Recordemos a Gilberto Concepción Suarez

Cultura
(San Juan, 1:00 p.m.) En el cumpleaños de mi querido compadre Gilberto Concepción Suárez reproduzco el mensaje que pronuncié en la misa en que lo despedimos en la Funeraria Ehret el 8 de enero del 2015. El mensaje fue publicado como parte del artículo "Gilberto, el cine y sus amigos" de María Cristina en el suplemento En Rojo del semanario Claridad, edición del lunes 16 de enero del 2015.
"No es fácil despedirse de Gilberto. Aceptar que no lo volveremos a ver cuesta mucho trabajo. Pensar que ya no podemos contar con su consejo sabio ni con su abrazo solidario es algo a lo que tendremos que acostumbrarnos, queramos o no.
Seres humanos como Gilberto no nacen todos los días. Generoso, leal, honesto, vertical, inteligente, sensible, capaz de las más grandes ternuras… podría mencionar muchas otras de sus cualidades pero no es necesario. Todos los que estamos aquí lo conocimos, lo admiramos y lo quisimos. Por eso estamos aquí diciéndole hasta luego. Sus hijos, sus nietos, su amada Lillian, sus demás familiares, sus amigos, todos estamos consternados con su partida pese a que sabíamos que se nos escapaba sin que pudiésemos evitarlo.
Conocí a Gilberto hace 50 años cuando hacíamos juntos el programa radial del PIP en las Elecciones de 1964. Su patriotismo, su calidad humana y su amor por la cultura nos unió desde aquel momento. Fui testigo y cómplice de innumerables acontecimientos de su vida e igualmente él de la mía. No los voy a agobiar con tantos inolvidables recuerdos de nuestra amistad, que más que amistad era una hermandad. Sí quiero dejar constancia de cuando en un momento muy difícil de mi vida, acudió en mi auxilio, cuidando él y mi inolvidable comadre Anita, por varios meses, a mi hija Estela Mari, su ahijada, que tenía 3 años de edad. Monseñor Antulio Parrilla había oficiado en las dos ceremonias en que nos convertimos en compadres, de doble vínculo, como él solía decir: yo padrino de su amada hija María Elena, él padrino de mi Estelita. De esos meses que mi hija pasó en su hogar recibiendo el cariño y la solidaridad, no sólo de Gilberto y Anita, sino también de Ana María, María Elena, Soledad y Carlos que la acogieron como otra hermana, mi hija publicó en una red social un mensaje que quiero compartir con Uds.
Decía:
“Mi Padrino querido, cuánto lamento y qué tristeza me da tu partida hoy...
Durante toda mi vida siempre he tenido agradecimiento por tu amor incondicional tomando tu papel de padrino y compadre más allá de lo que uno se imagina posible. Padrino, en las memorias más profundas de mi vida siempre he tenido muy presente cuando en mi niñez me llevaste a vivir a tu casa con Anita, tan bella, que tanto mi madre la quería, y con tus hijos y en todo momento haciéndome sentir nada más y nada menos que como parte de tu familia. A través de los años a pesar de mi distancia desde Miami, NUNCA te olvidaste de mi y siempre, al mismo lado de mi hermano Piri y de mi padre Pedro Zervigón en Puerto Rico . Nunca, Padrino, nunca olvidaste ni un cumpleaños ni un día feriado de Navidad, y siempre estabas con nosotros en nuestros momentos más felices y especialmente en nuestros momentos difíciles.
Agradezco con el alma haber pasado la reciente Noche Buena al lado tuyo, tus hijos que son unos ángeles, Maria Elena, Soledad, Ana María y Carlos, tus nietos y tu esposa tan extraordinaria Lillian. Siempre guardaré en mi corazón las cosas tan bonitas que me dijiste esa noche inolvidable. Bendiciones Padrino, nos veremos en el cielo junto a mi mami y a todos los seres queridos que tanto extrañamos...  Te Amo Eternamente, tu ‘Hija Rubia’”.
Siempre que alguien muere, decimos que era un buen hijo, un buen padre y un buen esposo, aunque no siempre es verdad. En el caso de Gilberto nadie duda de su inmenso amor por su padre Don Gilberto, a quien acompañaba de joven, a menudo como chofer, por todos los rincones de la Isla, en sus frecuentes recorridos por pueblos y montañas en su incansable gesta por lograr la independencia de Puerto Rico. Igualmente su inmenso amor por su madre Doña Ada, y su respaldo incondicional a ella en sus fructíferas investigaciones y publicaciones sobre el prócer Ramón Emeterio Betances. Sus hijos aquí presentes dan fe de la clase de padre que fue Gilberto. Igualmente los cónyuges de éstos a quienes quiso como hijos. También da fe de este amor paternal, el enorme cariño que prodigó a Angelito, el retoño de Lillian, que se convirtió en su hijo menor.
Lillian querida, el inmenso amor que los unió a ustedes no termina con la partida de Gilberto. Quien es capaz de amar, como ustedes lo hicieron, sufre menos la pérdida del ser amado que aquel que no fue capaz de dar ni demostrar suficiente amor.
Quiero terminar, compartiendo con ustedes unas líneas que mi querido compadre me dejó, escritas tres días antes de su muerte. Esta carta es un testimonio de la devoción de Gilberto por la amistad, que para él siempre fue uno de los más nobles sentimientos humanos.
“Querido hermano Pedro,  Jamás pensé en una despedida como ésta, pero la vida nos conduce por extraños lugares sobre los que no tenemos poder alguno. Vivimos en medio siglo, de amigos, compañeros y confidentes, con pocas altas y pocas bajas, superables todas. A lo largo del camino has sido una importante fuente de trabajo y compromiso y he encontrado en ti la fortaleza para continuar. Y así una vez más mi compromiso y auténtica hermandad. Gilberto”.
Y yo le digo: Hasta pronto, hermano.