¿Tú quién eres? Bajo el cielo manso y silente,
¡Cuerpo inerte entre las sombras de los rascacielos!
Bogas al firmamento muy tuya, libremente.
¿De dónde vino tu destello de sol doliente?
¿De dónde vino, cual tributario de la aurora,
cauce de tu verbo estremecido, irreverente?
Tu verso como sangre de tabonuco, ardiente,
creciente de río sagrado y alborotado,
adorado y soñado como amor inclemente.
Piel de maga salvaje, guayacán floreciente,
de machete contra la caña, de yerba mala,
de mar y del río que te siguió fielmente.
Fuiste patria valerosa, tierra penitente,
la de manos cortadas y lomos azotados
y sudorosa mente, irreductible, ferviente.
Hija de la libertad, de Albizu combatiente,
porque en la muerte también tu sombra se levanta,
el puño ante el infinito, ¡Maestro, presente!
Corriente cimarrona que desató la fuente,
de tu vida breve, pasionaria, estremecida,
como aquel río grande que te besó en la frente.
¡Oh Julia, tu último poema fue tu muerte!
Abandonada y sola, fue tu copla vidente,
una isla desierta con horizontes de piedra,
desterrada de bosques y de río viviente.
En una fosa sin nombre te raptó el poniente,
el breve sepulcro desdobló un manto de duelo
lejos y aún más lejos del amor indolente.
Volaron las ceniza, y sembraron la simiente
sublime de las cosas que brotan como magia,
de la tierra cuando el alma siembra lo que siente.
En lluvia transmutada, y en viento que alimente
a los poetas en sus delirios tormentosos,
en cada tormenta por el verso que se ausente.
Tú, desparramada y tierna, ya no te atormente
la tristeza gota a gota derramada, libre
como astro que en su propio universo se invente.
(Sí, te llamarán poeta desde la vida y desde
aquella única libertad del planeta,
porque tu último poema, fue tu muerte.)