Homenaje a César Vallejo

Voces Emergentes

Carta a César Vallejo que falleció un 15 de abril tras escribir que moriría en París con aguaceros. Este homenaje se lo rindió seis años después en la revista Orígenes la gran poeta cubana Fina García Marruz, ganadora del XX premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que el año que viene cumple 100 años

César Vallejo, tu bastón, tus ojos,

tu madre, tu chaleco humilde y triste,

tus palabras de uso, gastadas noblemente

como una herramienta milenaria

que te han puesto en las manos,

como la herramienta tocada, sudada por el hombre,

agraviado de tanta lejanía, anónimo señor de la calle,

elegido a la fuerza, sepulturero, insomne,

calado hasta los buceos de trascendente llama,

de trigo servicial y de nativo llanto necesario,

César Vallejo, tu pan leído del cielo,

tu pan distinto de nostalgia,

tu cara parecida a "en fin", "después de todo",

César Vallejo, del lado más terrible y más desnudo del mundo,

haces signos, previenes, nos preguntas la sangre,

nos preguntas el sueño y nos gritas

por qué te dan así tanto en el alma.

César Vallejo, tu voz cómo nos suena,

qué igual a tu persona inconfundible, a la incesante piedra

de tu siempre, a tu caer molido en tu esqueleto,

a tu caer sin fin hasta tu fondo

sin sobra y con arrugas,

a tu espoleada frente recorriendo

la tierra varonil de tu tristeza.

Porque así, sencillamente, como debe ser,

hablas las cosas que te pasan

y todavía más las que han pasado,

porque es necesario hacer clara la lista,

el texto que te piden, la escritura que sacas

del olvido, que piden a ese sueño sombrío que es tu vida,

la cláusula pasiva de tu carne, tus palabras,

como tú las querías, para siempre.

Ahora pienso en ti, pienso en la roca

que tiene el cielo atrás, echado al alma,

y un taciturno espejo espeso que lo mira,

su existir corrobora las aves sin embargo,

y es así que te veo, escueto de pasiones,

rectificando al hombre que pasa por la calle

con su familia tácita, sin esperanza inmediata,

su rostro en el bolsillo momentáneo,

y tú, mientras, desnudo, mortificado, solo,

rectificas tu muerte, rectificas

su estancia sollozada, su suntuosa mentira,

y las definitivas decenas, gota a gota,

de la muy minuciosa y pueril, de un solo trago,

y la arbitraria cuenta de tus noches.

Pero si es verdad que, como te decía,

atestiguas el llanto, de pie, contra la noche,

o el súbito argumento rotundo de una muerte,

sí es verdad que sollozas tu fuego venidero,

y le das unidad a tanta desgracia,

tanto oscuro desorden cercando, tanta sombra,

aún te queda sonrisa por la sopa materna,

y el vino hecho en la casa recorre tus semanas,

aún hablas de las mulas, del tiempo, o de si es tarde,

aún ves caer la lluvia y te sonríes

como si hubieras visto un pariente querido,

aún dices sin embargo, bizcocho, nieve, ahora,

aún olvidas, no excluyes,

admitiendo esa costumbre tan antigua del mundo

de abrazar la saliva y el ave,

en el mismo aceite innombrado,

en un tan idéntico fuego de estatura melancólica.

Aún olvidas el llanto un instante, la agujereada

materia de tu llanto, y un momento acaricias la vida,

y dices que no es nada, no es nada, no es nada.

En esta hora que te escribo

todo sigue lo mismo, las nubes, las semanas,

ya ves, es increíble que toda siga tan lo mismo,

y si es verdad que pensar que hayas vivido

me alegra y duele a un tiempo,

sé que es sólo un momento que pasará bien pronto

pues apenas hay hora para vivir lo nuestro y decir

aquí estamos, éste es mi testimonio, ésta es mi alma.

Siga el árbol y el hombre con su amargura a cuestas

y las sagradas letras del crepúsculo olviden

que apenas se ha perdido tu pobrecito traje

de esa tela tan triste que nos das para siempre.

Llueve largo el olvido,

tu pueblo está distante, trabajador, minero,

ya no llueve otra vez porque te acuerdes

cómo llovía antes, y está oscuro

tu domingo, la casa, el adiós.