La palabra comprometida con el cambio social, ¿Será posible?

Cultura


altEn el 1991, participé en el primer congreso de los escritores en contra del apartheid, en Africa del Sur. Dicho congreso se realizaba luego que el régimen de exclusión racial había abierto el proceso para una negociación con las fuerzas de oposición comandadas en particular por el Congreso Nacional Africano, y su líder en ese momento Walter Sisulu, quien fuera luego sustituido por Nelson Mandela.

Fue un congreso extraordinarios de escritores y escritoras comprometidos con un solo objetivo: fomentar el desarrollo de una sociedad abiertamente democrática en Africa del Sur, que superara toda forma de exclusión y marginación.

Esta noche se da un interesante diálogo promovido por El Post Antillano y Libros AC, en la librería de estos en Santurce, a las 7pm, donde una serie de escritores se hacen la pregunta de si es posible una literatura comprometida con el cambio social.  La pregunta en el 2013 puede parecer una tontería.  Pero para un país que ha perdido 100 mil personas en su mejor nivel productivo; que tiene hace siete años una tasa de crecimiento negativo; que ha tenido por momentos una de las tasas de criminalidad más altas del hemisferio; y que sobre todo es un territorio aún colonial: ¿no es correcto plantearnos que lo que hagamos, en cualquier género, debe siempre estar guiado por el compromiso inequívoco del cambio social?

Debemos de estar bien claros todos y todas, que el concepto de cambio social fue acuñado en la década del 1960 y 1970, por los sociólogos en Puerto Rico para exponer la urgencia de transformar el país. Luego los términos han evolucionado, y de forma poética nos hemos planteado “que otro mundo es posible”. Pero en la concreta, para los jóvenes negros, pobres y marginados cuya única diversión es un cuatrimoto (fourtrack), ¿por qué criminalizarlos?  ¿Qué aporta nuestro silencio o nuestro apoyo a su criminalización?

Desde distintas rutas varios escritores y escritoras se han ido planteando en los pasados meses qué hacer.  Podríamos mencionar nombres, pero mejor mencionar acciones:  desde reiterar en pleno siglo 21 el estatus aún colonial de Puerto Rico, a plantearnos la negritud de los sujetos coloniales que aquí viven, se han convertido en pequeñas contribuciones que desde la literatura varios escritores y escritoras nos han llevado a pensar.

A pesar de los caminos que hoy se abren en la literatura en Puerto Rico, es importante plantearnos que debemos profundizar en las forma y en el contenido democrático del quehacer literario.  Es decir, ¿quién controla los festivales de literatura?, ¿Cómo se controla el mercado de la producción literaria y la distribución del libro? ¿A quién invitamos a representar a Puerto Rico en los festivales internacionales de literatura y del libro?

En la medida que se abran más espacios para fomentar los diálogos de escritores y escritoras, no sólo en torno a  la lectura, sino los de la tertulia para compartir ideas, y que se produzcan nuevos puntos en común, estaremos promoviendo una lógica contestaría y comprometida con el cambio social.  Una literatura comandada por escritores y escritoras comprometidos por el cambio social, no se ciñe a la barra de una librería a pensar en el glamour que me ofrece ser  llamado “escritor”.  Eso no aporta nada.

Ojo, que ser escritor no se reduce simplemente a los pagos de regalías, las invitaciones selectas a unos pocos y pocas, y la foto en Facebook.  El que escribe, no sólo lo hace porque tiene algo que decir, sino que desea desatar su fuerza para asistir con su palabra en el cambio de algún problema social.  La invitación mínima, es que utilicemos nuestro don de la palabra, para transformar toda relación social en una más democrática, equitativa y sobre todo justa.