La selva amazónica

Creativo

Recorrer el río Ibare, en el departamento del Beni, Bolivia, es haberme dado uno de los mayores lujos de la vida. Se trata de un momento de plenitud en la vida, en el cual se está lo más cercano al paraíso terrenal, o en el mismo cielo. Usted dirá, sobre todo en estos días de santas escrituras y celebraciones cristianas, si la Amazonía es el cielo, el paraíso, o simplemente el bosque/pulmón más importante del planeta. Además, y valga la aclaración se trata del bosque de mayor extensión geográfica en el reino de este mundo, para parafrasear a Alejo Carpentier.

Como tantos otros exploradores, busco el sentido de lo virgen, de lo no invadido aún por los humanos, lo que el tiempo ha permitido vivir de forma detenida en su formato original. Es un asunto extraño, pero mientras más urbanizado, menos atractivo el viaje. Más salvaje, más consistente con mi mirada de lo que trata la no modernidad, el no progreso, el no estado.

Es curioso pero en mi vida he vivido otras experiencias selváticas. En particular la selva africana, en lugares tan distintivos y atractivos como Malawi, Botsuana y África del Sur. Allí donde los grandes animales de la selva (en particular el león, elefante, rinoceronte, el búfalo y el leopardo) se pasean, daba el sentimiento de pequeñez y sobre todo de irrelevancia humana. En particular, porque en el reino de estos animales, mi vida dependía de su estado alimentación y hambruna.

Ahora bien en la selva amazónica la cosa cambia. Aquí está la larga tradición de los prejuicios del hombre blanco sobre el indígena. De la civilización occidental sobre lo no occidental. En particular, de la modernidad como desarrollo ante la no modernidad como el no desarrollo. Y sin lugar a dudas, a partir de Tarzán y Jane, África y su selva tiene su propia mítica. No obstante, la construcción más reciente, luego de todos los discursos críticos sobre el racismo y la xenofobia contra el hombre y la mujer negros, nos dejan el territorio limpio para concentrarnos en América Latina, en la selva amazónica.

Entonces, es curioso, pero me devuelven a esos momentos del llamado subdesarrollo que nos permiten pensar el progreso frente al atraso. ¿Qué en el rio Ibare hay pirañas? ¿Qué las pirañas son parte del eco-sistema, y pueden comer a seres humanos? ¿Qué hay serpientes de rio llamadas anacondas? ¿Qué te comen las anacondas, luego de haber demolido tus huesos?

Estos relatos del bien y el mal, del progreso ante el subdesarrollo, de lo civilizado ante lo salvaje, son los que me permiten recorrer el rio Ibare en la selva Amazónica y pensar que estoy a salvo en una embarcación moderna, dentro de un rio no moderno. Sobre todo luego de películas tan significativas como The Mission (Dir. Roland Joffé, USA, 1986) y Apocalypto (Dir. Mel Gibson, USA, 2006), me aferró a la embarcación llamada la Reina del Enin, para defender mi vida ante el peligro que el rio Ibare y su contenido simbolizan para mi.

Es, a fin de cuentas, y sobre todo en esta semana mayor, la lucha entre el bien y el mal. Aunque para mi, para los que transitamos sobre el rio Ibare, lo atractivo es sin lugar a dudas el mal – lo salvaje, lo incivilizado, lo primitivo. Aquí lo moderno y civilizado, realmente hablando, pierde valor. Lo atractivo de este viaje por la selva amazónica, es acercarme a lo desconocido y sobre todo prohibido.

Pienso que el progreso que he alcanzado en mi vida, es el que me habrá de permitir sobrevivir las inclemencias del tiempo (lo recorro en la época de lluvia, cuando sube el rio y todo llano se inunda y se convierte en extensión náutica-fluvial). Pero también me hará sobrevivir los retos que este eco-sistema impone ante mi concepto de la modernidad: los millones de mosquitos; la deforestación continua y sin control; los trasiegos de ilegalidades sin intervención del estado; la vida ante la muerte de forma continua provocando esta tensión.

Y sí, recorrer el rio Ibare en la selva Amazónica es de las experiencias más hermosas que jamás he hecho en mi vida. Lo volvería a hacer. Sin lugar a dudas. Lo volvería a hacer aun estando todo el camino a ciegas, para solo escuchar como el viento sopla aquí, como cantan los millones de aves que recorren este bosque, para escuchar los monos que aúllan, los cocodrilos que atacan y sobre todo las víboras que me comen.

Si me lo vuelven a ofrecer, lo volvería a hacer: recorrería el rio Ibare en la selva Amazónica, sin reparos.