Recordando los esfuerzos de EEUU por provocar derrocamiento en Chile

Política

A los dos días de la inauguración de Salvador Allende como presidente de Chile ya el gobierno de los Estados Unidos estaba discutiendo su remoción. A pesar de que tomó varios años desclasificarlos, los documentos de las agencias y los dirigentes de Estados Unidos--incluyendo comunicaciones entre el entonces Presidente Richard Nixon y su asesor en seguridad nacional Henry Kissinger-- muestran con bastante claridad la mano norteamericana en la caída del gobierno de Allende el 11 de septiembre de 1973.

Ese día se recordará como el “otro” 9/11, y la salida al mercado recientemente de una versión actualizada del libro, The Pinochet File del conocido investigador norteamericano Peter Kornbluh, sirve de conmemoración en su 40 aniversario del golpe militar que removió el gobierno del comunista Allende, el ganador (por pluralidad) de una elección democrática.  Además, el recuento que hace Kornbluh sobre  los esfuerzos de Estados Unidos por sabotear, desde el principio, su gestión como mandatario y los años de la dictadura militar del golpista Augusto Pinochet es fascinante. Igual de interesante es la parte que narra los eventos que ocurrieron después de la muerte del dictador, quien regresó del exilio a Chile en 1996 tras su acusación en España de ordenar la muerte de algunos ciudadanos españoles durante la matanza represiva del régimen.

De acuerdo a los documentos desclasificados, a dos días de la elección de Allende, Nixon reunió su Consejo de Seguridad Nacional para discutir maneras de sacarlo del poder. Melvin Laird, el entonces secretario de defensa, dijo que “hay que hacer todo lo posible para hacerle daño”. El presidente mismo dijo que “nuestra preocupación principal en relación con Chile es el que él (Allende) se consolide”. Los documentos muestran a un Nixon en plena Guerra Fría muy preocupado por el mensaje que el triunfo de un comunista podría enviar a los otros gobiernos de Latinoamérica. O sea, no se podía “permitir que haya una impresión en América Latina que se pueden salir con este tipo de cosa, que {no va a haber consecuencias}. Está de moda a través del mundo patearnos {a los Estados Unidos}. Tenemos sin falta que demostrar nuestro repudio”. El entonces Secretario de Estado, William P. Rogers, ya hablaba directamente de remover al gobierno de Allende. El año era el 1970. Pinochet dirigió el país con mano dura por 17 años. Ya se sabe como ordenó la represión que resultó en la ejecución de cientos de personas, y  se convirtió en un hombre rico a expensas del fisco chileno. El libro también discute las  cuentas bancarias secretas, algunas de estas en los Estados Unidos,  que tenía el buen general.

Sobre los sucesos ocurridos en las postrimerías de su muerte, Kornbluh escribe que “En las afueras del hospital militar en Santiago de Chile algunos dos mil pinochetistas se reunieron a compartir ambas lagrimas y canciones. En la Plaza Italia una cantidad mayor de detractores celebraban gritando ‘¡Carnaval! Ha muerto el general!’” Dice el autor que para muchos activistas de derechos humanos la muerte de Pinochet representaba el colmo de la impunidad ya que nunca se pudo procesar judicialmente por sus crímenes.

La entonces primera mandataria de Chile, Michelle Bachelet, le negó un funeral de estado aduciendo que sería un insulto a la conciencia chilena darle este tipo de ceremonia a un violador corrupto de derechos humanos. Esto, sin embargo, no detuvo a varios simpatizadores del general dar el saludo Nazi en frente a su férretro.