(San Juan, 11:00 a.m.)
Vibra el tango en su poesía,
por la magia de su canto,
que con sublime quebranto,
arde en luz de melodía.
Espiga del claro día
por su inmenso derrotero
y el ala de su sombrero,
y su peinado engrasado
hacen que el tiempo a su lado
sea un inmóvil lucero.
Con el brillo en la mirada
fue un raudal de sentimiento,
estrella de un firmamento
en la altísima morada.
Una voz eternizada
en anhelado candor,
orgullo del payador
que hace del tango un tesoro,
resguardado por el oro
del verso cautivador.
Su arcano no tiene fin
en las cumbres de su estrella,
ni en el fulgor de su huella,
ni en el cristal de copetín.
Del brumoso cafetín
salió a ofrendar su talento,
empujado por el viento
en su infinito esplendor
de zorzal y ruiseñor
en la eternidad del tiempo.
De la muerte de Gardel
se cumplen casi 90 años,
y en sus líricos peldaños
crece siempre algún clavel.
Nadie cantó como él
lo popular argentino
y el tango estaba en su sino
como altísimo sitial,
donde no tuvo rival
en su tanguero camino.