Ana Marina Rúa Kahn y el verbo en tragaluz de las anémonas

Crítica literaria
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

alt“Flor abierta o cerrada…

No me la enseñes más,


Que me matarás.”


-Rafael Alberti

La Anémona Encantada


“Deje que me queje.

Estoy seguro de que alguien se equivocó al dejarme nacer

en este punto de la historia…”

-Ana Marina Rúa Kahn

La Anémona

Una vez, hace mucho tiempo intenté dibujarla en un papel de color azul ceniza teniendo a la mano unos creyones y algo más distante el abanico de la témpera. Se acercaba la hora de abandonar la clase de arte, y en no sé qué número de una revista con temática distinguiendo los océanos, -Scientific American me  dice la memoria-unos colores veloces enmarcaban un titular exaltando el nombre de Jacques Costeau el oceanógrafo, y su imborrable velero Calypso en los mares de Las Filipinas, y allí robusta en un reino que nuestra cotidianidad desconoce, estaba ella, retratada en un virtuosismo intacto, sutil, copioso a la imaginación. Era la anémona. Comencé a dibujarla. No pude, o fue que ese reino desconocido entraba por los ojos en idioma de rapto, y sin paralelo, me sitiaba rendido entre la impresión y la imaginación, únicos cauces iguales. Anemone o Actinaria se hace andariega por su encanto, su estirpe inflamada de color, de extensiones enredadas o fijas, ocupando la retina de los misterios y en el tiempo de la vida un pulso genealógico y así quedan magníficas.

Observar cómo un retazo de tela cae sobre un hombro quemado por el sol puede ser el flogisto elegido a escribirse, o que, Ana Marina Rúa Kahn, perciba como se desprende ese acto del sentido y la imagen y asoma una orilla de letras, un destino callado que siempre anda con ella. Siempre ha leído. Una es la lectura y otra es la escritura. En Ana Marina ambas disciplinas le han asistido desde que tiene memoria, sin  embargo, el sentido de cazar voluntaria o involuntariamente imágenes tan prestas a besarse con la vista, es la existencia de sus papeles escritos.

“Soy lo que he leído” Cierto, somos lo que leemos, a cruz y raya desde Honore de Balzac, pasando por el Cándido de Voltaire, Borges y Córtazar, o recientemente Bolaño, a la que ella ha llamado enfant terrible adorado por los jóvenes escritores, y diluviado en múltiples páginas cibernéticas, junto a la teórica narrativa de Pligia.

Ana Lydia Vega, Luis Rafael Sánchez, Luis Palés Matos han sido sus punteros dentro del parnaso boricua. Les gusta “por su carácter conversacional, su oralidad, su entretejer de lo histórico y lo ficticio, su musicalidad y la mezcla magistral de muchos sentidos en una sola imagen”. A veces cerca a veces lejos, graduada de la Universidad de Yale, es seguidora en buena periferia del quehacer literario del país. Reside en Los Estados Unidos y en la metáfora de nuestra guagua aérea, busca de transitar constantemente entre las dos tierras, bitácora de uso para una buena mayoría de puertorriqueños.

La “Diáspora” la siente ajena a su lenguaje. Y lo expone en palabras muy honestas; “El término me confunde, porque en mi ignorancia asocio las diásporas con los sobrevivientes de desastres bélicos o persecuciones étnicas, con Pol Pot, con cuatrocientos años de esclavitud, con cuarenta años en el desierto. Pero la definición de diáspora no es esa que me he figurado.  Si se refiere al desplazamiento geográfico forzoso, sin posibilidades o esperanza de regreso, ya sea por realidad o por percepción (porque si percibes que ya no se puede estar en un lugar, te expulsen forzosamente o no, ya se hace la diáspora), pues este crecimiento de comunidades fuera de su lugar de origen es intenso en el caso de los escritores puertorriqueños de varias generaciones. Y entonces yo sé muy poco de esto, y no estoy cualificada para comentarlo.  Lo mío y lo de un montón de gente como yo, que hemos sido muy afortunados, es una diáspora-no-diáspora. Yo estoy afuera hace veinte años pero vuelvo de visita (y esta idea de la visita me parece muy poderosa) cada seis meses; quiero producir textos aquí (aunque allá) para que se lean aquí, y todo esto es posible en una diáspora-no-diáspora cuya extensión se acorta vertiginosamente gracias a la tecnología…”

Hablemos de La Anémona, su primera novela publicada bajo el sello editorial de Isla Negra. “La Anémona es una metáfora a la memoria” suscribe Ana Marina cuando nos abre el cauce al mundo inherente en su novela. Pero al mismo paso, no es una memoria, es un rebobinar, un recordar pero hay un detonante vivencial causado por una pérdida, cercana, muy al alma, y de ahí el pasado vuelve a convertirse en una ciudadela capaz y acogedora donde las palabras hacen un cuerpo andante, a veces silente, a veces surtidor, pero ayuda a cerrar los ojos ante lo que duele. Son las palabras, las fechas, los números hechos a la vida de su personaje, en su lenguaje que no es nuestro es el lenguaje creado por la ausencia. “Creo que escribir, para mí, responde a una sensación de ausencia, a una sospecha (que a veces está plenamente segura) de que algo no está ahí. Algo falta, y en La anémona hay un recuento o reconocimiento de esa falta, de lo ausente. No quiere eso decir que haya una necesidad de agarrar o siquiera de recuperar lo ausente, porque aquí no hablo de pérdida, no hablo necesariamente de heridas que hay que curar: hablo de falta, de ausencia. El lenguaje, sin embargo, al expresar todos los modos en que algo no está, puede aproximarse a llenar ese hueco o espacio vacío, al menos para el que manipula el lenguaje, o más frecuentemente, se deja manipular por él”

Ésa, es la diferencia. La novela gana originalidad y prestancia cuando impone el pretexto de la ausencia junto a lo que queda exiliado de lo palpable como un motivo hacia el metalenguaje, al todo de lo existente, a la ecuación aún irresoluta del escritor frente a su propia fragua creativa. La Anémona es una larga existencia, tanto sumergida a la vista de un batiscafo como en el poniente de un jardín, y señala una vida. Ana Marina sustrae este magno evento de un ser vital sobre nosotros, y lo hace propio en un ejercicio de escritura vertical, leal a su visión de novelista, y desde luego cercano a la ruptura en los manifiestos del género, debo decir vanguardia.

Si una vez intenté dibujarla en un oficio de cartón y siesta, ahora las volveré a mirar desde éste, mi mirador adulto y lleno de ausencias sin remedio, y aprenderé a recordar.