Una cita con Osiris Delgado [para recordar al maestro Rafael Cordero]

Justicia Social

(San Juan, 10:00 a.m.) Ardiendo por dentro por causa del afán de conseguir un nuevo y preciado libro para mi tesis sobre los barrios extramuros del San Juan del siglo XIX, después de haber leído el artículo escrito por Carmen Dolores Hernández sobre el nuevo libro del maestro Rafael Cordero, me lancé a la aventura de buscarlo debajo de las piedras si fuere necesario. Justo casi allí lo encontré, como es mi costumbre cuando persigo un buen libro con esa buena causa…pero también encontré debajo de esa misma piedra una joya aún más valiosa, una tarde escuchando la sabiduría de un hombre sencillo, el Dr. Osiris Delgado.

Como si estuviese a los pies del Gamaliel de la Biblia, me embelesé escuchando la conversación de aquél gigante que apenas nada más de conocerme, me invitaba a su santuario lleno de libros, (con un leve parecido al mío propio, sólo que más organizado) y me señalaba una silla para que tomara asiento. Yo estaba en las nubes… ¡sentada en la biblioteca de la oficina de uno de los más grandes pintores de mi tierra, como si nada…! Tomé asiento más allá de lo físico; tomé un asiento espiritual…tanto tiempo trabajando como profesora, tratando de imitar a mis grandes profesores de la UPR en la impartición de la enseñanza y de momento, se me permitía dar un viaje al pasado…a los años setenta, cuando con mi falda mini, mis tacos y cien libras de menos me sentaba frente a aquellas lumbreras de la Universidad a saborear cada palabra, cada experiencia de aprendiz anhelante, de lectora precoz…

Allí estaba yo creyendo que el Dr. Delgado pondría en mis manos en cualquier momento el libro que iba yo a buscar y me despediría galantemente…sin embargo él tenía una mejor idea…la de dejar que sus recuerdos y vivencia afloraran libremente de sus labios y llenaran mi corazón anhelante de revivir una clase al estilo UPR. 

La emoción por mi interés en el maestro Cordero lo embargaba y sintió la libertad de contarme todas sus experiencias con el mentor ya ido para siempre. Luego de un ratito hablar de muchas cosas, de Muñoz Marín, de la Universidad, de los políticos, de la falta de identidad de los boricuas del siglo XXI, el tema lo fue Rafael Cordero…su presencia conmemorativa era casi tangible y no me hubiera extrañado verlo entrar y sentarse con nosotros a disfrutar de las anécdotas que de él conocía tan bien el Dr. Delgado.

Casi me adentré en el cuadro de Oller que presenta al maestro Cordero con sus alumnos, Román Baldorioty de Castro y Alejandro Tapia y Rivera, entre otros, cuando el Dr. Delgado me narró la forma en que el maestro Cordero observaba a sus alumnos y les permitía disfrutar de lo que más les gustaba como parte del proceso de lo que hoy llamamos, enseñanza- aprendizaje. Mientras Osiris Delgado hablaba, yo podía ver en mi recuerdo, el patio del cuadro del Maestro Cordero de Oller y al pequeño Alejandro Tapia y Rivera sentado en una esquinita de la “galería” embelesado con la fronda de los árboles que asomaban sobre la pared que dividía la casa de la calle.

Podía además ver el amor y la paciencia con la que Rafael Cordero disciplinaba a los pequeños, acostándolos boca abajo en su falda, bajándoles los pantaloncitos y dándole una suave nalgada que les recordaba que allí había una autoridad, casi un padre... un maestro velando por la formación de próceres, de prohombres…

Incluso visité al maestro en aras de la imaginación cuando se negaba tercamente a ser pintado por Oller o por cualquier otro, haciendo galas de su humildad y de su piedad, obviando las vanidades de este mundo…También lo vi ser convencido por fin a ser dibujado por su ex alumno venezolano; y no conforme con eso,  Osiris Delgado me regaló (después de buscarla como aguja en pajar) la estampita donde se reflejaba el verdadero rostro del modelo de todos los genuinos maestros de nuestra amada patria.

En franca camaradería, y como clímax de la visita, Osiris Delgado me relató el momento en que juntamente con el decano de la UPR en el 1946, estaba organizando una importante exposición de Oller y Campeche, y el decano, accidentalmente rasgó y dobló el venerado cuadro de la escuelita del maestro Rafael de Oller. El Dr. Delgado me contó, estando yo al borde de la locura con esa maravillosa historia escondida de mi país; cómo él mismo se había dado a la tarea, casi sin conocimiento de cómo hacerlo, de unir los pelitos de la urdimbre de la tela del cuadro, de pegarlos con un material especial y de rellenar la pintura desgastada, así como de rehacer el ojito de uno de los niños del cuadro, que había desaparecido en el accidente. El Dr. Delgado hace galas de cómo le pidió al Maestro Cordero que lo ayudara…definitivamente, Dios sí lo ayudó, pues el cuadro original que tenemos hoy en día, el cual parece completamente sano, fue el cuadro curado por él.

Cuando caí en cuenta del tiempo, había estado allí casi dos horas llenando mi espíritu de una palabra sabia y electrizante. Al salir de la oficina-biblioteca- galería, no sin antes sorprenderme ante el hermoso y enorme cuadro ya famoso entre los boricuas, de la niña jugando con el cordón, su hija en la vida real… con el anciano a la puerta de su oficina cuidando de que llegara yo a mi carro sana y salva; recordé las palabras del Apóstol… “En el principio era el Verbo y el Verbo era Dios…”