Dialogismo y relatividad del espacio-poesía en una poética suspendida

Crítica literaria
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A mi editor, Carlos Roberto Gómez

Comienzo en estos día la unidad de poesía con mis estudiantes. La poesía, les aviso, es el arte de decir con menos palabras, es el arte de insinuar con un lenguaje de desvío que va por encima del lenguaje explicativo, en la mayoría de los casos. No se preocupen, no les enseño a dividir sílabas y a determinar rimas o tipos estróficos. La poesía no es como la narrativa, que sin prescindir de los recursos poéticos que pudieran ser concluyentes pero no necesarios, se escribe con todo el engranaje de la comunicación lingüística para que el lector comprenda lo contado, aunque tenga que acudir al diccionario o aprender un nuevo lenguaje. La poesía, y espero que me entiendan mis alumnos, no se aleja de la realidad, ni de la representación del mundo que vivimos, sino que es el mundo que vivimos filtrado por las palabras del poema.

Digamos que la poesía es un lugar o espacio y el poema su captura en un tiempo determinado de ese lugar espacio. Por esto mi madre siempre es poesía, y mis intentos de capturarla aun con el dialogismo de mi escritura, aun con las conversaciones de una vida juntas: madre e hija; y, luego, hija y madre, el resultado es un poemario como Velos de la memoria (2019- Isla Negra Editores), un raro intento de conciliar en un pequeño rincón de un mundo paralelo, ¿el tiemplo que se dobla?

Hoy, que tan a propósito estoy de prepararme para mi curso, toda la relatividad de mis mundos, converge en ella. Ella siempre gana, me vence. Madre, espacio suspendido, incisivo, iridiscente, mudo, sin peso aparente como la luz de un misterio. Me tomas de las manos y me das las vueltas de la coreografía de María Esther Del Valle, pero yo continúo dando más y más. —Te vas a marear, me dices. Me mareo, me caigo en tus brazos. Veo tu rostro girar muchas veces repetido ante mis ojos. Reímos.