presenció lo que sucedía con la música del reproductor, y por poco se muere del susto. Por el contrario, Leila se sentía tranquila y muy a gusto, porque escuchaba la misma música que le gustaba a la grandiosa mujer que le dio la vida. Leila sabía que en esa habitación estaba el espíritu de Lis.

Comentaba que en su casa continuamente veía una sombra luminosa y decidió compartir con Lorena su experiencia. Le narró que, en una ocasión, sus dos hijos salieron a una fiesta y ella no quiso acompañarlos. Optó por quedarse sola en su hogar, porque su sexto sentido le indicaba que no saliera ni siquiera al patio. Un poco asustada, miró por todas las ventanas para ver si algún extraño había entrado a la casa, pero no había nadie. De pronto, su perra labradora empezó a ladrar de forma extraña, como avisándole que en el patio se encontraba alguien. Leila, sigilosamente, se escondió en la habitación de su madre y le pidió que la protegiera de cualquier mal. Cuando sus hijos, de madrugada, regresaron de la fiesta, le mencionaron que el cristal de su carro estaba hecho pedazos. Con los cristales se podía hacer un rompecabezas. Además, le indicaron, que a todos los vecinos le sucedió lo mismo y le llevaron los radios. Sin embargo, el carro de Leila conservaba la radio. Lorena, en silencio, escuchó esta anécdota y de forma tranquila le manifestó a Leila: “Lis y tú, tienen un vínculo espiritual tan fuerte, que ella no permitió que salieras ese día de la casa para protegerte de espíritus imperfectos que solo quieren hacer el mal.”

Fue así, como Leila comprendió que los seres que amamos no mueren, se transforman en energía y están cerca de nosotros, como ángeles guardianes, velando por nuestro bienestar. Entendió que su vínculo con Flor de Lis era eterno; que trascendía el espacio y el tiempo; que, aunque no pudiera tocar su materia, su espíritu la acompañaba y recorría la casa de su amada hija, para vigilar de cerca que se encontraba en perfecta armonía.