El dios naranja

Voces Emergentes

Estamos en el pasado. La economía de los países era la agricultura. Siempre se buscaba la más barata para incrementar las ganancias. La esclavitud era la orden del día. Se trataban a los esclavos como propiedad. No importaba de donde viniera, podría ser del sur o del continente negro, eran una clase baja, nacida para trabajar y ser dominados.

El dueño de la finca, Mr. Thomas, era un tipo blanco, regordete, con sus cachetes rosados y pelo claro. Siempre andaba mal vestido y con un olor fuerte a sudor mezclado con alcohol. Había heredado esta finca de sus padres. Lo habían casado con Martha, su prima para mantener la pureza racial.

La finca de unos 400 acres se encontraba en la parte sur de la gran nación de Utopía del Norte. Algodón, tabaco era los productos principales de este lugar. Se le sacaba mucho dinero ya que la mano de obra era barata e ilimitada.

Un día, Thomas llegó de su día de trabajo y fue recibido con la noticia de que su esposa estaba embarazada. Al fin, pensó, un heredero. Estaba muy feliz. Más tarde fue a la reunión de los Dragones con la noticia que iba a ser padre. Todos gritaron emocionados, ¡un futuro dragón!

Thomas se emborrachó, fue al corral donde estaban sus esclavas, y las despertó. Desvistió a una de ellas, la más joven de unos 11 años, le arranco la ropa y la violó. Por unas horas, el insaciable patrono destruía la dignidad de esta niña. Golpes, risa, eyaculaciones, eran parte del menú, mientras hacía que sus padres lo vieran todo. Cuando acabó su deseo sexual, la dejó llena de sangre y moretones por todo el cuerpo. Thomas se sentía un gran macho, otra a la que quitaba la virginidad. Le encantaba esa sensación. Su esposa, Martha, lo miraba todo con lágrimas en los ojos.

Para muchos, Mr. Thomas eran un ser despreciable. Para sus amigos Dragones era el ejemplo de un verdadero patriota.

Ya habían pasado unos nueves meses y llegó el día de la verdad. Su esposa, daría a luz. Para la alegría de Mr. Thomas, había nacido varón, bueno, no esperaba menos. El nombre de la frágil criatura seria John, como su abuelo. Era tradición.

John había nacido rubio, ojos azules como el cielo de piel blanca como la leche. Era el orgullo de su padre. Era perfecto.

“Este va a ser uno de nosotros”- repetía el padre.

John aprendió desde muy chico el concepto de familia. La respetaba hasta la muerte. Poco a poco fue entrando en las creencias familiares. Venía de una gran familia que en el pasado habían sido dueños de grandes cantidades de acres cultivados de algodón y

tabaco. La mano de obra esclava fue parte importante para ese desarrollo económico de la familia. Dominaban la política del lugar y no importa lo que pasara, su familia siempre se salía con la suya.

Cuando el niño comenzó a caminar hizo amistad con los hijos de los esclavos. Jugaba con ellos, los veía como sus iguales. Su padre de entero y rápidamente tomo acción. Puso a la venta a aquellas basuras para que no dañaran la mente de su hijo. “Como mi hijo se va a juntar con esa basura.”, se decía Mr. Thomas.

Ya en la escuela, el niño, tenía muchos amigos sin importar el color de piel. El principal de la escuela, un hermano Dragon del padre, se lo informó. El regaño a John fue enorme. La correa fue poco. Su padre luego de varios días lo sentó y comenzó a habla con él.

- “Hijo, nosotros somos muy cristianos. Esos seres no son personas. No tienen alma. Fueron creados para servirnos. Son animales. No quiero que tu vista te engañe. Tú tienes un futuro enorme. Esta finca va a ser tuya y ellos serán tú herramienta de trabajo. Quiero que vayas hoy conmigo a conocer a unas amistades. Ya tienes la edad suficiente.”- concluyo el padre.

En la noche fue llevado a una reunión de los Dragones. Todos lucían sus ropas y mascaras blancas, como símbolo de pureza. En sus cuellos, una gran cruz que era parte de su fe cristiana y como Dios los protegía. John quedó sorprendido, a sus 15 años nunca había visto tal espectáculo.

- “Hijo, tiempo de iniciarse.”- le dijo el padre.

No era el único. Había otros hijos de dragones.

Como buenos cristianos, había que acabar con los maricones, decía uno de los que les daba la charla a los futuros dragones. Dios creo que hombre u la mujer, no a dos machos para que estuviesen juntos. Eso era una barbarie.

Observó a un hombre con su cara tapada y totalmente desnudo. Amarrado de un árbol, en su sudoroso cuerpo se podían observar las marcas de moretones y sangra coagulada. Uno de los de Dragones, el cual tenía una capa dorada y una corona, comenzó a darle latigazos. Azote tras azote, el hombre gritaba. Se podía observar su carne rojiza entre el color negro de su piel.

El Dragon Dorado comenzó a llamar a los hijos de Dragones uno a uno. Les pasaba el látigo y les pedía que lo azotaran con todas sus fuerzas. Era el castigo por ser marica y negro.

John vaciló en hacerlo, pero su padre le dio una pescozada y el joven le dio uno leve.

- “Pareces una nena. Dale como hombre coño, que apenas estamos comenzando.’- le grito el padre.

Luego de más de una hora de látigos, la orden era utilizar un cuchillo para marcar e infligir más dolor a la víctima. Se le quitó la tela sucia que ocultaba la identidad del juguete humano.

John abrió los ojos bien grandes, era Joseph, un compañero de clases y además su amigo. Thomas le dijo a su hijo que le cortara una oreja. John le pidió que no, que lo conocía y era buen muchacho.

A estos comentarios comenzó la risa entre los dragones con los epítetos de que ese nene salió pato, le gustan los negros, y otros comentarios. Esto enfureció a Thomas, le tomo la mano a su hijo y le obligó a cortarle la oreja. Los demás jóvenes también se burlaban de John por no haber querido contarle la oreja. Los iniciados comenzaron a desgarrar la carne de lo que había sido un ser humano.

La cara de Joseph parecía un Jesucristo negro. Sudor, lagrimas, sangre se juntaban en una corriente que inundaba todo su cuerpo. Uno de los iniciados grito que le explotaran los ojos. Todos estuvieron de acuerdo. John no sabía qué hacer.

Los ojos del chico desaparecieron. Solo quedo una marca donde una vez existió una pupila. Thomas le dijo a su hijo, “Te toca cortarle el bicho” y le paso el cuchillo. John se negaba, hasta que su padre le tomó la mano, le agarró el pene y se lo corto. El miembro del pobre hombre fue puesto en su propia boca.

Luego de más de cinco horas de penosas torturas, fue bajado del árbol y montado en la caja de una guagua. Antes de partir, le hicieron una oración en honor al dios naranja que guiaba la Utopía para hacerla grande nuevamente.

Dejaron el cuerpo moribundo de Joseph en el frente de su casa.

Esa noche siempre acompañó a John en sus pesadillas. Y no fue la única vez. Era costumbre de hacerlo este tipo de ritual en honor al dios Naranja una vez al mes.

Thomas llevó a John a hacerse unos tatuajes con símbolos como dos letras cruzadas, una D y una T, símbolo de su grupo fraternal. “Dragones Todos” era el significado de esos símbolos. El joven ahora de 17 años no veía el momento de irse a estudiar y alejarse de aquellos lugares. No le importaba la fortuna familiar. No quería seguir disimulando antes su padre lo que él no era. Quería ser Él mismo.

Tiempo paso. Entró a una excelente universidad donde los hijos de Dragones estudiaban. Era una universidad solo para blancos. El optó por no vivir en campus y alquiló un apartamento lejos del recinto.

Una tarde, cansado de las clases y con sueño, llegó a su apartamento en la noche. Estaba de noche se desvistió y se acostó en su cama. Le dio un beso a su pareja y John le dijo, “Te amo”.

Una voz fuerte y masculina le contesto, “Y yo más a ti.”