Cuando el silencio es violencia

Creativo

altEn una entrevista hecha por la poeta estadounidense Adrienne Rich a la poeta afrocaribeña de Nueva York, Audre Lorde (1934-1992), el 30 de agosto de 1979, [1] menciona ésta con su luminosidad habitual que: “What understanding begins to do is to make knowledge available for use, and that’s the urgency, that’s the push, that’s the drive” (109). Las lecciones de Audre tienen tanta más fuerza por provenir de quien es una sobreviviente de tantas maneras. “Because I am a woman, because I am Black, because I am lesbian, because I am myself – a Black woman warrior poet doing my work”, dice con implacable elocuencia en uno de sus ensayos. [2]

Las palabras de esta “sabia apasionada”, [3] nos enseñan que el entendimiento no es mera adquisición de conocimiento sino una cierta manera de internalizar lo conocido que nos permite hacer buen uso de ello. En este sentido, el entendimiento importa un valor para la sobrevivencia y un potencial para la liberación. En palabras del monje budista zen, Thich Nhat Hanh: “With the presence of great understanding and freedom in us, we can embrace hardships countless times without fear.” A mayor entendimiento, mayor fortaleza interior para enfrentar la adversidad desde un espacio interior de paz, muy parecido al ritmo acompasado de  una respiración conscientemente asumida. Desde ese centro inviolable de la certeza del ser, podemos entender, podemos sobrevivir peligros y dificultades, y podemos, esperanzadamente, poner en acción nuestra libertad personal.

Saber no es lo mismo que entender. Se puede saber, por ejemplo, que silenciar al otro, a la otra, es conducta indeseable y hasta dañina, sin llegar a entender, con el entendimiento profundo de un libre flujo energético entre cabeza y corazón, ni el alcance ni la magnitud del daño que se ocasiona con dicha conducta egoísta. Pudiera objetarse que hay quien entiende, y muy bien, sin que le importe un bledo el dolor que inflige con su conducta. El hecho es, sin embargo, que a más entendimiento, más compasión, porque el entendimiento verdadero envuelve por necesidad una internalización de la verdad de la otra y del otro, de su valor y su dignidad fundamentales.

En lo que toca al silencio, el entendimiento ofrece cruciales lecciones de sobrevivencia. La primera y más importante es que existen dos tipos de silencio, el silencio que vivifica y el silencio que mata. Del primero se expresó bellamente la escritora inglesa Virginia Woolf cuando célebremente alegorizó, bajó la metáfora de un “cuarto propio”, [4] la necesidad urgente de un espacio mental y físico propio para toda mujer con vocación a las letras, ante los retos de una institución literaria patriarcal. Lo cierto es, empero, que  la alegoría woolfiana de un “cuarto propio” aplica, asimismo, a la necesidad universalmente humana del silencio como espacio habitado por una arcana raíz, fuerza creativa que desde su desnudez más elemental nos interpela como especie, e incluso nos conmina, a elevarnos sobre las limitaciones de lo palpable.

Mas este silencio creativo que, una vez abierto el dique, puede llegar a emerger como feliz maremoto, inclusive; en nada se parece al otro, el que silencia con dureza esa voz interior que clama por el acicate de la escucha y del diálogo de la buena fe y la mutua comprensión. Ese silencio silenciador encierra violencia, muchas veces sin tener que llegar al homicidio flagrante, aunque sea ésa su dirección final lógica.

De modo alarmante, ese rehusarse al diálogo con la otra y con el otro, en su forma más extrema, se torna literalmente en homicidio. Este silencio, que erige mortales fábulas para justificar las raíces de su violencia enfermiza, no sólo obsta el derecho fundamental a la felicidad del otro y de la otra, sino que, palmariamente, imposibilita su existencia física. Como trágicamente ocurrió con Jorge Steven López Mercado, joven gay de 19 años, viciosamente torturado y asesinado en un horrendo crimen de odio en el año 2009, en el pueblo de Cayey, en Puerto Rico, debido precisamente a dicha negativa asesina al diálogo.

La violencia y el asesinato son lo contrario del entendimiento. Hunden sus raíces cortantes en la ciega ignorancia y un miedo tan primario como irracional a que el otro o la otra desmoronen certezas anquilosadas y enajenantes de “lo que se debe ser”. La violencia contra las mujeres, la más generalizada forma de milenaria violencia, más allá de credo, etnicidad, clase social, demuestra el resultado fatal de procesos de socialización que inculcan desde muy temprano la “deseabilidad”, y lo que es peor, la dizque “necesidad” de ciertos silencios, en este caso, de niñas y mujeres en general.  Esta violencia cobra día a día las vidas de muchas mujeres, y en Puerto Rico, en particular, alcanza proporciones cada vez más espeluznantemente epidémicas. Esta violencia cobra la vida de niños y niñas, y aun de infantes y recién nacidos. Se trata del silenciamiento del enunciado fundamentalmente único e irrepetible de tantas vidas. En su forma más corrompidamente áspera se instala en los hogares, a tal punto que ya tiene su propio rubro de “violencia doméstica”, cosa que debiera escandalizar pero a la que estamos “acostumbrados”. Esta violencia también alcanza a hombres que también pueden ser y a veces de hecho son abusados por sus parejas mujeres. No hace distingos este tipo de violencia entre relaciones heteroafectivas u homoafectivas, ni se circunscribe a relaciones de pareja. En el ámbito familiar, no sólo nuclear sino extendido, existe esta violencia que tildamos de “doméstica”.

Aquí viene a colación, una vez más, la sabiduría de Audre Lorde, tal y como se ve en el epígrafe que precede a la presente reflexión. En situaciones de violencia habitual, perpetrada en el ámbito de la domesticidad: “Your silence will not protect you”. [5] Esta verdad es principio básico de subsistencia. El silencio ante la violencia que silencia no hace sino potenciar más violencia.

Se puede reconocer el peligro e incluso, desde la prudencia que incita en nosotros la respuesta de lucha o huida, se puede (y es hasta aconsejable) temer ante un peligro real. En ese instante inicial del miedo hay una raíz de sobrevivencia, sin duda. Pero, para quienes se encuentran atrapados en una situación de cotidiana violencia, la mejor apuesta a la sobrevivencia radica en silenciar el silencio que silencia tornándolo en grito de auxilio. Una vez desarticulados los conductores de la corriente destructiva de tal silencio, se puede aprender a temer sin que el miedo nos paralice, o nos impida efectuar una respuesta de huida ante la situación violenta.

A más entendimiento, más fortaleza interior. Tuve la oportunidad en el año 2003 de participar en un retiro de silencio, de una semana de duración, bajo la dirección de Thich Nhat Hahn. La más valiosa enseñanza de esa experiencia, de tantas maneras enriquecedora, fue la de entrar en contacto con mi propia respiración. En ese centro que oxigena el cuerpo y la mente y el corazón hay una fuente potencialmente inagotable de entendimiento y de regeneración. Conectar con la propia respiración, respirar conscientemente y habitar intencionalmente el momento de cada inhalación permite enfrentar situaciones de peligro y hasta de violencia con la semilla salvadora de la paz interior, la misma paz que posibilita la desarticulación del silencio que mata. Allí mora, en ese centro del ser, el punto en donde la propia alegría, desnuda de prejuicios, se encuentra con su razón de ser enunciada a viva voz y sin amordazamientos.

Quiero cerrar esta reflexión cediendo la palabra a la poesía o prosa poética de una de las viñetas de mi primera novela, El arca de la memoria: una biomitografía (Isla Negra, San Juan, P.R., 2011), reconociendo el valor de sobrevivencia de la poesía, que bien puede haber sido nuestro modo iniciático de expresión como especie.


Violencia doméstica


. . .es necesario ponerle

algún breve rótulo

para que se entienda

lo que se pretende

que el silencio diga. . . 

– Sor Juana Inés de la Cruz


Mejor sola, que mal acompañada.

– Refrán popular

No me es dado decir las que son, pero ustedes, las sobrevivientes, las locas danzantes en las azoteas de sus conciencias libertarias, acabadas de estrenar, ustedes cuyas voces, contenidas en la turbamulta de mi silencio, ya han sido expelidas por la medusina garganta cercenada, bien saben.  Como saben del furor circular del Merry-go-round – justo tras haber yantado por innúmera vez promesas de nonadas – y también de la náusea.  Como no saber parar el caballito de la violencia familiar hasta un día, el postrero.

Hogareño menú del miedo, deglutido a golpes de cuchillos que ¡cortan el paladar!  Cómo iban ustedes a comer, cómo diantre se iban a hartar de tales platos, nadie se lo explica, excepto ustedes, las sobrevivientes.

Por las que no salieron,

por aquéllas

cuya sangre tiñó

titulares del Vocero,

muchos airados minutos

de estruendo.

Nadie se lo explica, nonadie, excepto ustedes, las que todavía están.  Para ustedes, mis respetos y una invitación a cortar de inmediato el circuito del silencio.

Vengan todas, pandoras habidas y por haber, a terminar con la milenaria espera, a contarnos las historias, muchas y la misma, a pasarles la voz, a leerles el cuento a las que todavía no han caído en tiempo.  Vamos a desatar, de una vez, el poder en el fondo de la caja de la alianza.  Ancestral sabiduría, incorporada.

(Esta viñeta ha sido publicada con permiso de Editorial Isla Negra. Todos los derechos reservados).


Notas

[1] “An Interview: Audre Lorde and Adrienne Rich”; en Lorde, Audre: Sister Outsider: Essays and Speeches. Berkeley: Crossing Press, 2007.

[2] “The Transformation of Silence into Language and Action.” Sister Outsider: Essays and Speeches. Berkeley: Crossing Press, 2007. pp. 41-42.

[3] En palabras de Valerie Miner, en uno de los comentarios de contraportada de Sister Outsider.

[4] Virginia Woolf. A Room of One’s Own. New York: Hartcourt, Brace & World, Inc. 1957.

[5] “The Transformation of Silence into Language and Action”. Sister Outsider: Essays and Speeches. Berkeley: Crossing Press, 2007. p. 41.

La autora es escritora y profesora de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee, WI, USA.