Notas a partir de “De la plantación a la caña”, en Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite

Cultura

Antonio Benítez Rojo en La isla que se repite, nos plantea al Caribe como un meta-archipiélago que goza de “la virtud de carecer de límites y de centro”, y que se mueve “en una dirección aproximada”. Su complejidad se ha fraguado en el acontecer cronológico de la historia universal, de los diversos discursos económicos y de los encuentros y desencuentros étnico-culturales. De esta manera, tal como Juan Bosch y Charles Gerard Pierre, el autor entrelaza la historia del Caribe a la del capitalismo mundial.

En su relato del Caribe, Benítez Rojo sostiene la idea de una sociedad que se repite debido a su economía de plantación. Es decir, en el Caribe no sólo hay plantaciones, sino que también hay un tipo de sociedad que resulta de su uso y abuso (¿C. Marx?)*. Sin embargo, en el Caribe de Benítez Rojo se da una “coexistencia crítica” que desencadena en “las formas culturales más impredecibles y diversas”. Para detectar esa regularidad dinámica que se ubica en el “des-orden” o en la complejidad que trajo al Caribe la economía de la Plantación, propone una “lectura tipo Vía Láctea de Caos”.

En esta lectura de Benítez Rojo, la Plantación se torna en el más importante instrumento para estudiar “la frontera imperial” de Bosch. Esto, debido a que la Plantación sirvió a Europa para modelar al Caribe de otra manera. Lo contrario (la no Plantación), comenta Benítez Rojo, con toda probabilidad hubiera resultado en pequeños modelos de ciudades europeas. Pero la repetición de la Plantación en la cuenca caribeña no debe ser entendida como una carencia de diversidad, pues sabemos que cada imperio, como enfatizan Bosch y Gérard, buscaba satisfacer sus intereses y necesidades históricas.

Estos intereses y necesidades, que en medida cierta reflejan la diversidad en el Caribe (La Habana v. Kingston), provocaron la concreción de “la célula de la Plantación” o “el complejo del ingenio”, cuyo objetivo ha sido “ejercer un dominio perpetuo” en la zona. A su objetivo ha contribuido el que la economía de la Plantación haya gozado de una tendencia a sobrevivir en las peores condiciones del mercado exterior. Como claros

ejemplos de su dinamismo, Benítez Rojo señala la habilidad de la Plantación para enfrentar el reto que implicó la liquidación de la esclavitud, el advenimiento de la independencia y “la adopción de un modo socialista de producción”.

El tipo de estructura social en que se ha desenvuelto y desenvuelve la Plantación, es un factor que da al Caribe otros posibles circuitos de diversidad y transformación. Benítez Rojo esboza todo un esquema sobre la africanización en la cultura criolla. A base del mismo concluye que en las colonias donde el esclavo negro arribó antes del desarrollo de la economía de la Plantación, su contribución a ésta fue mayor que en aquellas otras colonias a donde llegó durante el auge de la Plantación.

Fundamenta su análisis en el juicio generalmente aceptado “de que el esclavo de la plantación azucarera fue el más intensamente explotado y reprimido”, por lo cual, según el autor, “fue también el agente africano menos activo en el proceso de comunicar su cultura al medio social criollo”. Más aún cuando el grado de movilidad de los esclavos negros es para Benítez Rojo el factor clave para la africanización de sus espacios culturales de encuentro. En esto coinciden Benítez Rojo y Ángel G. Quintero Rivera, pues ese espacio de encuentro es el de la contra-plantación.

Claro, entre uno y otro autor se dan unas lecturas que no conforman una misma aproximación al Caribe, dado que sólo parecen coincidir en que los llamados caribeños producen ritmos comunes. El énfasis en la etnicidad les aleja, porque Quintero Rivera, al examinar la “sociedad cimarrona”, observa nuevas y específicas formas culturales. Este es un punto de des-encuentro, pues Benítez Rojo observa en su Caribe “unos componentes que provienen de muchos lugares del globo”. Estos componentes, a su vez carecen de constancia, estabilidad, homogeneidad y paralelismo con los que transitan en otras regiones que se llaman por sí mismas caribeñas. Tanto es su carecer, que Benítez Rojo sostiene (como Moya Pons) que no hay como tal una conciencia pan-caribeña.

Esta diferencia entre una y otra lectura del Caribe tiene su eje de des-encuentro en la mirada al Caribe que hace uno y otro autor. Benítez Rojo estudia el Caribe desde la óptica de la Plantación, y el cómo esta define un Caribe que carece de centro y límite. Quintero Rivera estudia el Caribe de la contra-plantación, y cómo en ésta “afloran elementos de una base cultural común, contradictoria, que se constituye en la tensión dialéctica entre ansias libertarias y realidades impuestas”. Obviamente, esto las hace dos lecturas adversas.

Referencias:

Juan Bosch, “Una frontera de cinco siglos”, De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe, frontera imperial. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1983. Págs. 9-19.

Charles Gerard Pierre, “Sociedad e ideología en el Caribe”, El pensamiento socio-político moderno en el Caribe. México: Fondo de Cultura Económica, 1981. Págs. 11-35.

Carlos Marx, El Capital. México: Fondo de Cultura Económica, 1968. L. I, pág. 46.

Ángel G. Quintero Rivera, “El tambor camuflado: la metodización de ritmos y la etnicidad cimarroneada”, ¡Salsa, Sabor y Control! Sociología de la música “tropical”. México: Siglo Veintiuno Editores, 1999. Págs. 250-251.