Siempre que recuerdo a París, pienso en un músico, algo gordito y
mayor; quizá entre 60 y 65, que vi tocando violín en un pasillo de un
túnel del tren. Tenía unas secuencias grabadas y tocaba –con esta facilidad espantosa– unas composiciones con melodías para mí infrecuentes, exóticas e
inusitadas. Era como escuchar una música inexistente en mis archivos,
de otro planeta o una cultura acabada de descubrir en la India, África o Asia.
Quizá fue una remembranza de los archivos a cásicos o alguna
música que se le escapó a Jung en algún viaje al inconsciente de la humanidad y que plasmó en su Libro Rojo.
He trabajado radio varios años y tuve un programa de música de
diferentes culturas: Pasaporte. En viajes imaginarios que concerté con
piezas antiguas y de culturas algo desconocidas en este lado del
mundo, nunca escuché algo parecido.
Él escurría sus dedos con extraordinaria fluidez dejando unas secuelas
de inflexiones alucinantes. Era escuchar un tema de Paco de Lucía
improvisado en un escenario mezclado con la riqueza de Rijos, la
agresividad de Chucho Valdés y Hermeto y Egberto armonizando a los
hombres de guerra y combatiendo la hambruna con acordes nunca
escuchados.
Vestía una chaqueta vieja, negra, luciendo desgarbado, y tenía un
aspecto de pasar la noche donde pudiera. Tenía un pequeño amplificador
portátil muy útil para lo que hacía. Era una historia perdida en un
túnel, en una vorágine de pasos por laberintos que llevan la prisa y
donde solo escuchabas rápidos taconeos, jadeos, los ruidos de
diferentes trenes y en los espacios más silentes el violín del
virtuoso deambulante.
Yo esperaba el tren que me llevaría al kilómetro 0, al otro lado de la
vía, y olfateaba un ambiente por momentos fétido, extraño y mezclado
de humedad, cigarrillos y monóxido de carbono. No podía hablar con el
músico, no podía acercarme porque el laberíntico sistema de pasadizos
era desconocido para mí. Fue una agonía abordar y dejar de escucharlo.
Mi esencia estaba resentida, inflamada internamente por la pérdida del
manjar que disfrutaba mi oído y mi espíritu. Siempre quedé con hambre de saber qué era aquella música. ¿Qué vidas representaba? Tal vez era una cultura desaparecida del Africa, lo cual es altamente probable en Francia. Tal vez era un genio que nunca logró llegar…
Quizá la primera piedra y el sonido cuántico y divino que explica la
vida se esconden en sus notas. Tal vez era el espejo de muchos músicos que conocí o conozco.