Charamicos: una épica femenina de los Doce años.

Cultura

Esta novela de Ángela Hernández está llena de familiaridades. Conecto con ella en múltiples niveles, en primer lugar, como hija de un comunista muy tocado por los eventos que se narran aquí. En segundo lugar, por mi condición de estudiante de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y mi vinculación con grupos estudiantiles en los que la rememoración de estos hechos era cotidiana y, finalmente, en mi condición de historiadora con una especial sensibilidad hacia todo lo que implicó la lucha de la izquierda en la República Dominicana. Charamicos no es el mundo en que viví, pero sí el que de alguna manera heredo. Como hija del exilio que sufrió mi padre todo lo que se refiere al régimen de los 12 años me toca en un nivel muy personal.

Charamicos es una novela histórica que reconstruye un pedazo de la lucha por la libertad y la democracia en nuestro país que, desde mi punto de vista, recayó especialmente en el movimiento de izquierda entre los años 1961 y 1978. Específicamente en torno a los años en los que los Comandos de la Resistencia preparaban el terreno para lo que sería la vuelta al país del “Hombre-brújula”, Francisco Alberto Caamaño. Nuestro país tiene una deuda historiográfica con la historia posterior a la Dictadura de Trujillo. Sobre los “Doce años” en particular existe una bibliografía muy limitada. De  los trabajos propiamente históricos pienso básicamente en dos obras pioneras: Roberto Cassá con “Los doce años: contrarrevolución y desarrollismo” y José Israel Cuello con “Siete años de Reformismo”, ambas publicadas en los años 80´s, es decir, hace más de cuarenta años. Luego pienso en obras que vieron la luz veinte años más tarde como Laura Faxas con “El mito roto”, la valiosa cronología histórica de Fernando Infante titulada “Los Doce años”, la recopilación documental de Bernardo Vega en “Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966.   

De ninguna manera quiero decir que esta es toda la bibliografía disponible, pero si reafirmo que nos encontramos frente a un período que necesita ser historiado. Hay importantes testimonios en ellas. Incluyo los trabajos de líderes revolucionarios como Hamlet Herman, Fidelio Despradel o Narciso Isa Conde, o la obra de Manuel Matos Moquete “Caamaño: La última esperanza armada”.  Las condiciones están dadas para trabajar el período de los Doce Años sobre todo por la labor del Archivo General de la Nación con su programa de historia oral, especialmente interesado en la historia de la izquierda, su colección de periódicos, así como la documentación del fondo Presidencia que hasta hace relativamente poco reposaba en el Palacio Nacional, constituyen valiosas fuentes a la espera del trabajo parsimonioso de los y las historiadoras.

Ante la falta de investigaciones propiamente históricas la novela juega un papel vital para llenar los vacíos en la rememoración de estos hechos fundamentales de los últimos 50 años.  Para este período en específico recuerdo la excelente novela “El olor del olvido” de Freddy Aguasvivas sobre el secuestro del comandante Crowley y en estos momentos “Morir en Bruselas” de Pablo Gómez Borbón.  

La gran proeza de Charamicos es en primer lugar, alcanzar la verosimilitud, es decir, poder reconstruir convincentemente el mundo político, ideológico y cultural de los años 70. En segundo lugar, construir un relato en clave femenina, con una serie de mujeres de carne y hueso, entre poderosas, entrañables o lamentables.  Las dos potentes heroínas protagonistas Trinidad y Ercira, serán activistas del movimiento de izquierda, que luchan por moverse y ganar un espacio en un territorio de hombres, porque en una sociedad patriarcal la guerra, la violencia, la política esta aparentemente reservada para ellos.  Angela logra persuasivamente mostrar cómo habría sido el relato histórico desde una óptica femenina. Están presentes las formas groseras del machismo, pero también las formas sutiles en las que la testosterona se impone, por ejemplo, en una reunión mayoritariamente poblada por hombres, la sistemática propensión de reservar a las mujeres las tareas relativas a la comida o el café.

Entre las mujeres, la madre es la piedra angular de esta historia.  Hay una serie de mujeres que en su rol de madres serán el impulso, el freno o el apoyo de nuestros personajes. Están ahí tras los bastidores de los procesos, su mundo es la cotidianidad (que por algún motivo se piensa que no tiene relación con la lucha o las acciones de fuerza) o pesando en el trasfondo psicológico de los personajes. Destaco a las cinco principales: Eleonora, la madre de Trinidad; Guillermina, la madre de Ercira; Iluminada, la cofrada; doña Manuela, la madre de Aridio Hormelo y mi favorita Fidelina, la doñita, madre putativa de Trinidad. Todas ellas mostrarán desde diferentes ángulos el cuadro social complejo de las mujeres dominicanas. En general todas batallan solas y eso es interesante porque podría pensarse que es una elección de la autora, en el sentido de que escogió que estuvieran solas, pero cuándo vemos que en el 2020 en República Dominicana según la Oficina Nacional de Estadísticas el 78% de los nacimientos aparecen registrados como de una madre soltera pues podemos reconocer que la novela es sociológicamente precisa y que en nuestro país las madres están solas.  A su manera enfrentan la maternidad y el abandono. Veremos desde el cuadro clásico de la maltratada defensora del maltratador en el caso de Guillermina a una mujer empoderada y combativa en doña Manuela, (una versión tropical de Pelagia la madre en la novela de Máximo Gorki).  Y de hecho la Manuela de la novela representa a doña Manuela Aristy, madre de Amaury Germán Aristy, que sin duda alguna cabe dentro de esa comparación. No puedo evitar recordar las palabras de doña Manuela ante la tumba de su hijo, más que un panegírico fue una arenga política: “Este pueblo es digno de mejor suerte” … “aquí esta tu madre que me he portado como una machaza” y ciertamente las Manuelas, una y otra, rompen el canon tradicional de la madre llorosa, acongojada y recogida.

La Historia, con H mayúscula, tiene pendiente integrar mujeres en estos episodios aparentemente dominados por hombres. Utilizando los recursos y las libertades propias de la literatura, Angela construye un potente relato como solo puede hacerlo la novela. La decisión de cambiar ciertos nombres o siglas convirtió su lectura en una especie de crucigrama para encontrar las equivalencias, ¿quién es este personaje?, ¿cuál es esta organización?, ¿a qué evento se refiere?

Charamicos coloca a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) como el epicentro alrededor del cual giran los hechos relatados.  Pienso que todo uasdiano que tuvo alguna vinculación con el movimiento estudiantil al leer la novela debe ser capaz de captar el ambiente, las tensiones y el anecdotario que se ha preservado a través del tiempo.  Por lo visto en todas las épocas hubo un policía bruto asignado a la UASD, en la novela un tal Masámbula, después un tal Cabuya y después un tal Manzueta. La gramita ha sido la gramita en los 70, en los 80 y en los 90 y hablar de ser 011 es un código que solo los uasdianos podemos entender.

La novela retrata la valentía, la grandiosidad y la nobleza de los luchadores revolucionarios de la época, pero también las penosas debilidades, mezquindades y contradicciones que poblaron el movimiento. Por ejemplo, la absurda lucha fratricida entre los pro soviéticos, pro chinos y pro cubanos que desgastó y fragmentó un movimiento que enfrentaba un régimen que si había podido resolver las contradicciones y divisiones que también lo acosaban. Recordemos las tensiones internas entre las Fuerzas Armadas que Balaguer logró zanjar mientras reprimía el movimiento de izquierda.

Yo supongo que una serie de golpes continuos y constantes (Amín, El Moreno, Los Palmeros y Caamaño, por mencionar algunos) debieron sentirse igual a mi generación por  la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS.  No obstante, yo que me vinculé a lo que quedaba del movimiento estudiantil en los 90´s compartí con un grupo de jóvenes con los que suspirábamos por esos años aguerridos que tan bien retrata Charamicos. Alguna vez dije que éramos “la generación de la nostalgia”, nos tocaron unos años pobres en sueños, en movimientos y en gestos heroicos.

Caamaño estará permanentemente en el horizonte de la esperanza a todo lo largo de la novela. Como figura histórica se había constituido en unos pocos meses de 1965 en un líder sin parangón. Debe haber pocos personajes en nuestra historia que alcanzaran ese nivel de proyección de su figura en apenas unos meses.  Pero además, a eso hay que sumarle la transformación vertiginosa llevada a cabo por este hijo de lo peor del trujillismo, con su propio historial de sangre (recordemos que había sido militar en la dictadura, jefe de los cascos blancos, represor de las primeras movilizaciones antitrujillistas, participante en la Matanza de Palma Sola) en cuestión de meses se transformó y se radicalizó dando la espalda a lo que fue, una ruptura visceral con su pasado y abrazó la causa del futuro dominicano, porque en 1965 se estaba peleando el futuro. Y con sus luces y sombras, en Los Doce Años las organizaciones de izquierda, la Iglesia Católica de base, los clubes culturales, los grupos estudiantiles y los sindicatos estaban también peleando por el futuro. Podría parecer que fueron derrotados pero vistos en la distancia y haciendo balance entiendo que forzaron la situación y llevaron a impedir una reinstalación plena y de largo plazo del autoritarismo, como pasó en muchos lugares de América Latina. Doce años fue lo que el régimen del heredero de Trujillo pudo resistir en el poder.  La democracia dominicana se construyó a retazos, a veces a empujones, pero finalmente se afianzó un poco chueca; nada que ver con las aspiraciones de tantos hombres y mujeres, una Minerva Miraval, un Enrique Jiménez Moya o un Juan Bosch.  

La recreación de Amauri Germán Aristy bajo el nombre de Arídio Hormelo, me pareció brillantemente lograda. Definido como una de esas personas “que arriban al mundo inundadas de un sentimiento de época” me hizo pensar que Amauri fue realmente así, con esa mezcla de arrojo y suavidad.  La novela me permitió imaginar el aura que acompañó la figura de este joven temerario y noble.  No quiero dejar de reconocer la riqueza adicional que es el hecho de que la escritora es también poeta. La novela está permanentemente asaltada por la poesía. Tiene unas formas ingeniosas y atinadas de describir a ciertas figuras. Sobre Amaury Germán Aristy, Trinidad dice “Imaginé que en su cuerpo delgado, felino, de tremenda vitalidad, se acurrucaba un viejo de centenaria memoria”, de Balaguer se dijo que era un hombre “con la flema de una roca glacial”, nunca mejor dicho.

Las páginas más lúgubres fueron las dedicadas a la tortura de Ercira. Irónicamente Angela nunca describe explícitamente la violencia infligida. La autora es capaz de transportarnos a las mazmorras de una cárcel de un país latinoamericano en plena Guerra Fría allí donde la perfidia, lo peor del alma humana se explayaba buscando formas de hacer doler y quebrar el espíritu humano. Pero aun allí, en el fango se vislumbran las pequeñas flores que anuncian la aun persistente bondad humana, las solidaridades grandes o mínimas que nutren la esperanza. Y allí en medio del oprobio Ercira se hace más fuerte, reinterpreta la naturaleza de la experiencia que vive: “Si alguien le preguntara qué es lo peor de la experiencia en la cárcel, respondería que no es el miedo, sino la duda sobre sí misma.”

La batalla campal de los Comandos de la Resistencia llevada a cabo hace 50 años un 12 de enero es la prueba de la determinación, del compromiso absoluto con la causa. Con Amauri y los Palmeros se creó una situación en la que simplemente en términos de la memoria histórica eran inderrotables. Cuando se pierde el miedo a la muerte, se anda de forma temeraria por la vida, pero además ese andar se sustenta en unos ideales. Entonces la muerte es la coronación del proceso. Cuando te enfrentas a un líder que sin vacilación dijo “No podrán vencer sino a los muertos” el gobierno estaba en un callejón sin salida. De ahí la aparatosidad, la desproporción y el absurdo con la que el régimen intentó derrotarlos.

Lo de los Palmeros constituye la esencia de “la bravura de leyenda” de la que habló Caamaño en su discurso de entrega de la presidencia el 3 de septiembre de 1965. El 12 de enero entró ya en el terreno de la leyenda y será tema de novelas y poesías, pero espero también de trabajos académicos. Los dilemas existenciales que atormentan a Trinidad en el contexto de la lucha y el posicionamiento ideológico son los dilemas que probablemente atormentaron a muchos en esos años. En algún punto la joven se recrimina “Me vislumbro ingeniera con laureles, en vez de visualizar los logros colectivos de las mujeres”.  El recorrido vital de Trinidad es, a fin de cuentas, el camino de una generación de dominicanos y dominicanas que vieron golpeado sistemáticamente el sueño colectivo. No obstante, la novela termina de manera optimista, pero al mismo tiempo señala en cierta forma el abandono del proyecto redentor, quizás no el abandono, pero si la imposibilidad de alcanzarlo y en consecuencia el refugio en ciertos proyectos individuales y así el fin de una época.