Reencuentros con Adán (1992)

Crítica literaria
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Todo el día que siguió a la aparición de la A […]. Manuel Zeno Gandía Iba rodeado de su propia luz y no necesitaba de ropajes de gala para atraer todas la miradas. Hiram Lozada Pérez
I Después de varios días de ir por las mañanas al Parque Recreativo Río Bayamón a caminar/trotar/correr, escuchando el rock en español, “tu amor es mi enfermedad,” del argentino Andrés Calamaro con el grupo Los Rodríguez —¡correteo ingrávido; una hora dándole vueltas a la pista sin tocar fondo!—; después de varios días de correteo poético, aparece, el martes 8 de marzo (2022), Día de la Mujer, Adán (1992): primer boricua reciclado del arte puertorriqueño de Nick Quijano. Condensación física. Culminación poética. Aparición de un hombre hecho de desechos industriales: suelas plásticas de zapatos recogidas, como basura, a la orilla del mar, frente al Atlántico del Viejo San Juan. Sincretismo —firme en su desnudez política— compuesto de caminatas ajenas y anónimas, de buenos y malos pasos acoplados a la materialidad del cuerpo con marca de género, de raza/etnicidad y (tácitamente) de clase. Aunque fue compuesto en 1992, la memoria de Adán vive a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Antes de empezar a caminar/trotar/correr, Adán se estira, tocándose varias veces la punta de los pies con las manos. Se acuclilla. Respira hondo. Mira hacia arriba como si fuera a caer de los árboles un aguacero poético. Empieza a trotar, desplazándose con un paso más bien yámbico. “Esos árboles,” dice citando versos de Clemente Soto Vélez, “que no sólo viven / de verdes pensamientos / amarillos” (1955). A la segunda vuelta intensifica el trote. Mantiene la cadencia durante cinco minutos. Suelto como la madre que lo parió, desnudo y descalzo, parece que vuela lentamente sobre la pista zigzagueante. Como si flotara, en una de las vueltas Adán se plantea que la cultura ecocida del petróleo, de la que él mismo tiene la piel de suelas plásticas, nos está haciendo mierda a muchos niveles. La relación entre el dólar, el petróleo y la guerra, asegura, es demasiado intensa para sentirse cómodos en una colonia moderna como Puerto Rico. Por la impronta imperialista de Elon Musk, al justificar la invasión de Bolivia (2019) o de cualquier otro país con importantes reservas de litio, Adán jura que nunca compraría un Tesla. Por la misma vocación devoradora, argumenta que pocas veces ha comprado en Amazon. El primer hombre reciclado del arte boricua —un caminante que sabe, como lo sabía Antonio Machado, que “se hace camino al andar”— corre descalzo sin pelarse la planta de los pies. De vez en cuando, se sacude el sudor de la frente y escupe de la tinta que le corre por las venas; sangre que chupa, siempre que corre en este parque de Bayamón, de “Árboles” (1955), poema del poeta que, según Marcos Reyes Dávila en “Clemente Soto Vélez o la dialéctica que canta” (2012), hace “cantar el materialismo dialéctico”: “Estos árboles que aprenden con la lluvia a no mojarse los pies aun cuando el agua les suba a la cintura.” Segunda condensación. Adán aparece el 8 de marzo, Día de la mujer, porque el 4 de marzo se conmemora en la isla el día de otra mujer, Antonia Martínez Lagares (1949-70), asesinada en la huelga universitaria de 1970. Desde el balcón de un apartamento ríopedrense, Antonia tuvo la osadía de gritarles “asesinos” a los policías que maltrataban a un estudiante. El gendarme que miró para arriba disparó hacia el balcón, hirió a uno y a ella la mató con un tiro en la cabeza, justo donde, en el cartel de Antonio Martorell, estalla el punto rojo. El cartel de Antonio Martorell, ¿Quién le tiene miedo a Antonia Martínez? (1970), provee las preguntas que Adán enuncia y contesta mientras trota a paso lento. ¿Quién le tiene miedo a Antonia? El presidente de la Universidad de Puerto Rico. ¿Quién le tiene miedo a Antonia? El comandante militar del ROTC. ¿Quién le tiene miedo a Antonia? El gobernador de Puerto Rico. ¿Quién le tiene miedo a Antonia? El presidente de los Estados Unidos. II Una semana después de la aparición condensada, dos veces solidaria, del 8 de marzo en el Parque Recreativo Río Bayamón, reaparece Adán, con una gorra de los Cangrejeros y con la novela corta —que dejó inédita— de Manuel Zeno Gandía, El monstruo (1878), subiendo, hacia la Ave. Ponce de León, por la calle Bolívar de Santurce. Novela que, como el de Adán, posee un cuerpo sincrético; en su ensayo introductorio “La reivindicación de la monstruosidad en El monstruo, de Manuel Zeno Gandía” (2008), Miguel Ángel Náter plantea que es un cuerpo hecho de fragmentos románticos, realistas y naturalistas. Condensación. En esta novela corta, explica Náter: “Zeno Gandía critica la cosmovisión del positivismo, de la ciencia como dominadora de la naturaleza, y cuestiona los planteamientos de la fisiognómica, derivada, a su vez, del platonismo de la estética clásica y medieval, en el cual la belleza física implicaba la verdad y el bien.” Lo bueno y lo bello; ¿cómo no pensar en la poesía de José Martí? Al pasar frente a la casa roja de dos pisos en la acera izquierda de la calle Bolívar, donde está la oficina de El Post Antillano en la planta baja, Adán se detiene a preguntar por Linda. Ante la incertidumbre que provoca su irrupción intempestiva, la Gerencia le contesta con otra novela corta, publicada por la editorial de El Post: Yo no he visto a Linda (2022). De la casa roja a la Ave. Ponce de León, distancia demasiado breve para la prosa —solo la poesía puede, en tan poco trecho, devenir—, Adán enfila hacia el oeste, en dirección al Miramar en el que habitan los espectros de la novela corta de Marta Aponte Alsina, Vampiresas (2004), reseñada por Gustavo Quintero Vera en “Una novelista rosa, ¿y qué?” (2020): “Una y otra vez a lo largo de esta novelita rosita, rosita, sorprenden las descripciones de los espacios, las atmósferas y la plasticidad de sus imágenes. A pesar de la aparente ‘liviandad’ del argumento (que tampoco está exento de elementos cómicos y cínicos), quizás el mayor acierto de Vampiresas sean las escenas en las que Laurita se encuentra con cada una de sus vampiresas guías y cómo cada una construye su espacio propio y manera de interactuar con el mundo.” No bien pasa el Consulado Dominicano en la acera a mano derecha, la Ave. Ponce León lo confronta en la próxima esquina a mano izquierda, desde el Teatro Arriví; Adán tiembla, seguro de que al pasar frente al teatro quedará grabada, como en una radiografía, la ficcionalidad ontológica de su hibridez artística. No obstante, confiado en la resonancia bíblica de su identidad postindustrial, afianza el paso. Pasa el Lote 23 de comida —sus quioscos favoritos han sido Pernilería Los Próceres y El Cuchifrito— y cuando llega a lo que era hace pocos años la Librería AC, que ahora se llama The Bookmark, se detiene para mirarse, borgiano, demasiado borgiano, en el reflejo que produce el cristal de la entrada de la librería. En el proceso, sin querer queriendo, se da cuenta de que, al otro lado del cristal-espejo, ¿todos? los títulos en oferta son en inglés. De la Librería AC a The Bookmark: ¿un paso es? Impertérrito, mantiene la marcha por la Ponce de León. Pasa el Centro de Bellas Artes Luis a Ferré —Adán recuerda el miedo que, como gobernador en 1970, Ferré le tenía a Antonia Martínez Lagares; algo que, en su charla con El Post Antillano durante el Día de la Mujer (2022), Adán le escuchó decir a la historiadora Aida Mendoza—; pasa la estantería al aire libre de libros de segunda mano gratis, Libros Libres Santurce, casi todos maltrechos por el sol, el agua y la humedad; libros en su mayoría de consulta, que a nadie llama la atención leer. Camina sin parar hasta la Librería La Esquinita, donde se da con un título que lo hace trastabillar: Antonia: tu nombre es una historia (2019) de Hiram Sánchez Martínez. III Más que trastabillar, el reencuentro en Santurce con Antonia catapulta a Adán al Parque Recreativo Río Bayamón primero y después, mucho más distante en el tiempo, a la Ave. Central, hoy la Piñero, durante los primeros años de la década de 1970; cuando asesinaron a Antonia. El olor a sangre fresca trae a la memoria todas las veces que, de la Ave. San Patricio a la Ponce de León por la Central, pasaba de niño con su familia por la pared de la subestación eléctrica frente al condominio Torre de la Reina; muro que tenía el mural de Antonia y su nombre escrito en letras grandes: A N T O N I A. Imantación; mural enigmático con el que era fácil comunicarse sin palabras cada vez que pasaba frente a él, sin saber (el niño) quién había sido Antonia, pero intuyendo el peso político de su breve paso por esta vida en aquella isla de 1970. Sin saber, además, que, algunos años después, se enteraría de quién había sido Antonia en la música de El Topo, “Antonia” (1978), cuyo primer verso, “Antonia, tu nombre es una historia,” titula el libro de Hiram Sánchez Martínez: Antonia: tu nombre es una historia (2019). Guerrillera, la Antonia de El Topo viene a saldar cuentas: “Antonia, los pueblos no perdonan un día esa ley se ha de cumplir.” Porque Antonia inaugura la era setentera, la de El Topo habla el lenguaje de Albizu Campos, Fanon y El Che: “Tu muerte la juventud la canta es bandera en sus labios y es bala de fusil.” Lenguaje agropoético, “Aquellos que un día derramaron tus pétalos de sangre no sabían que así echaban las semillas en el aire y a la vista del pueblo habrían de surgir,” cuya política activa la intersubjetividad, “Antonia, tu nombre es una historia de un pueblo que se busca y se ha encontrado en ti” y la solidaridad, “Antonia, aquí estamos presentes para mostrarle al mundo la luz que nace en ti.” Destello que es imagen de libertad: “Antonia, tu nombre es como un alba los pájaros desatan la luz del porvenir [.]” IV Sábado, 19 de marzo. De vuelta al Parque Recreativo Río Bayamón, Adán fuma un poco de poesía nuyorican épica (Pedro Pietri, Miguel Piñero, Sandra María Esteves, Miguel Algarín, Victor Hernández Cruz) antes de caminar/trotar/correr para sentirse en dos temporalidades simultáneas. Por un lado, la del presente feroz que acecha con brutalidad la materia/cuerpo/texto que recibe las marcas de género-clase-raza/etnicidad-ser; y por el otro, la de la tradición que adopta y adapta lo que la historia pone en el camino para seguir siendo en el devenir político y poético del cuerpo cambiante. Como si cambiara de sintonía radial, a partir de la tercera vuelta, aumenta el trote; moviéndose del “canto” del “materialismo dialéctico” de la poesía de Clemente Soto Vélez en “Árboles” a la ciénaga poética del poeta maldito catalán Albert Pla, LITERATURA, DEMASIADA LITERATURA, en cuya música la perversidad ostenta una pátina de inocencia vital. Por fuerza de gravedad literaria (una que cruza todas las fronteras), escucha la “versión libre” del temazo de Lou Reed, “El lado más bestia de la vida” (1995): “Manolo era todo un macho de pelo en pecho Pero estaba algo cansado, 'taba harto de su sexo Así que se afeitó y se depiló Y ahora Manolo es toda una mujer Desde que va por el la'o de la vida más salvaje Sí, Manoli, por el lado más salvaje de la vida.” Cuando llega al tema de “Enterrador de cementerios,” en el CD No solo de rumba vive el hombre (1992), aprovecha el momento en que la música rompe la poesía domeñada por las antologías escolares para acelerar: “Así con esas cosas Fui a la puerta de una escuela Conocí a una linda niña Llevaba trenza y falditas Uy qué rica qué libre de culpa Así me gusta y le dije Deja este colegio A tu papá y ven conmigo Vente conmigo a jugar Pero vente Vente vente vente A mi chatarrero a vivir Pero antes Deja de chupar ese chupete De chupa chup Ahora Chup chup chup Chúpamela sólo a mí”, Aumenta el paso al correteo rápido, bastante veloz, que busca con la rapidez llevar el cuerpo, después de varias vueltas, al límite. Umbral desde el que un tema alucinante como “La colilla” (2008), detonador de alarmas de incendio, llena la pista de humo: “Era una camioneta repleta De espaldas mojadas yendo a la frontera Buscando la meca buscando la happy Buscando Miami y la vida light. Les esperaban los federales Licenciados en humanidades. Vaya coraje muerte al mestizaje Ni el general Custer fue tan salvaje […] Cuando termina Una cabeza cayó en la arena En la arena cayó la cabeza De Carlos Cuesta último descendiente De Moctezuma un jefazo azteca […] Cayó en la arena y ya estaba muerta Pero aún iba fumando rodando y fumando.” Entre nubes de humo que parecían una cordillera de caballos imposibles de esquivar, Adán se monta en la cresta de una humareda y le sigue de cerca los pasos a la colilla trashumante: “Y el cigarrito cayó de sus labios “Sería por miedo que siguió rodando Huyendo y rodando sin darse cuenta Cruzó la frontera y se puso a salvo ¡welcome to unitedstatesofamerica! Santa Bárbara bendita Protege a esta pobre colillita Que está que echa humo […] Esta es la historia de un cigarrito O mejor dicho de la colilla De un cigarrito que fue rodando Desde Laredo hasta Washington […]” Espolea la humareda como si estuviera encima de Rocinante. Galopa; cuando ve lo que tiene enfrente, se agarra de la crin para no caerse de la poesía, osadamente política: “¿que es lo que pasa si una colilla mal encendida Se cuela en una gasolinera? Pues que hace ¡¡pummm!! Pues que hace ¡¡pufff!!. La explosión se oyó en todo Texas. Era el comienzo de una gran gesta […] Y es que el petróleo es superinflamable Así que Texas voló por los aires Era la hoguera de las vanidades Era el infierno de los cobardes […]” Del estruendo, que se siente al correr como un terremoto, otro más de los que ha venido experimentando la isla en los últimos años, Adán es empujado por la onda sonora hasta el final de “La colilla,” donde también concluye, en la fantasía decolonial de la canción, la modernidad-colonialidad usamericana: “Cuando estallaron los mil megatones de microplutoniobiofilizado Que había enterrado bajo Colorado Retumbó todo bajo sus pies. […] De la costa este a la costa oeste El gran imperio se fue al garete. Y con lo que quede No podrá identificarse Ni con las pruebas del adn.” V Reencuentro hipertélico; el de Adán hace saltar la literatura.