Tiago

Creativo

La hombría Boróro se debe probar de varias maneras. Dominar el duelo a muerte con la pantera es ineludible. Oculta y sigilosa, en calculada emboscada a la presa, esta dueña de la jungla espera pacientemente su momento. La fortaleza de sus patas y la afilada garra, despedazan de un zarpazo la piel, y no encuentran resistencia alguna en la fragilidad del mono.

Mas de ser necesario destrozarían con igual facilidad el pellejo de un hombre, y sus fuertes mandíbulas, triturarían sin piedad los huesos humanos. Aún así, casi ninguno de los hombres de la tribu sale derrotado de tal encuentro, pues la preparación para la batalla comienza a muy temprana edad, y no es hasta el tiempo de validarse como proveedor familiar, que se mira directamente a los ojos del peligroso animal. Mi momento nunca llegó. Hubiera sido presa fácil.

La historia comenzó en 1898, el año de mi nacimiento. Mi nombre es Tiago y soy…, bueno ese fue el propósito de esta, la que terminó siendo mi última corta y recelosa nota, ayudarme, o más bien, seguirme ayudando a saber que soy.

Vine al mundo en una aldea, un minúsculo punto rodeado por un inmenso y verde mar. Nadie sabía de nosotros, excepto por nosotros mismos. Todo cambió con la llegada de los misioneros Salesianos. Los padres cargaban en sus hombros un universo desconocido, el cual nos enseñaron con palabras tanto habladas, como impresas y escritas. Mi nombre completo es Tiago Marques Aipobureu, y me hice un famoso profesor en todo el Brasil por ser un Boróro marginal. Casi todos mis 59 años los he vivido en el filo de la existencia entre mi origen selvático y el mundo europeo.

De niño fui muy despierto, y fue esta la invitación que los sacerdotes se adjudicaron para reorientar mis caminos. Sin la presencia de estos, mi inteligencia natural me hubiera llevado a ser un maestro del arco y la saeta, y Cuiabá, habría encontrado en mí todo su significado como el arte de la pesca con flecha, y no como la confusa metrópolis donde me llevaron a los doce años. Mas esto fue solo el principio, Roma y París esperaban en fila, en esta extraordinaria cadena de eventos con principio en el Mato Grosso oriental.

Pero más pudo la nostalgia y la memoria de mi niñez. Ya que ni la perfecta circularidad de la arquitectónica antigua, que embobado admiré en la cúpula del panteón romano, ni la erótica sensualidad de la femenina moda parisina, pudieron aplacar mi sueños de selva y familia con una patricia Boróro. Tuve que volver.

Para entonces ya me había convertido en la novedad, y lo misterioso de mis nuevas costumbres dirigieron varios pares de ojos hacia mi. Pude escoger esposa. Mas la bonanza amorosa y la fidelidad fueron de corta vida, pues nunca aprendí a matar pantera.

Desesperado busqué refugio en mi adquirida blancura. Promulgué la superioridad de la documentada herencia histórica del cristianismo, frente a la poco fiable oralidad de la ancianidad tribal. Exalté la higiene y condené la desnudez. Mas cuando rodeado de textos me presenté para la bendición de mis maestros, ellos solo vieron al indio.

Vandalizado fue mi espíritu, cual campo de batalla entre la codiciosa península y mi sitiada aldea. Forzado en aceptar residencia en este cortante filo que divide el abismo entre mis dos posibles mundos, supe que no era de ninguno, y que cualquier intento de entrega solo me deslizaría en el abismo. Mas siendo de ninguno, pensé, ¿podría ser ambos? Hoy escribo como perito malabarista del sincretismo, y desde la arista donde me alzo, soy capaz de claramente ver lo que al otro le perturba.

De momento me siento poderoso, pues lo que otrora fue inadecuado agotamiento, hoy es luz para todos los caminos. Obligo al rostro conquistador a sostener mi esputo, cuando con las letras que me dio, describo sus transgresiones. Pero también rompo las cadenas decimonónicas de la ínsula que me vio nacer. Y aún cuando siendo mozo se me haya escapado el felino amazónico, el lince ibérico lo tengo hoy bien agarrado por las orejas.