La caída del mito casita

Economia Solidaria

La casa ha sido, posiblemente, la pertenencia más importante para el puertorriqueño. Soñamos con tener ese lugar especial al que denominaremos “nuestro nido”. De hecho, en términos generales, y como señal inequívoca de afecto, muchos utilizan el diminutivo (casita) para referirse a ella no importa si es grande, pequeña, si efecto es una casa o si es un apartamento. La idealización de esas paredes llevó a nuestro gran compositor Rafael Hernández a escribir una de sus canciones más conocidas: “Ahora seremos felices”, en la que se establece la casa como ese lugar donde se culminaba el amor.

Pero el tiempo ha pasado y de pronto comenzamos a ver que nuestra dote principal está en peligro. Primero vimos, con cierta extrañeza, cómo muchas residencias en los Estados Unidos depreciaron hasta el punto de que su valor en el mercado era más bajo que la cantidad adeudada al préstamo hipotecario que se originó para la compra. La gente que se acogió a los préstamos balloons simplemente entregaba las casas que con tanta ilusión habían comprado. En Detroit, por ejemplo, muchos abandonaron sus residencias ante la imposibilidad de pagar la última etapa de sus préstamos. Estas casas se convirtieron en hospitalillos y cuevas para ladrones. En muchos casos, los administrativos de la ciudad decidían pegarles fuego para proteger a los residentes que habían quedado en el vecindario. Escuchamos que había una tendencia a la devaluación de esta propiedad inmueble, nos enteramos por la prensa del inventario enorme de casas para la venta, y de cómo el mercado era dominado por los compradores. La herencia que pensábamos dejarles a nuestros hijos colapsa ante una depreciación terrible. No pocos han quedado perplejos cuando les llegan las tasaciones actualizadas. Aumentan las casas reposeídas que se han convertido en un botín para algunos corredores de bienes raíces. Muchos son desahuciados después de haberse mantenido intransigentes en el precio de venta de su propiedad. Los compradores tienen un abanico de posibilidades que se unen a los bajos intereses y ofertas de los bancos.

La migración ha aumentado la urgencia con la que se quieren vender nuestras casas. Por otra parte, algunos desarrolladores inflaron los precios de venta de proyectos residenciales basados en una burbuja en la que el bien inmueble apreciaba anualmente. Ahora, algunos de esos desarrolladores han tenido que acogerse a la quiebra y sus proyectos han sido reposeídos por bancos que a su vez los venden a otros desarrolladores quienes de inmediato les bajan los precios. Esta situación hace que quienes compraron en un comienzo vean que sus vecinos adquieren residencias similares a un precio muy por debajo al que ellos pagaron. Hay edificios abandonados. Otros desarrolladores han tenido que cambiar la estrategia y ahora. En vez de venta, promueven el alquiler.

El próximo año entra en vigor una ley promulgada por el presidente Obama y que transformará los requisitos para obtener un préstamo hipotecario. Con esta nueva ley, el comprador no podrá exceder de un 43 por ciento de deudas, incluyendo el pago de la nueva hipoteca. Esto será un escolló para un Puerto Rico agobiado por deudas personales. Es un panorama algo desolador para ese lugar que llamamos casa. Habrá que ver si en realidad nos transformamos en una sociedad de alquiler de residencias; para esto tendremos que dimitir al ideal de hogar-casa-tesoro que tan intrincado tenemos en nuestra psiquis. Quizá la mala suerte puede aparecerse de momento y terminaremos cantando: Ya no tengo la casita…