Breves en la cartografía cultural: Recuerdos de una poeta tras la lectura de No me quieras

Cultura

altEn estos días, que se cumplen dos años del fallecimiento de la escritora boricua, Awilda Castro Suárez (a quien le debemos publicar su obra), llega a mi escritorio una novela que, por su trama, me recuerda los instantes finales que rodearon su existencia. Con esta referencia a una de las mejores escritoras de esa generación enlace que se desarrolló durante la primera década del presente siglo, procedo a compartir mis impresiones sobre No me quieras, de Anuchka Ramos Ruiz.

A veces ocurre que después de concluida la lectura de un libro, esa obra queda vibrando en la mente del lector por múltiples razones, sin que pueda mediar una respuesta inmediata y definitiva para describir la experiencia, esa que permanece gravitando en piel y neuronas, cuando aún está fresca en la mirada ese universo de personajes y lugares, textura lingüística, estructura y trama. Eso me ocurrió con la lectura de esta novela.

Utilizo la metáfora de la ‘bofetada’ como recurso para comunicar lo primero que recibí: ese aliento particular que novelas y creaciones orgánicas de escritores puertorriqueños destilan. Mientras leía las primeras páginas de No me quieras encontraba ecos... Ecos que remiten a escritores del pasado y el presente de Borikén: desde un Enrique Laguerre hasta un Carlos Vázquez Cruz. Y paulatinamente esa impresión se fue bifurcando hacia otras correspondencias de otras latitudes, entonces la voz de Consuelo, protagonista y relatora, sintonizaba con lo emitido por personajes de Odette Casamayor, solo que lo narrado aquí va, en muchos momentos, a un ritmo menos vertiginoso, quizás más cercano a la cadencia del bolero.

Al principio de la novela encontramos a Consuelo en un hospital en el que lleva trece horas, tras un intento de suicidio. Como lectores llegamos a la escena simultáneamente con Sergio, pareja de Consuelo e interlocutor silente durante las próximas once horas. Tiempo que estructura la novela; una que se construye mediante conjunto de relatos y anécdotas que dirige Consuelo a Sergio, no desde la oralidad, sino desde la memoria. Quizás un recurso que la protagonista utiliza, como Sherezada, para evitar ser devorada por las circunstancias. En No me quieras la memoria no se activa por una pérdida, como ocurre, por ejemplo, en otra novela contemporánea realizada por una boricua: La anémona, de Ana Marina Rúa Kahn.

En No me quieras la memoria se activa, en cambio, como transporte urgente, a la mano, del naufrago en medio del caos, por lo que representa la posibilidad de fragmentación y ahogo del sí mismo; en términos jungianos una experiencia inversa a la individuación. Y ese es el marco que instala, o donde se ubica, esta serie de relatos familiares que emite esta voz femenina, una que comparte impresiones sin necesariamente arrojar certezas o respuestas, tampoco verdades definitivas. Cuentos que trazan además, no tan solo el perfil psicológico y anímico de la protagonista, sino de toda una sociedad en la que lo masculino ocupa un espacio signado por la ausencia y la violencia. Fiel espejo de una sociedad actual caracterizada por una pandemia de violencia doméstica donde una mujer es picada en pedazos. Violencia que no puede ser justificada por nada, en medio de un panorama, que cuando no se llegan a tales extremos de agresión masculina, por lo bajo se escuchan murmullos que hacen referencia de soslayo a tópicos como la crianza, la educación y los valores privilegiados.

Todo eso reciben los lectores en No me quieras de Anuchka  Ramos Ruiz, novela que tiene su fortaleza en los pasajes cuando la voz se ocupa en ofrecer detalles que, por sí mismos, muestran y describen; ese gesto del escritor diestro, que no usurpa el espacio del lector para interpretar (algo discutido en la clásica oposición que se nombra en inglés bajo los conceptos del showing/telling). Por lo anterior, son las páginas en las que, por ejemplo, un conflicto bélico salta del pasado en la mente lesionada al presente hogareño, o cuando los golpes cobardes, masculinos, laceran un cuerpo femenino, donde la narradora exhibe un dominio total del oficio.

En otros espacios compartiré con mayor amplitud estas impresiones, pero concluyo aquí con las siguientes reflexiones: La historia de Consuelo y las mujeres de su familia metaforiza, de una forma u otra, la historia de muchas familias puertorriqueñas. Aun cuando No me quieras es amena, entretiene y se puede leer de una sentada, esta novela nos permite, además, reflexionar sobre temas importantes para nuestra convivencia.